En La Juguera Magazine de octubre aparece un artículo de Pedro Sepúlveda, titulado El desborde. Es la segunda vez que leo una crítica local sobre la "decisión poética" que sostiene al Museo a Cielo Abierto. La primera le correspondió a José de Nordenflycht, en un artículo que escribió hace unos años sobre el estado de la musealidad en Valparaíso. En general, son pocos los que se arriesgan a analizar este tipo de fenómenos.
Discrepo de Pedro Sepúlveda cuando afirma que la PUCV "fundó una práctica que en la actualidad se ha desbordado". Es que no hay desborde. Simplemente es una falla poética, efecto de una “poética fallida”, que no es posible reconocer como una "fundación" sino como un derrumbe que no ha sabido medir sus consecuencias. Eso no fue un desborde sino un grave error académico. Ahora bien: este es un error académico que ha quedado impune.
Discrepo de Pedro Sepulveda en otra cosa. No es efectivo que se desconozca la lógica histórica del muralismo chileno. Lo afirma en mi contra, puesto que soy el único que habla de eso. (Además, no nos acompañó en el viaje a Chillán, a visitar la Escuela México). Bromas aparte, ante tanto discurso emergente en el arte, prefiero desempolvar los libros viejos. Hay que volver a leer los viejos buenos textos de referencia.
Lo que quiero decir fraternalmente es que hablar sobre el muralismo histórico chileno es ofrecer a la docta ignorancia de los pintores actuales de murales, la posibilidad de acceder a un rango de información que debiera habilitar su verguenza.
Sin embargo, en lo que estoy absolutamente de acuerdo con Pedro Sepúlveda es que no hay discurso contracultural en las actuales deposiciones pictóricas a las que hacemos alusión. Lo que hay es un grave incumplimiento de deberes por parte de una autoridad que no se pone límites en las relaciones entre turismo y cultura, sometiéndose sin transición a la extorsión de artistas que saben que solo en esta ciudad pueden exhibir su indigencia formal. Eso es lo grave. La indigencia artística de los pintores de murales y la legitimación autoritariamente desinformada de la autoridad se corresponden y se consolidan.
Participé en el documental al que alude Pedro Sepúlveda. Celebro el esfuerzo de sus directores. Me arrepiento de haber participado. Ya sabía de antemano que me arrepentiría. Mi posición fue neutralizada mediante el recurso de la igualización medial que terminó por legitimar el discurso de los muralistas. El recurso -bastante maldito- fue el de invitarnos a algunos para formar parte de una comparsa de acompañamiento, destinada a habilitar por contigüidad el discurso de un otro ya definido como "héroe popular", con lo cual, el documental -a final de cuentas- termina operando como plataforma implícita de validación de una figura marginal ya construída como positividad expresiva. Pero ese es el costo que se paga cuando se participa en este tipo de formato editorial. Ya lo sabemos. No hay cómo evitarlo. Ciertamente, no participando.
Porque al final, todo nuestro trabajo por elaborar una distinción formal, a la que alude el propio Pedro Sepúlveda como una necesidad, es banalizada por la exhibición de argumentos en provecho de un "arte callejero" que se ha convertido en un nuevo paradigma de la decoración pública. No hay nada más convencional que el arte callejero.
Se puede entender que las palabras de Pedro Sepúlveda sobre Tuga apunten a forjar nuevas alianzas entre agrupaciones culturales, pero más allá de eso, no es suficiente con hacer referencias al Tuga como un artista preocupado en elaborar distinciones, porque él también es metido en el mismo saco de una generalización que termina nivelando siempre por abajo.
Coincido con Pedro: Tuga demarca y delimita su espectáculo de acuerdo a unas reglas estrictas de teatro callejero. Pero exagera, sin duda, al hablar de una tradición. Lo que plantea Pedro, finalmente, es que el rigor de Tuga pudiera ser traspasado a los muralistas. Ese es un excelente punto. Pero los muralistas saben que no deben recibir ese traspaso. Y en ese punto, ciertamente, Tuga se levanta como un contra-muralista, por actitud y por infracción narrativa.
Ahora bien: es grande mi malestar cuando debo trabajar con gente que aprovechando la plataforma del Parque, al mismo tiempo legitiman iniciativas de "intervención" -protegidos por la cobertura simbólica del propio Parque-, y colaboran con el desmantelamiento de nuestro propio esfuerzo de distinción.
Pedro Sepúlveda insiste en la necesidad de la distinción. ¡Qué duda cabe! Se nos viene encima otro festival de intervenciones baratas, que bajo la excusa de la facilitación y el "acceso", no hacen más que reproducir la falta de rigor.
fantastico , totalmente de acuerdo , hace tiempo que no tenia tanta afinidad con un texto, me queda la pregunta, que se hace con el museo a cielo abierto? re enaltece, se ennoblece, se borra?
ResponderEliminarMe parece relevante el planteamiento de Justo Pastor Mellado, en relación a la necesidad de establecer distinciones con respecto a la práctica del muralismo, excerbada, desde lo expuesto, en Valparaíso hoy en día.
ResponderEliminarSin embargo, me asaltan una serie de cuestiones al respecto. Primero, desde donde se hace la distinción. Desde la misma historia del muralismo en latinoamericana y en Chile, pareciera ser la respuesta. Pues bien, habría que generar canales de difusión de esa tradición, crear grupos de investigación sobre las diferentes aristas que cruzan esta práctica. En fin, en tanto centro cultural de una ciudad como Valparaíso, debería haber una preocupación por este aspecto. Porque, a la contraria, el juicio se emite desde otros lugares que no comprenden e invalidan a priori esta práctica artística, política y cultural.
Segundo. Quién hace la distinción. Evidentemente, en directa correlación con la primera. Desde la modernidad en adelante son los mismos actores de un campo determinado los que delimitan el modo como ese campo define sus políticas de trabajo internamente. Es lo que se llama la "autonomía" del arte. La pintura, lo hizo,la literatura lo hizo, el cine lo ha logrado hacer, entonces, debe haber una suerte de constitución de un campo propio de los muralistas, de manera tal que ellos mismos definan el valor de su práctica. Y si bien en el artículo sólo se hace mención de los "malos" exponentes, los hay de calidad también. Entonces, el Parque Cultural de Valparaíso sería un lugar adecuado para generar el debate necesario que permita ir fijando criterios que de alguna manera determinen las normas de la práctica.
Por último, me parece que simplemente denostar esta práctica no aporta en nada el libre ejercicio de la expresión de individuos que se sienten marginados de los procesos de crecimiento, desarrollo y expansión de la ciudad-puerto de Valparaíso.
No considerar la arista política de esto, lo que va desde el tradicional muralismo ideológico, pasando por una suerte de copamiento de territorios por grupos marginalizados, hasta medidas de emergencia para evita los tags y "firmas" individuales e individualistas, no permite tener una real comprensión del fenómeno, que está aquí y no se resuelve con represión, que es lo único que han hecho las autoridades cuando las presionan, porque no saben que hacer.
Braulio Rojas Castro
Profesor de Filosofía.