Acabo de
regresar de Bogotá. El año pasado formé parte del jurado que determinó el
premio de crítica (2012) de
Colombia. Este año fui invitado a la presentación del libro que consigna los
ensayos ganadores.
El primer
premio correspondió a Claudia Díaz, con un ensayo destinado a la transcripción
como desafío a la ley editorial. Habría una hegemonía de la ley editorial como
soporte de las escrituras de legitimación. Como verán, la situación colombiana
supone la existencia de una masa crítica discursiva de la que no disponemos en
nuestro país. Hablé de crítica colaborativa, en la entrega anterior. Pero es otra la situación. En
Colombia, lo colaborativo tiene otro curso. Ahora, el punto es que existe un tipo
de escritura que garantiza el
actual destino del arte contemporáneo, que habría abandonado el espacio de la
creación para convertirse en voluntad de
gestión. La creación habría
sido desalojada por la
institucionalización generalizada; en definitiva, lo que afirma es que el arte ha sido desalojado por la cultura. Y que la cultura de la
institucionalización generalizada ha sustituido la voluntad creadora por la
voluntad de gestión. Eso sería todo.
Ayer, en una reunión con un grupo de personas reunido para lanzar ideas sobre la eventual realización de
la exposición de un artista ya fallecido, ganó una hipótesis que puede tener un
resultado fatal para la escritura sobre arte. Las exposiciones son susceptibles
de ser financiadas solo si poseen un rédito definido para el que estaría
dispuesto a invertir (auspiciar). Este rédito se desentiende de la presencia
misma de las obras. Lo mejor sería un espectáculo audiovisual, montado a partir
de la obra del artista. Las
exposiciones ya no son atractivas, es verdad, para un público masivo. Hasta
ahí, todo podría funcionar.
Lo grave viene ahora: el audiovisual expondría un sentido de la obra del
artista que no estaría suficientemente fundamentado por los estudios de
arte. El espectáculo vendría a
sustituir la falta de argumentación, puesto que no ha habido suficiente
atención crítica sobre el mencionado artista. El montaje anticiparía la validez
de una argumentación insatisfactoria. El espectáculo instalaría el encuadre de
una interpretación que se haría dominante, sin que el espacio crítico haya
alcanzado a poner en duda la decisión ideológica sobre la que se basaría el
montaje audiovisual.
Esta es una derrota de proporciones. La gestión medial de lo financiable
pasa por encima del trabajo
crítico. No hay nada que hacer.
Salí de la reunión, conectándola con la trama de la novela que terminé de leer durante el vuelo de regreso: El hombre que amaba a los perros, de Leonardo Padura. El tema, entre otros, era el manejo de la verdad histórica.
Cruzando la plaza frente a la Intendencia, cuando me dirigía al Cariño
Malo para almorzar, me encontré con un brillante historiador santiaguino que se
acaba de comprar un departamento en la ciudad. Le comenté mi reciente
experiencia y se rió en mi cara. La historia no hace más que acomodar el relato
del pasado al servicio de las conveniencias del presente. Pero al menos, convinimos, en que había una manera diligente de hacerlo. ¿Dónde estaría la
diligencia? En el método de interpretación.
El montaje audiovisual instala se instala como un método de
interpretación por si mismo y
domina sobre el trabajo de investigación. La novela de Padura instala el
imperio del manejo de la verdad, bajo la reconstrucción de unas políticas de verdad que ponen el acento en la impiedad de la
victoria. Pensé de inmediato que
en el caso del montaje financiable que sustituiría la exposición del mencionado
artista, lo que ocurría era el montaje de una impostura analítica sin
contrapeso.
Regreso al ensayo de Claudia Díaz, para recuperar el hilo de su
argumento: hoy día, lo que domina es la voluntad de gestión. Es decir, el arte
contemporáneo no es más que voluntad de gestión. En cambio, el manejo de la interpretación de la
historia es un atributo de quienes sostienen la industria de la gestión de
los imaginarios. Frente a ese modelo quedamos en una posición de extrema
fragilidad, defendiendo la validez de procesos que pondrían el acento en los protocolos de aparición de las
obras; sobre todo, en cómo se generan las imágenes, siguiendo
las filiaciones formales y reconociendo las capas y estratos de información. Es decir, reconstruyendo sus
“influencias” efectivas. Lo que ocurre es que inventamos las “influencias” que convengan para convertir una
iniciativa en un proyecto financiable.
De ahí que tengamos que someternos a la evidencia de que la historia la
escriben aquellos que financian su
reproductibilidad en el imaginario
de las Naciones. .
No hay comentarios:
Publicar un comentario