miércoles, 5 de junio de 2013

Integración plástica

Ya ha sido bajado el mural de Ai Weiwei. Ha quedado nuevamente  a la vista la configuración de fachada del edificio que albergó la cárcel y que hoy sostiene las prácticas de reproducción de pertinencia de los artistas locales. La diligencia es importante. La intervención de Ai Weiwei fue, justamente, una intervención. Su carácter temporal marcó una pausa en la continuidad de la configuración del Parque. No es lo que ocurre con muralistas que exponen en el extranjero en galerías de tercer orden y que regresan con pergaminos para conseguir permisos. Ustedes saben a qué me refiero. En cambio, la diferencia salta a la vista. Ai Weiwei está en la Bienal de Venecia. ¡Y estuvo en el Parque! Al igual que Alfredo Jaar, que inauguró Puerto de Ideas en el 2011. O sea, dos de los artistas más importrantes hoy día en Venecia, pasaron por el Parque. No está del todo mal. 

Esta mención pudiera parecer mamona y pendeja. No lo es. Créanme. Lo que pasa es que el discurso de Jaar y la pieza de Ai Weiwei definen el rango de las exigencias del Parque en sus funciones de centro de arte. ¿Alguien lo recuerda? Jaar partió hablando de Sergio Larraín y de Aldo Francia. Ai Weiwei tomó una anércdota significabnte de su padre para realizar un gesto reflexivo sobre la condición de las fronteras en el lenguaje y en el territorio. 

Ayer recibí un paquete de revistas. Era un envío desde revista internacional de arquitectura  ARQUINE. Varios ejemplares del número 61, de otoño del 2012, donde en el editiorial, su director, Miquel Adriá, nos recuerda que para Ai Weiwei la arquitectura es el vínculo entre  política y realidad, donde eventualmente la impaciente presión colectiva, junto con esporádicas burbujas de lucidez, pueden activar y dar significado al espacio público. 


En el paquete de revistas venía un libro editado por ARQUINE. Yo no busco; encuentro. El libro aborda la restauración de la obra creada por Diego Rivera en el parque de Chapultepec: la Fuente de Tlaloc. Pero es la ocasión para conectar este trabajo con el sistema Lerma, que abastece de agua potable a la ciudad de México. Diego Rivera y el arquitecto Ricardo Rivas, ambos del partido comunista, idearon hacer un homernaje a los trabajadores e ingenieros que hicieron posible esta obra. Estamos hablando de 1951. Rivera formuló un proyecto que tenía como propósito realizar una obra de integración plástica entre los murales y los edificios. ¡Integración plástica! Vaya palabras. Nuestros muralistas locales parece que no han estudiado mucho la historia general del muralismo. Y los que firman los permisos y quienes aprueban fondos de cultura para esto, tampoco. Hay que hacerles un cursillo sobre la integración plástica, a lo menos. 

En el libro, cuyo título es El agua, origen de la vida en la tierra (Diego Rivera y el Sistema Lerma), hay un ensayo de Daniel Vargas Parra en el que se señala la proximidad de este proyecto con la incorporación de artistas en las obras de la Ciudad Universitaria de México D.F.  Ya desde 1949 Rivera venía discutiendo con arquitectos e ingenieros sobre las condiciones técnico-estructurales de la nueva ciudad universitaria. Es en la misma época que comienza a trabajar en este otro proyecto, en que tiene toda la intención de demostrar la validez de sus tesis sobre la colaboración estrecha entre pintores, escultores, arquitectos e ingenieros en una nueva fórmula estética. 

Menciono lo anterior para promover el debate sobre estas cuestiones, cuando los muralistas locales y sus operadores de protección  no logran formular siquiera un argumento en mi contra. Lo único que he tenido que enfrentar son rayados xenófobos en los muros del Parque, que dicho sea de paso,  afectan mi derecho constitucional a trabajar en cualquier lugar del territorio de la república. De esto, el "periodismo alternativo"  -que  se ha convertido en portavoz de los muralistas locales-, no dice una sola palabra. 


La integración plástica es una buena plataforma para discutir de todo esto, ¿verdad?, a menos de un mes de la celebración de la Declaratoria. Es que a propósito de todo esto, la obra de Rivera resulta ejemplar. Y sobre todo, su restauración. Porque pone en contexto las propias ideas de Rivera y el modo cómo este leía a los cientistas sociales y a los científicos de su tiempo. 

Ahora, no es que yo sea un gran defensor de las teoría de la integración plástica, sino que me parece necesario reconstruir unos debates que fortalecen, a lo menos, nuestra articulación de funciones como centro de arte/centro cultural/ centro comunitario. Más aún, cuando directores de otros centros culturales califican estos textos de clasistas, poco inclusivos y que imponen de manera autoritaria una visión de Valparaíso. ¡Vaya, vaya!  Debo señalar a este respecto que son empleados de este propio centro cultural los que visitan mi oficina proponiendo exposiciones de caballete de estos muralistas locales.  ¿Soy poco inclusivo porque exijo un rango mínimo de calidad plástica?  ¿Soy clasista porque critico el uso y abuso que estos centros hacen de las poblaciones vulnerables en provecho de su propia sobrevivencia? ¿Impongo una visión porque recurro a estudios rigurosos del imaginario local? 


Solo quiero decir que después de las obras de Erick Beltrán y de Ai Weiwei, tanto la fachada del edificio nuevo como la del bloque de la cárcel, han recuperado su visualidad inicial, y que hemos respetado la densidad de una arquitectura que ya es patrimonio contemporáneo de la ciudad. 

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