En la feria de las pulgas de Quilpué, Antonio Guzmán
encontró a muy buen precio el domingo pasado, un ejemplar del catálogo El regreso de los gigantes, que
corresponde al documento que venía con la muestra de neo-expresionistas
berlineses que fueron expuestos en el MNBA, probablemente en el 2004. Cual no
sería su sorpresa cuando verificó que uno de los textos de la publicación
estaba escrito por Ivo Mesquita. Era, entonces, una colección alemana –nada
menos que del Deutsche Bank- que había pasado, ya, por la Pinacoteca de Sao
Paulo. Exposiciones como éstas son
difíciles de encontrar hoy día. Digo, por su calidad.
Antonio Guzmán se acordó de otra gran exposición, histórica,
a la que todo el mundo acudió para copiar y guardar silencio. ¿Quién no
recordará La Figura Heroica, que se
expuso entre abril y mayo de 1984 en el MNBA? Había pinturas monumentales de Julian Schnabel, David Salle, Robert Longo y Cindy Sherman.
Todas las pinturas “de la Chile” de ese entonces se parecían a “la figura
heroica” de su propia resistencia.
Antonio Guzmán cursaba el segundo año en Playa Ancha y todos sus compañeros pintaban según este
nuevo canon. Pero esos fueron los
referentes que hasta ese momento solo accedían a través de las revistas que
llegaban al Chileno-Norteamericano, nada
más. En el Goethe también había
revistas, pero allí se encontraban los expresionistas alemanas y libros con muy
buenas fotos de Beuys.
Sin embargo, lo peor fue que se acordó de un video en que
había un pintor chileno de los sesenta,
sentado frente a un cuadrito de 50 x 50,
y hablaba del expresionismo. Pero eso no daba ni para un movimiento de
muñeca. Esa era la diferencia de proporción entre una “figura heroica” y La Figura Heroica. ¿Por qué lo peor? Simplemente, porque tuvo
que poner la cara delante de los estudiantes de su curso de pintura, al ver que
se enfrentaban a la amplitud del gesto de Karel Appel, en otro video
“informativo”.
A Karel Appel ya lo
había visto, en la exposición del Grupo Cobra, que se exhibió en el
MAC-Forestal, seguramente gracias a platas alemanas. El hecho es que Antonio Guzmán llevó a sus
alumnos a ver la exposición de Claudio Bravo en el MNBA, pero estaba lleno y no
pudieron entrar. La cola era interminable. Entonces, para no perder el paseo,
se los llevó al museo de al lado, donde no había nadie, y se encontraron con la
exposición de Cobra en la que había una gran obra de Karel Appel.
En el catálogo El
regreso de los gigantes, el texto de Ivo Mesquita hace estado de la conflictividad
entre la trans-vanguardia italiana y los neo-expresionistas alemanes. Lo que se
instaló en Chile fue el modelo de la trans-vanguardia, porque era más ligero.
En cambio, los alemanes daban mucho trabajo. Eran más ácidos. Y recuerdo haber
visto páginas de Flash-Art donde
había fotos de otros alemanes, pero que
eran de Colonia (Mühlheimer
Freiheit). De todo eso, solo había
conocimiento por la revistas, algunas de cuyas páginas eran lisa y llanamente
arrancadas.
En ese
momento, fue organizado el envío chileno
a la Vº Bienal de Sidney, que resultó de una extraña y no menos sorprendente
solución de compromiso, en la que se vieron obligados a comparecer, Dittborn y
Díaz, habilitados por Juan Domingo
Dávila, que era el garante de dicha invitación, a través de la curatoría de N.
Richard. Curiosa situación en la que yo
me encontraba, puesto que ese año escribí sobre la obra de Díaz. Pero sobre todo, Díaz me condujo a escribir
sobre las obras de Adolfo Couve y de Samy Benmayor, en los primeros meses de 1985.
Lo que
no hay que dejar pasar es el hecho que, en 1985, Bororo gana el premio de honor
de la VII Bienal de Arte de Valparaíso, con la pintura del “califon”.
Entonces, es un año clave para el destino de la pintura
neo-expresionista chilena. Curioso, ¿no?
En
1986, tomándose una foto de grupo igual
que en el catálogo de La figura heroica,
un grupo de pintores de Valparaíso expuso en el Instituto Cultural de
Las Condes, bajo el título La última playa. Allí estaban Edwin Rojas, María
Ester Saldivia, Andrés Montenegro,
Andrés Merino, Esperanza Calacic, Roberto Cárdenas, Mario Ibarra y Antonio Guzmán. Ese fue, si se quiere, el primer neo-expresionismo porteño. ¿Qué tal?
¿Se
entiende ahora lo grave que puede ser, encontrarse un catálogo perdido en una feria
de pulgas en Quilpué?
No hay comentarios:
Publicar un comentario