La
hipótesis de la edición como espacio sustituto en el campo del arte hace su
camino. Hemos presentado el jueves 22 de agosto en el PCdV el libro Tamarugal, de Rosell Meseguer y Rodolfo
Andaur. No es un libro de artista.
No es un catálogo. Es un ensayo visual complejo en formato libro, que reúne la
persistente preocupación de Rosell Meseguer por los archivos. Esa sola razón
bastaba para hacer esta presentación: producción de archivo. Para servir de modelo portátil a los
archivos locales realizados por artistas que cometen el grave fallo de operar
su manejo doloso.
Es
impresionante ver cómo los muralistas de cuarta clase que asolan la ciudad
carecen de la mínima información sobre lo que se juega en la puesta en forma de
un imaginario local. En la medida que sostienen el rol de bufones gráficos de la cla se política para la que
trabajan, sacando las castañas con
sus manos, habilitan la extorsión con que erigen la representación de su
carencia de poder. El resultado es
patético, porque nivelan por lo bajo, manifestando con orgullo la reproducción de su calculada y complaciente
ignorancia. La persistencia
del bufón es un residuo de los carnavales montados para subsidiar los ejercicios de sobrevivencia de tribus
urbanas que hicieron de la dependencia institucional un negocio.
Hacer
libros, en Valparaíso, supone montar una plataforma de trabajo editorial
extraordinaria. No es una cuestión (solo) de dinero, sino de criterio. El
dinero (sobre)viene con el criterio.
Más por el lado de la PYME que por el lado de la concursabilidad. ¿Por qué no se entiende la producción
editorial como una inversión en si misma? Esto es lo que se llama construir un
público. Producir condiciones locales de lectura es el objetivo de una política
de ediciones como espacio de arte sustituto.
Producir
lectura significa realizar un gran esfuerzo de interpretabilidad local de los procesos que condujeron
por ejemplo, a la construcción del propio PCdV. Sin embargo, la exigencia de interpretabilidad tiene que ver
con una hipótesis que he planteado hace unos meses, concerniente a la
inexistencia de tradición muralística en Valparaíso. Vuelvo a repetir: el
muralismo ha sido una imposición de
tribus urbanas disponibles para el decorado público que requería la carnavalización-que-no-.cesa.
En mi
hipótesis estaba la comparación con la escena de Concepción, que se muraliza
desde 1949. De esta comparación proviene la certeza de que Valparaíso se hace
refractario al muralismo pictórico porque construye una cinematografía que
diagrama la representabilidad de su imaginario. De aquí se puede deducir que el
muralismo actual es una imposición formalmente regresiva, que opera de manera
autoritaria la sinonimia entre arte callejero y espacio público.
El libro va
contra el arte callejero, porque requiere de unas condiciones de intimidad mínimas para instalarse como objeto de
un deseo de lectura. El arte callejero es la excusa solapada de los malos
ilustradores de ilusiones transferidas y orgánicamente rebajadas.
He
sostenido que la política del impreso
es la única política simbólicamente eficaz para combatir la
mediocrización del espacio público. El libro exige intimidad, como digo, pero
sobretodo, instala una relación personal con un objeto al que está asociado un
pequeño dispositivo de secretaría. En el Metrotren, el libro establece un
límite de privacidad que se escenifica en lo público. En un café, el libro
promueve la distancia social que favorece la concentración sobre la letra, negociando una zona de tolerancia
con el imperio de la oralidad de carácter. Hay mucha habladuría. El libro, la
lectura, conducen a la escritura;
o sea, redefinen las condiciones de circulación de una oralidad indocumentada.
Padecemos el autoritarismo de la indocumentación. Ahora: existen oralidades de
una complejidad extraordinaria,
que reconocemos bajo el
nombre de cultura popular erudita.
Algo de eso sabemos en el PCdV a
partir del ciclo El cuerpo de la voz,
que implementamos en el PCdV durante el 2012.
Para
re/poner en perspectiva el libro de Rosell Meseguer y Rodolfo Andaur, menciono
la importancia que tuvo en la presentación del jueves 22 la cita que ésta hizo
al Atlas de Richter (1964-1969-1989) ,
como un referente de su trabajo. Un
libro remite siempre a otro libro. Rosell apunta a los usos sociales de la
fotografía, entre los cuáles privilegia el álbum familiar, donde yuxtapone la
construcción de identidad pública con la construcción de identidad privada. Lo
cual, inevitablemente nos conduce al Atlas
Mnemosyne de Aby Warburg (1925), de quien ya hemos hablado.
¿A qué
apunta todo esto? A la consecuencia de una política de archivo que desde el
PCdV hemos colaborado a montar. Sin ir más lejos, debo mencionar la exposición
de la Colección Alfredo Nebreda, el año pasado, en el marco del FIFV. Y ahora,
en noviembre, recibiremos la visita de Rosangela Renno, artista brasilera, que
viene a trabajar sobre la noción de archivo, gracias a la colaboración de
Verónica Troncoso (Facultad de Artes de la Universidad de Chile).
Rosangela
Renno ha estado en Chile. La invitamos al Coloquio
Del documento al Monumento, que tuvo lugar en marzo del 2006 en el CCPLM.
Esa fue la ocasión en que fue lanzada la hipótesis de trabajo para una Trienal
de Santiago. Obviamente, después de haber recibido el portazo en la cara al
intentar reflotar la Bienal de Valparaíso. Por esta y otras razones me complace
repetir que mi trabajo en la dirección general del PCdV es la continuación de
la hipótesis sobre la que fue montada la Trienal de Chile, en torno a dos ejes:
producción de archivo y fortalecimiento de escenas locales. Pues bien:
Rosangela Renno vendrá a Valparaíso para trabajar sobre la noción de producción
de archivo.
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