En un comentario a una de las entregas anteriores, una lectora me hace la siguiente
pregunta: “¿Que puede garantizar que la Autoridad lea de otra manera el territorio?”.
La pregunta se inscribe en el debate sobre las relaciones entre Saber y Poder en
Valparaíso. Sin embargo, apunta a exigir precisiones sobre qué saberes y qué poderes
están en juego. Por un lado, existe el saber de quienes han levantado una Teoría Local
sobre la ciudad, desde sus dimensiones patrimoniales, urbanas, sociales, etc. Eso es
tener algo más que una “masa crítica”, sino disponer de un pensamiento elaborado, que
existe, que se ha instalado a partir de un gran conocimiento etnográfico del territorio, por
decir lo menos. Y cuando me refiero al Poder, lo hago para designar la trama articulada de
poderes inter e intra-institucionales, en cuya consistencia se afirma la gobernancia de la
ciudad.
Existe un “saber” de ese Poder que consiste en la “producción de formas de reproducción”
de sus propias posiciones en el seno de unos aparatos que son verdaderos “cotos de
caza”, desde los cuáles se montan las tramas suplementarias de control de poblaciones
mediante una programación jerarquizada del “don”. Esta es una conducta que adquiere
rasgos de gran transversalidad y que afecta directamente el blindaje de las variadas
formas de dominio y extorsión que caracteriza el cotidiano de quienes sostienen el Poder
en la escena regional.
De este modo, se avanza hacia una forma extremadamente peligrosa de convivencia, que
es cuando la subjetividad de una ciudad, por ejemplo, desestima la credibilidad de su
clase política local, llegando a plantear una situación de crisis ética y moral de tal
envergadura que afecta, digámoslo así, la flotabilidad de las estructuras de cohesión
mínima en lo social.
Esto es muy grave porque denota que frente a una crisis de dimensión colosal, los
habitantes son compelidos a aceptar con “satisfacción” que los militares salgan a la calle y
sean quienes garanticen la cohesión amenazada. Nadie ha dicho una palabra sobre el
hecho que la Emergencia fue enfrentada, virtualmente, como si la ciudad estuviese bajo
Estado de Sitio. No son pocas las personas que manifestaron un gran sentimiento de
angustia ante el despliegue militar y guardaron su ansiedad porque ante la amenaza del
caos, siempre termina por validarse la hipótesis del “último recurso”.
Esta es una de las razones de por qué la aparición de voluntariado es un síntoma
extremo de la desconfianza absoluta en los Representantes. Las iniciativas autónomas,
por inorgánicas que fueran, pudieron de manifiesto una “politica de la proximidad”, que
consiste en dar prueba efectiva de que si bien “no te voy a resolver el problema mayor,
estoy contigo en la reparación inmediata en el “cuerpo a cuerpo” de la emergencia.
Este es otro tipo de Saber que quedó instalado: el saber del dolor. Como me decía hace
unos días un estudiante de arquitectura, esta ha sido la mayor concentración política del
movimiento estudiantil. Apuntaba al hecho de que esta situación suplantó la lógica de
Estado de Sitio por la Práctica de la Convivialidad.
Esto que describo se puede llamar Micropolítica. Pero no es suficiente para que el Poder
nos dé las garantías de leer de otra manera. Este Poder Local no da garantía alguna de
acceso al Saber del Territorio. Su poder reside justamente en impedir toda garantía y
operar como bandas tribales al mando de jefes-caudillos voraces que viven del “saqueo
regulado” y del nepotismo compensatorio.
Estamos muy lejos de las tesis de Pierre Clastres cuando escribe en su famoso ensayo
“la desgracia del guerrero salvaje”, sobre las condiciones de la “jefería primitiva”, en que
era posible reconocer al Jefe (verdadero) en aquel que ejercía poderosamente su
“carencia” de poder. Lo cual se conecta con este chiste italiano, en que a un viejo político
democratacristiano le preguntaron si el poder corrompía, a lo que este respondió que
efectivamente corrompía, a quienes no lo tenían.
Si pensamos en esto, entonces, quienes han levantado un Saber de la Catástrofe, desde
su anuncio, desde su anticipación, desde su advertencia, poseen un Poder que se ha
puesto en relevancia en estos días. Lo que está ocurriendo en la ciudad es un
desplazamiento, no de ejes de manejo, sino de zonas de reproducción de habitabilidades,
en la primera línea de resistencia de los cuerpos. Y esto es absolutamente nuevo. A la
lógica del Estado de Sitio, se responde con una cierta política de a amistad cívica. Esto
significa, que los vecinos ejercen el micropoder de sus saberes cotidianos. ¿Por cuanto
tiempo?
No hay garantías de que la Autoridad lea de otra manera el territorio. Esas otras maneras
se van a establecer solo ante el temor al desalojo, porque las modificaciones de la
topografía ha limitado la superficie sobre la cual era pensable restituir el derecho a una
vivienda.
La Autoridad se expone en su ineptitud, porque no conoce el territorio. Ha producido la
noción “tener cerro”, porque reproduce la dependencia tribal del don. No conoce el
territorio sino como objeto de administración en provecho de la banda. La gran ventaja de
quienes han instalado formas incipientes de proximidad cívica de nuevo tipo, es que se
pone de manifiesto el Poder efectivo de unos Saberes que bajo la forma de una Teoría
Local están señalando la posibilidad real de montar estrategias de reconstrucción del
“sistema de vida” que fue calcinado. Hablando en “antiguo”, ese sería el objeto de
nuestra lucha.
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