lunes, 3 de marzo de 2014

REVERSO DE LA HISTORIA (2)

¿Por dónde empezar? Alain Resnais ha muerto. En Reverso de la historia -subido el 24 de febrero- terminé con un párrafo referido a la des/leninización, que antecedía un argumento sobre la conversión de la vida partidaria en una articulación de grupos de interés que asumen las formas expresivas de una banda de guerreros salvajes sometidos a la autoridad pavorosa de unos padres totémicos, que distribuyen el botín.  Esta frase ha sido insosteniblemente larga. El tema excede toda tolerancia. En verdad, debo corregirme. El leninismo chileno no fue más que un racional procedimiento orgánico, encubridor de un modelo arcaico de conducción de las luchas promocionales. 

Ustedes se preguntarán por qué hablo de esto. Debo declarar que no es más que la continuación, por otros medios, de las conversaciones sostenidas con Iban de Rementería, en torno a la narratividad de Valparaíso Socialista, entendida como novela local

La gran ventaja de la des/leninización es que liberó las últimas trabas simbólicas para el manejo regulado del ascenso social y desató la expansión de las sectas de autoprotección, que vieron en el Estado un recurso sustituto del dominio territorial.  

Hubo una obra que puso en crisis por anticipado este destino. Sin embargo, en Chile, cuando fue presentada, nadie quiso asumir el efecto analítico de su enunciación. 

Me refiero  al film La guerra ha terminado, de Alain Resnais, exhibido en Santiago a comienzos de los setenta. O sea, coincide con el momento  de la fundación del MAPU.  

Diez años después, en un seminario de capacitación de FLACSO, uno de sus principales “novelistas históricos” desestimó el valor de la Autobiografía de Federico Sánchez, de Jorge Semprún, porque estaba escrita “con mucho rencor”. Y agregó: “Hay cosas que no se dicen”. Nadie debía hablar de los secretos partidarios, en dictadura, porque es como entregarle armas al enemigo !De seguro!  Pero sobre todo, eso pone en riesgo el control de los padres totémicos. Más aún cuando cuando ya se había avanzado lo suficiente en la des/leninización pactada del discurso. En relación a esto, habría que pensar que la aparición del MAPU (Lautaro) es un síntoma terminal de esta impostura entre historia y discurso. 

Si nadie puede hablar de los “secretos” partidarios, entonces no se puede hablar hoy día de recomposición de la memoria.  Semprún respondía, también, por anticipado, en una entrevista que le hicieron en los ochenta a propósito de la publicación de una biografía de Julián Grimau, sosteniendo que  “los militantes no tienen biografía. La biografía se las escribe el partido”. 

Todo esto hay que leerlo con sentido hipocrático. Los intelectuales expertos en hipocresía tardía tuvieron en Marshal Berman al gran habilitador de la hipótesis de la des/marxistización discursiva, sabiendo que en Chile este no era un problema teórico sino presupuestario. Es decir,  el problema presupuestario pasó a ser el problema teórico básico que habilitó la pregunta: ¿cuáles son los temas que hay que pensar para seguir recibiendo aportes financieros de diverso origen y magnitud?  

Todo eso está muy bien. Jorge Semprún fue el guionista de La guerra ha terminado, realizada en 1966. Pero en 1961, Alain Resnais, había filmado El año pasado en Marienbad, con  guión de Robbe-Grillet.  

En Valparaíso, Francisco Rivera Scott,  que se formó como artista -en parte- asistiendo a las sesiones del Cine Club de Viña de Mar, me comentó que Aldo Francia les había hecho ver El año pasado en Marienbad y que la información que aquí se tenía de la filmografía de Alain Resnais era mayor a la que existía en Santiago. La razón era muy simple: había revistas de cine que llegaban directamente a Valparaíso desde Buenos Aires.  

¿Se dan cuenta que en Valparaiso, en esa coyuntura, se estaba gestando una reforma universitaria sin precedentes, en cuando al efecto social inmediato del saber en el imaginario local? Esa discución jurídica y política era contemporánea de una discusión sobre cinematografía y “puesta en abismo”. 

Es decir, que es mentira que Valparaíso, mi amor tenga que ver con el neo-realismo italiano, “con todo respeto”, sino que es una película mucho más formalista, sobredeterminada  por el  cine del Alain Resnais de 1961. Por algo, el propio título es una transposición de ese otro, Hiroshima, mon amour, que había sido realizada en 1959.  De algún modo, Valparaíso, mi amor ha sido  la hipótesis fílmica de un gran naufragio, de una gran catástrofe. 

Junto a  Chris Marker, Alain Resnais hizo Las estatuas también mueren, en 1953. Esta es una película que por su  anticolonialismo fue severamente castigada.  Estuvo censurada ocho años antes de su proyección pública. Es un documento clave a estudiar hoy día en el Valparaíso del post-Informe, sobre todo si tomamos en consideración las palabras iniciales de este documental: “Cuando los hombres mueren, entran a la Historia. Cuando las estatuas mueren, entran al  Arte. Esta botánica de la muerte es lo que llamamos cultura”. 

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