Durante el gobierno de Allende, la derecha se reía de los
ministros obreros. Se inventaron toda clases de chistes. En definitiva, ésta pensaba que no estaban habilitados para
ser ministros. Era una idea de exclusión
muy consistente.
Ahora, hay una actitud
similar respecto del DJ Mendez. Lo
crucificaron por lo exhibir diplomas de escolaridad completa, cuando hay
quienes en posesión de muchos certificados de estudios han quebrado la Ley, pero siguen siendo reconocidos como
ciudadanos respetables. De este modo, la sola figura de DJ Méndez les
parece insostenible, aberrante, inconcebible.
¡Pero si es tan solo un rapero! Un indigno. Un kuma. Ha estado en la cárcel. Bueno: hay tipos de la
Nueva Mayoría que debieran estar en la cárcel y a nadie la parece insostenible.
Por el contrario, circulan por los pasillos de la Intendencia.
Han olvidado que DJ Méndez tiene derechos. Una cosa es no estar de
acuerdo, otra cosa es descalificarlo por sus estudios irregulares y porque
viene del cerro Barón. Si se piensa bien, es un logro que debiera ser
reconocido. Eso lo saben los políticos
tradicionales del PPD, que advierten la necesidad que un “choro” los
represente, allí donde ellos han perdido toda posibilidad de dar la cara.
El choro es un residuo patrimonial inmaterial en Valparaíso,
que remite a la “memoria social” de los estibadores del modelo de producción portuaria que ha
naufragado y que solo puede exhibir las sedes de los viejos sindicatos, como
“lugares de una memoria perdida”.
DJ Méndez representa al “nuevo choro”, que se levanta como
la voz cantante de los postergados
por los políticos de “La Boutique”. En
una sola entrevista, con un solo mote, los hundió. Se refería al Pacto La
Matriz, que rechazó la oferta de Lagos Weber. Entonces vino DJ Mendez y
completó la agresión verbal con una eficacia que nadie había calculado. De este
modo, transformó la campaña en una ostentación estética menor de la gran escena
de la lucha de clases porteña, en que por un lado tenemos a los “choros” y por otro lado
a los “pitucos”, que ya cometieron el error de sostener un discurso xenófobo,
demonizante y clasista en contra de DJ Méndez, que de paso, les respondió en
consecuencia, porque frente a la “política de boutique”, él pasó a defender la
“política de los almacenes”, aún cuando su primera conferencia de prensa la
hizo teniendo como telón de fondo la trama publicitaria de un Mall. Pero ese es
un signo de la mayor relevancia, porque aquí puede pasar lo que con el Mall de
Castro (Chiloé), como efecto de “identidad plebeya”.
El otro gran descalificado en esta operación es Pinto-el-inefable, que ahora se va a tener que
enfrentar a un tipo que lo puede efectivamente desplazar en el imaginario viril
de los cerros. Pinto es un antiguo
caudillo que invierte mucho tiempo en tomar tecito con las veteranas (con todo
respeto). Esta es la leyenda ordinaria. La barbarie en política no hay que
atribuírsela a DJ Méndez; esta ya ha sido suficientemente instalada por
Pinto-y-sus-secuaces.
DJ Méndez, como me lo ha señalado un amigo escritor, no
necesita hacer “puerta a puerta” ni tomar tecito. El ya entró en las casas a
través del Reality. El mismo es un personaje medial que ha convertido la noción
de candidato en operador del imaginario
televisivo, expandiendo de manera radical el concepto de calle y de cerro que
maneja Pinto. Y se lo va a comer con
zapatos, porque su gestualidad discursiva y la elocuencia choriza no apunta a
las veteranas, sino a las nuevas capas de mujeres, muchas de ellas jefas de
hogar, que dibujan el nuevo “mapa del
deseo” en la sociedad de los cerros.
La mejor imagen de si, la tiene DJ Méndez en sus tatuajes
faciales, porque remiten de manera
mínima al indio arponero de “Moby Dick” y declara una política visual que
concentra hacia el cuerpo lo que actualmente se ha convertido en un delirio
graffitero mural. El hombre es ejemplar
en este sentido porque demuestra que el “muralismo” lo porta consigo, en la primera línea –no de
la fachada- sino de la carne. El
representa una nostalgia de viejo
tripulante, entre matutero y tránsfuga social,
al borde de una legalidad que maneja a su antojo y que concentra la
monumental vindicación de un tipo de
rencor colectivo que exhibe a flor de piel las humillaciones de
que es objeto de parte de los agentes de “La Boutique”.
Ahora, la derecha no se ríe de un candidato como éste. Lo
necesita. El PPD es la derecha accionar que se da a conocer con un léxico de
izquierda. Es más: de una izquierda
in-operativamente pituca y
moralizante, que no ha podido retener una xenofobia que no hace más que expresar el horror ante el
levantamiento de la “barbarie”. El purismo patrimonialista se revela como una
plataforma ideológica en extremo reaccionaria, que apela al estatuto de “limpieza
de sangre”. Esto conducirá a que los
habitantes del Cerro Alegre y del Cerro Concepción interpongan un recurso de protección
en contra del “resto” de la ciudad, por incumplimiento de las exigencias mínimas
del Protocolo de UNESCO, en cuanto a
mantener la pobreza en condiciones recuperables para un turismo cultural
destinado a comunidades migrantes desfallecientes.
Lo que no resta a DJ Méndez de responsabilidad alguna en la
necesaria impostura de sus propias posturas: “no soy ni de izquierda ni de
derecha; soy mendista”. Lo cual adquiere
pleno sentido a partir de la
banalización jocosa de la poesía de
Nicanor Parra. Puesto que lo que inquieta y fascina a la vez, es constatar
de qué manera un personaje que usa los medios audiovisuales más convencionales, aloja los sentimientos más arcaicos y, por eso
mismo, más infractores, para redistribuir las fuerzas en presencia en un mapa
que desde el domingo pasado ya no es el mismo.
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