miércoles, 22 de junio de 2016

MOBY DICK


Durante el gobierno de Allende, la derecha se reía de los ministros obreros. Se inventaron toda clases de chistes.  En definitiva,  ésta pensaba que no estaban habilitados para ser ministros.  Era una idea de exclusión muy consistente.

Ahora,  hay una actitud similar respecto del DJ Mendez.  Lo crucificaron por lo exhibir diplomas de escolaridad completa, cuando hay quienes en posesión de muchos certificados de estudios han quebrado  la Ley, pero siguen siendo reconocidos como ciudadanos respetables.   De este modo, la sola figura de DJ Méndez les parece insostenible, aberrante, inconcebible.  ¡Pero si es tan solo un rapero!   Un indigno. Un kuma.  Ha estado en la cárcel. Bueno: hay tipos de la Nueva Mayoría que debieran estar en la cárcel y a nadie la parece insostenible. Por el contrario, circulan por los pasillos de la Intendencia.  

Han olvidado que DJ Méndez  tiene derechos. Una cosa es no estar de acuerdo, otra cosa es descalificarlo por sus estudios irregulares y porque viene del cerro Barón. Si se piensa bien, es un logro que debiera ser reconocido.  Eso lo saben los políticos tradicionales del PPD, que advierten la necesidad que un “choro” los represente, allí donde ellos han perdido toda posibilidad de dar la cara. 

El choro es un residuo patrimonial inmaterial en Valparaíso, que remite a la “memoria social” de los estibadores del  modelo de producción portuaria que ha naufragado y que solo puede exhibir las sedes de los viejos sindicatos, como “lugares de una memoria perdida”. 

DJ Méndez representa al “nuevo choro”, que se levanta como la voz cantante de los postergados por los políticos de “La Boutique”.  En una sola entrevista, con un solo mote, los hundió. Se refería al Pacto La Matriz, que rechazó la oferta de Lagos Weber. Entonces vino DJ Mendez y completó la agresión verbal con una eficacia que nadie había calculado. De este modo, transformó la campaña en una ostentación estética menor de la gran escena de la lucha de clases porteña, en que por  un lado tenemos a los “choros” y por otro lado a los “pitucos”, que ya cometieron el error de sostener un discurso xenófobo, demonizante y clasista en contra de DJ Méndez, que de paso, les respondió en consecuencia, porque frente a la “política de boutique”, él pasó a defender la “política de los almacenes”, aún cuando su primera conferencia de prensa la hizo teniendo como telón de fondo la trama publicitaria de un Mall. Pero ese es un signo de la mayor relevancia, porque aquí puede pasar lo que con el Mall de Castro (Chiloé), como efecto de “identidad plebeya”.

El otro gran descalificado en esta operación es  Pinto-el-inefable, que ahora se va a tener que enfrentar a un tipo que lo puede efectivamente desplazar en el imaginario viril  de los cerros. Pinto es un antiguo caudillo que invierte mucho tiempo en tomar tecito con las veteranas (con todo respeto).   Esta es la leyenda ordinaria.  La barbarie en política no hay que atribuírsela a DJ Méndez; esta ya ha sido suficientemente instalada por Pinto-y-sus-secuaces. 

DJ Méndez, como me lo ha señalado un amigo escritor, no necesita hacer “puerta a puerta” ni tomar tecito. El ya entró en las casas a través del Reality. El mismo es un personaje medial que ha convertido la noción de  candidato en operador del imaginario televisivo, expandiendo de manera radical el concepto de calle y de cerro que maneja Pinto.  Y se lo va a comer con zapatos, porque su gestualidad discursiva y la elocuencia choriza no apunta a las veteranas, sino a las nuevas capas de mujeres, muchas de ellas jefas de hogar, que dibujan el  nuevo “mapa del deseo”  en la sociedad de los cerros.

La mejor imagen de si, la tiene DJ Méndez en sus tatuajes faciales,  porque remiten de manera mínima al indio arponero de “Moby Dick” y declara una política visual que concentra hacia el cuerpo lo que actualmente se ha convertido en un delirio graffitero mural.  El hombre es ejemplar en este sentido porque demuestra que el “muralismo”  lo porta consigo, en la primera línea –no de la fachada- sino de la carne.   El representa  una nostalgia de viejo tripulante, entre matutero y tránsfuga social,  al borde de una legalidad que maneja a su antojo y que concentra la monumental vindicación de un tipo de  rencor  colectivo que  exhibe a flor de piel las humillaciones de que es objeto de parte de los agentes de “La Boutique”. 

Ahora, la derecha no se ríe de un candidato como éste. Lo necesita.  El PPD es la derecha  accionar que se da a conocer con un léxico de izquierda.  Es más: de una izquierda in-operativamente  pituca y moralizante,  que no ha podido retener  una xenofobia que   no hace más que expresar el horror ante el levantamiento de la “barbarie”.   El purismo patrimonialista se revela como una plataforma ideológica en extremo reaccionaria, que apela al estatuto de “limpieza de sangre”.  Esto conducirá a que los habitantes del Cerro Alegre y del Cerro Concepción interpongan un recurso de protección en contra del “resto” de la ciudad, por incumplimiento de las exigencias mínimas del  Protocolo de UNESCO, en cuanto a mantener la pobreza en condiciones recuperables para un turismo cultural destinado a comunidades migrantes desfallecientes.  

Lo que no resta a DJ Méndez de responsabilidad alguna en la necesaria impostura de sus propias posturas: “no soy ni de izquierda ni de derecha; soy mendista”.  Lo cual adquiere pleno sentido a partir  de la banalización  jocosa de la poesía de Nicanor Parra.  Puesto que lo  que inquieta y fascina a la vez, es constatar de qué manera un personaje que usa los medios  audiovisuales más convencionales,  aloja los sentimientos más arcaicos y, por eso mismo, más infractores, para redistribuir las fuerzas en presencia en un mapa que desde el domingo pasado ya no es el mismo.

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