Se tiene la costumbre de pensar el Parque como un espacio de oferta programática y se olvida que involucra, de manera efectiva, el manejo de una explanada.
Hace unos días, un niño de seis años, en bicicleta, con casco, se lanzó sobre la pequeña pendiente que va desde el mirador hasta el ingreso a la zona de servicios del Parque. Otro niño, desde un lugar opuesto y distante lanzó una pelota que impactó la bicicleta y le cambió drásticamente la posición del manubrio. Esta se detuvo abruptamente y el niño salió despedido hacia adelante, no sin antes golpearse con violencia sobre una de las manillas del manubrio. Como yo venía saliendo del edificio, pude apreciar que su rostro denotaba la existencia de un dolor intenso en la zona toráxica. Cayó al suelo. No podía respirar. No podía hablar. Le dolía mucho. Entró en pánico.
Lo atendimos de inmediato. Es decir, lo inmovilizamos y buscamos si tenía una herida visible, sospechando la existencia de alguna lesión interna. Lo calmamos. No tenía nada, aparentemente, fuera de unas magulladuras.
Llamamos al consultorio más cercano. No había ambulancia. Lo hubiésemos llevado a urgencias. Su madre llegó de inmediato. El niño estaba en el Parque al cuidado de otra persona, que en el momento de la caída no se encontraba en su campo visual.
La madre lo condujo de inmediato a una clínica y lo dejaron en observación durante una noche entera. Al día siguiente, el niño comenzó el día reclamando su desayuno. No tenía nada.

Nuestro equipo es reducido y cuando ocurre un incidente debemos abandonar temporalmente las funciones a las que estamos asignados. Aún así, nos hacemos cargo de la situación. Pero este incidente nos ha puesto sobre aviso. Estamos conscientes que debemos elaborar un protocolo que nos permita responder de manera más pertinente.
Las funciones del personal tienen que ver con el manejo y cuidado de las instalaciones. Los guardias manejan los accesos y previenen los atentados contra la propiedad. Pero el Parque exige otro tipo de habilidad, que tiene que ver con el manejo de circulación de personas en la explanada.
Imagínense ustedes que un perro muerda a un niño. Hay perros vagos que ingresan al Parque. No son tan agresivos como los perros que ingresan con sus amos, sin cuerda, libres, pero tontos, que asustan a la gente con jugueteos difíciles de interpretar. Además, sus amos no limpian la caca. Pudiendo, perfectamente, hacerlo. Es cosa de venir con unas bolsitas. ¿O no? Pero volvamos al caso. ¿Qué pasa si un perro muerde a una persona?

El pasto del Parque no es una cancha. Es posible jugar a la pelota, cuando los niños son pequeños y no ponen en riesgo la seguridad de otros niños. Pero unos jóvenes quinceañeros no quieren comprender que al futbolizar el uso están infringiendo una norma mínima de tolerancia en el uso de los espacios públicos. Cuando los hemos conminado a abandonar dichas prácticas hemos tenido que soportar amenazas, algunas de ellas, muy graves.
Hubo una que merece ser comentada. Un grupo de jóvenes rayó el frontis de la entrada próxima a la escalera que da a Atahualpa. Exigían una cancha de fútbol. Lo escribieron a todo lo largo de la fachada. La explanada del Parque no es un campo deportivo, sino un lugar de paseo y de recreación. Los jóvenes agresores, no contentos con el rayado, saltaron el muro y amenazaron a los guardias, en medio de la noche, cuando estaba cerrado.

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