Muy
cerca, una de la otra, las galerías Vitrina y
Subterráneo
producen la tensión
visual de la cuadra, a un costado del edificio de la Intendencia. El sábado 19, en Vicente Vargas
Estudió se
inauguró una
muestra de Duclos y Cespedes, que forma parte del proyecto Los Nuevos
Sensibles. Si agregamos Casa E, entonces tenemos que en Valparaíso existe un circuito acotado,
que se instala entre en una institucionalidad doméstica y que debiera alcanzar
unos logros que sellarían una cierta autonomía regional, si agregamos las iniciativas de Antofagasta y
de Concepción.
De todos
modos, no hay que cantar victoria todavía. La internacionalización de las experiencias
regionales es la única
alternativa para fortalecer este circuito. Sabemos que los únicos que están en condiciones de hacerlo
son Los Nuevos Sensibles y los Pintores Portugueses. El resto de los espacios
permanece en un nivel local de auto complacencia blanda.
Es decir,
el éxito
del circuito doméstico
depende de las condiciones en que abandone la domesticidad, tanto de las obras
y como de la gestión. Al menos, la Vitrina y el Subterráneo exhiben artistas de
probada trayectoria plástica. Notese que escribí plástica y no artes visuales.
Aparte de Vicente Vargas y Casa E, no hay que especular. Valparaíso es una plaza compensatoria
donde vienen a exponer artistas que desean escapar de una escena metropolitana
paralizada por el reparto bloqueado de las oportunidades.
Al menos,
en el caso del Subterráneo, Rodrigo Bruna se ve obligado a realizar una pieza que
no podría
montar en Santiago. Valparaíso lo conduce a pensar de una forma que respeta el lugar de
la galería y
de la ciudad. Sobre todo, de la ciudad, en esta coyuntura definida por la
visita ritual de la comisión UNESCO. Bruna ejecuta un stencil sobre el suelo de la
galería
usando tierra negra. La imagen en alto contraste proviene de un fondo
patrimonial ya ajustado.
En el
Subterráneo,
Bruna realiza una excavación destinada a abrir un pasadizo que atraviesa en
transversal la galería, buscando convertirla en el acceso a un cauce. Saca
tierra para poner en evidencia el subsuelo como indicio trágico del olvido de la ciudad.
En verdad, echa tierra encima de las evidencias que trae consigo una imagen
latente. Aunque más que
tierra, parece ceniza. Imágenes de ceniza que subrayan una historia de la quema del
referente, Valparaíso, en su cauce. Si bien, del cauce al calce no hay un
paso. El stencil de Bruna deja pasar el polvo y lo deposita como una deuda
externa y profunda.
¿Cómo convertir el cauce de la
imagen latente en el cimiento de un estallido simbólico que debe verificarse en
la Vitrina de arriba, en la calle? Esta vendría a ser una representación local de una depresiva poética del espacio, que se
confirma en la disposición pictórico-objetual que Antonio Guzmán realiza como si
reconstruyera el desván donde se fondean los objetos más complicados de una historia
familiar, de la enseñanza. !Venga el burro! Los taburetes sostienen sobre su
plataforma la prueba de la falicizacion de la enseñanza de arte.
Rebajemos
la violencia del cuadro. Guzmán, en la Vitrina, falabelliza el impulso pedagógico para completar la última lección de las artes de la excavación que Bruna imprime por
sustracción en
la franja de tierra en el Subterráneo.
Antonio
Guzmán en
la Vitrina logra disponer un programa de pintura que sólo es comprensible como efecto
directo de su trabajo local, pero que ha instalado como una marca, en la figura
escolar del maestro como un burro de proyecciones universales. Quiroga, en Casa
E, pudo trabajar con una elegancia que ya en Santiago no es admisible. Esta es
la ventaja de Valparaíso. Acoge a Quiroga y a Bruna, devolviéndoles a Guzmán y los artistas emergentes
del proyecto Pan Batido la ilusión de una autonomía relativa. En estos momentos, Emilio Lamarca se encuentra
en La Paz, apoyando este proyecto, que ha sido incluido en la bienal Siart.
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