He pasado la noche de año nuevo de estos tres últimos años, en el Parque, porque considero que es un lugar de riesgo relativo. Riesgo relativo porque en la explanada del quinto piso, si bien las alturas de los muros están dentro de las normas constructivas, no constituyen un lugar seguro en la eventualidad de un acceso masivo de personas. Ya sea niños, o bien adultos en estado de intemperancia, pueden caer por las dos aperturas que hay cerca del acceso.
Los espacios más bellos del edificio de Difusión, son sin embargo aquellos en los cuáles hay que poner más atención.
De todos modos, parejas de jóvenes buscan hacer ingreso, por el costado de la calle Cárcel, corriendo grandes riesgos. Deambulan por los edificios a las tres de la mañana. Los hemos invitado a abandonar el recinto, no sin antes recibir todo tipo de agresiones verbales y amenazas. Pero nadie parece admitir que hayan cometido falta alguna. Sin embargo, es invasión de morada. El Parque, ejerciendo funciones de espacio público, es un recinto privado. Algunos, hasta quisieran acampar en él. Incluso, pernoctar en los espacios de ensayo. Hemos tenido que hacer un gran trabajo de conscientización, no solo acerca de la naturaleza y destino de los espacios de ensayo, sino también sobre los protocolos de uso.
Tengo una pregunta: ¿por qué, nuestros funcionarios, deben recibir amenazas en sus espacios de trabajo? No es la primera vez. Son recurrentes los rayados ofensivos. Volvemos a pintar. Eso es un gasto enorme de pintura. Pero sobre todo, significa combatir una actividad de vandalización que en ciertos círculos de esta ciudad resulta legitima, como si fuera una expresión de participación ciudadana.
Hace unas semanas, un grupo de escolares se concertó para intervenir de manera relámpago los baños del primer piso del edificio de Difusión, escribiendo sus signos tribales sobre los azulejos. Salieron huyendo. Satisfechos. Fue un momento eyaculante de expresión juvenil.
Los baños del Parque son los mejores baños públicos de la ciudad y estamos decididos a mantenerlos en esa condición.
Ahora bien: el edificio de Transmisión no está abierto al público. Su destino es albergar espacios para el trabajo de los artistas. Trabajo de entrenamiento y ensayo profesional, me refiero.
Sin embargo, hay artistas que vienen con sus niños y los dejan en el Parque mientras ensayan. No estamos habilitados para ser una guardería de facto. Los artistas deben resolver con medios propios donde dejar a sus hijos mientras vienen a ensayar. Es propio del rigor de un artista separar estas cuestiones. No es posible que en un espacio público los niños deambulen sin la supervisión de un adulto responsable.
Los niños no pueden deambular a su antojo por el patio de los Pimientos, porque perturban el trabajo de los ensayos y porque con sus juegos producen una merma importante a las instalaciones del huerto y del invernadero. Los artistas-padres no pueden imponer al Parque, funciones de guardería.
Si volvemos al tema de los niños en bicicleta, hay que decir que los sábados y domingos aumenta su número. El espacio del Parque es adecuado para que circulen sin peligro de que se crucen motorizados. Igual, hay que tener cuidado con los móviles de servicio.
Pero así y todo, deben estar a cargo de un adulto que module el ímpetu de los infantes, porque hay otros niños, a pie, que pueden ser arrollados por los propios niños ciclistas. Y porque un niño de cinco años no es lo suficientemente diestro para enfrentar una pendiente como las que tenemos: una, a la entrada de la plaza, y la otra, en junto al acceso al edificio de Difusión. Tiene que haber a su lado un responsable.
En el fondo, es instalar una idea de delicadeza corporal y auto cuidado mínimo.
Para eso es preciso adultos con criterio. Apelo a su colaboración.
¿Sabían ustedes que hay niños que se divierten destruyendo los jardines, mientras su padres consideran que es una exageración nuestra solicitud de cuidado? Son situaciones que tenemos que abordar, de tiempo en tiempo.
También hay situaciones extremas, como cuando constatamos que espectadores caminaban sobre las butacas del teatro para cambiarse de lugar o que ingresaban consumiendo cerveza y durante el concierto fumaban sus porros. Pero fue al principio, cuando había grupos que exigían que el público se sentara en los corredores superiores del teatro, destinados al tránsito de los equipos técnicos. No tenían idea de lo que era un teatro en forma. Pero ya instalamos un protocolo de uso del teatro y de régimen interno del área técnica.
Otra situación extrema tuvo lugar cuando cometimos el error de instalar sillas adicionales en el teatro. Eso también fue al principio.
El teatro tiene una capacidad de 307 butacas. El espacio de trabajo, en el plano, no es para colocar sillas móviles, sino para asegurar la calidad del trabajo formal. !Como no recordar la apertura de Danzalborde de 2011, en octubre, con una pieza que señaló el rango de uso de ese espacio. !Y pensar que algunos protestaron porque no lo construimos a la italiana! Definimos desde un comienzo este espacio como destinado a favorecer la experimentación.
De este modo, conceptualmente, no cabe pensar en poner sillas en el espacio destinado al trabajo. Justamente, porque el valor de ese espacio es la relación que establece con las escalas y con el vacío. Pero hay quienes son insistentes en buscar por secretaría el obligarnos a poner sillas, para acoger festivales que ni siquiera respetan la editorialidad del Parque, dicho sea de paso. Frente a cualquier emergencia, somos nosotros quienes ponemos la cara.
Afortunadamente, existe un reglamento del servicio de salud para espacios públicos que nos impone unas obligaciones muy claras.
Hay que entender que el Parque es un espacio que posee una regulación mínima destinada a la circulación y la estadía de las personas en la explanada del Parque.
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