En Bogotá, el artista Mario Opazo, nacido en
Tomé y que realizó sus estudios secundarios en el Trumbull de Valparaíso, me
conduce a la librería del FCE después de hacerme visitar el Museo Botero. El
propósito fue adquirir Bajo sospecha (Una
fenomenología de los medios) de Boris Groys. Como el mismo autor menciona en la primera frase: “Este
libro ha sido escrito con la intención de responder a la pregunta de cuál es la
fuerza que sostiene los archivos de nuestra cultura y les hace durar”.
Viajo a
Bogotá después de haber asistido en el PCdV a la presentación de Repertoire, el libro de Rodrigo
Gómez-Rovira. Viajo con el efecto de esta presentación y con el recuerdo de los
términos en que se dio un debate sobre los foto-libros en la versión 2012 del
Festival Internacional de Valparaíso, del que Rodrigo Gómez-Rovira es uno de
sus principales animadores. De este modo, el cruce con las palabras de Groys no
puede ser más que inquietante y productivo, ya que en la presentación del libro
se instaló deliberadamente la confusión entre libro y archivo. Más aún, cuando
el libro está firmado por un hijo que trabaja el archivo de un padre. El libro
es de autoría de Rodrigo Gómez-Rovira, mientras que el archivo consigna los
45.000 negativos de Raúl Gómez. Bajo esta consideración, un libro es de corta
duración, mientras un archivo es de larga duración, a condición de incluir el
propio libro en un archivo. Por eso, siguiendo a Groys, “no son los libros los que forman parte
del archivo, sino los textos”. Y en Repertoire, los textos son de dos tipos:
scripturales y fotográficos. De hecho, la línea sobre la que se sostiene la
narración visual, valga la redundancia, es la propia visualidad de la letra de
Raúl Gómez, signada en su agenda. ¿Qué recoge una agenda? Un emploi-du-temps (uso del tiempo) Una
agenda de exilado que nunca quiso hacer cosas muy definitivas en Francia, para
tener que regresar. Testimonio
gráfico de un Emploi-du-temps
destinado a Tuer-le-temps, programando de modo
implícito el archivo de la espera. Por eso, ante la pregunta de qué es lo que
más desea en un momento determinado, Raúl Gómez declara: Deseo tener una Nikon F3. ES decir,
deseo tener un aparato de mejor calidad para seguir registrando la espera. Y la
espera terminaba. Podía regresar. Y con él, los 45.000 negativos. Para cerrar
el ciclo de la expansión, ya que había salido de Chile llevando en sus
pertenencias, una foto que en el libro adquiere un carácter matricial.
A estas alturas ya es una foto que ha
hecho su historia. La familia Gómez-Rovira aparece retratada junto al
Presidente Allende, el 21 de mayo de 1973. Esa foto fue llevada al exilio y fue traída de
vuelta. Rodrigo Gómez-Rovira, fotógrafo, era el único que podía hacer la
operación de registro de la expansión. La invierte en el libro como “escena de
origen”, y le agrega dos más: una, en que aparece él mismo, de niño, detrás de
una cámara, simulando tomar una foto. Esta foto fue tomada por Raúl Gómez. Es
la foto en la que definió el destino de Rodrigo. O más bien, registra el
momento en que Rodrigo se pone para la foto de su padre, simulando hacer de
fotógrafo, siguiendo el juego del padre, que domina el dispositivo de captura. Retiene
la imagen del hijo como sustituto de la imagen del país perdido. Instala la posibilidad
y el mandato: te fotografío para que me mires como te fotografío. Y luego, la
otra foto, en que aparecen sus padres, posando para él, en un encuadre a lo
menos dislocante, teniendo de fondo un cerco de madera manchado. ¿Qué podemos
decir de esas manchas? De modo que
con estas tres fotos, Rodrigo produce un ensayo de su acceso a la fotografía,
distribuyendo por exceso las pruebas del exilio, según dos ejes: uno, doméstico
(espacio interior de familia en el exilio, con los detalles que horadan nuestra
mirada; es decir, esos afiches de concierto de Quilapayún, o las tomas de la nature morte del desayuno), otro,
público (retrato de tareas de solidaridad, de hombres en overol con brochas en
la mano rellenando la imagen de unos puños). Ahora bien: el libro de Rodrigo
establece el rango de un elaborado trabajo de duelo, porque lo que pone en
(e)videncia es el exilio de la fotografía, a través de un ensayo que
aparentemente, entre otras cosas, se configura como un libro de fotografía del
exilio. Es decir, búsqueda de la memoria del padre y de su ausencia; memoria y
reclamo del dolor por su imposible preservación. Se produce un libro para
extinguir toda intensidad emotiva y para preservar la memoria de esa extinción.
El libro delimita el espacio de lo que sobrevive. Quien mira es, siempre,
sobreviviente. Sobre-vivir. Hacer un-libro-sobre-vivir. Sobre cómo Raúl
Gómez escribió sobre vivir en un repertoire
cuyo título Rodrigo confisca para dar nombre al objeto destinado a sostener
el relato de su propia novela de origen
en la fotografía.
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