APLICABILIDAD DE UNA HIPÓTESIS DE TRABAJO (2).
El 6 y 7 de julio recién pasados tuvo lugar en el teatro
del PCdV la presentación la obra La
violación de Lucrecia. ¿Por qué fue
importante para nosotros realizar esta presentación? Porque el proceso creativo
y de producción de la obra instala una
reflexión sobre el desafío que significó para la compañía Arkitexto Teatro, la
adaptación dramatúrgica de este poema lírico de William Shakespeare. Uno de los
objetivos de nuestra política de teatro es el fortalecimiento del trabajo sobre
el texto dramático. Postulamos, obviamente, al desarrollo de un teatro textual que supere las
condiciones de un teatro local sometido –esa es la palabra- a los imperativos
de la agitación social (esceno)gráfica.
¿Que implica “adaptar” a William Shakespeare? ¿Qué se entiende por “adaptar”? Lo que hay en juego es
una teoría relocalizada de la lectura
dramática. Algo de eso tuvimos el año
pasado, cuando Manuela Infante montó una lectura
dramatizada de Tierra del Fuego,
de Salvatore. Adaptar y montar una lectura son indicios formales destinados a
plantear una estrategia de producción teatral que pone en el centro de su
preocupación la producción de impostura.
Es decir, la impostura entendida como forma de intervención política de un texto. Pero la política a la
que me refiero no es la del teatro como ilustración de un inconciente agit-prop, sino de aquella que pone en tensión la
representabilidad de la palabra.
(¿De donde proviene la aparición de la palabra impostura en
esta entrega? Es preciso leer la novela El
archivo de Egipto de Leonardo Sciascia. Novela escrita en 1963. Novela de
recomposición política del texto. Por eso, su efecto metodológico, hoy, para
reclamar la recomposición local de una política de textualidad teatral que
comprometa la corporalidad de la voz (el grano de su impresividad) -¡para
terminar con su impostación literal!-
y ).
En el caso de La
violación de Lucrecia, para el PCdV, el desafío de la crítica mediante el
montaje esta solicitud fue resuelta a través de un proceso de confrontación que
involucró a director, adaptador, músicos, actores, técnicos, que hilvanaron una especie de más allá escenográfico, involucrando la
modulación de un espacio en que la multimedialidad se sostuvo como una contra-ortopedia.
Para Cecilia Paz Miranda, encargada de programación en el
PCdV, La violación de Lucrecia ha
sido un montaje que obliga a repensar el
lugar de lo multimedial en la configuración de un texto de origen lírico
no-escenográfico. Esto es, el factor de
la representación del cuerpo diferido. ¡Eso es! No basta con proyectar videos
en un montaje, no basta con la literalidad o el uso de plataformas
distintas a las escénicas convencionales por mero efectismo. Es decir, hay que
entender el multimedia como soporte de habilitación de un discurso paralelo,
que incide formalmente en la deslocalización del cuerpo, la musicalidad y el sentido dramático y sensorial no
discursivo, sub textual, disimulando y re
significando la pasión en las costuras del cuerpo
vestido. La tela es una textura
suplementaria que redobla la resonancia de la voz condensada por el texto, que re-presenta el gesto, y lo transporta al símbolo
poético del personaje y la situación dramática de la obra.
En este sentido, LA VIOLACION DE LUCRECIA
es una acción teatral que ha sido acogida en el Parque Cultural de Valparaíso
para dar cuenta de uno de los objetivos que nos hemos trazado para
apostar por la aceleración de la escena teatral local.
Es difícil e inhabitual montar a Shakespeare o a los
griegos en Valparaíso. No deja de ser curioso que las obras más densas en las
que se afinca la tradición del teatro
político sean, justamente, estas obras. Son estas obras las que traducen de manera permanente las iniquidades del
poder absoluto, las perversiones del ser humano en todos los escenarios
sociales aceptados por la cultura oficial, la soledad de la mujer, la violencia
política, el sin límite de la ambición.
Hay muchas iniciativas pensadas para satisfacer la
solicitud de “impacto social” de no pocos
proyectos Fondart. Para nosotros, el primer rango del impacto social es
el espacio de la práctica artística misma.
Esto tiene lugar en las artes visuales, en la danza, en el teatro.
Respecto de esta secuencia hay que pensar en la homogeneidad metodológica de la
costura. De esto se trata: de un impacto en el terreno de la radicalidad formal
y del rigor analítico.
(Para eso está destinado el edificio de Transmisión: para
que los artistas locales puedan fortalecer sus propias prácticas. Hay que
revisar las estadísticas de uso de los espacios. Hay connotados operadores
locales que insisten en afirmar que el PCdV
es un elefante blanco. La mala leche les impide reconocer nuestro
trabajo. Ya lo sabemos. Esto es sin llorar).
Una nueva noción de impacto, entonces, define nuestro
trabajo. Este ha sido el sentido que ha
primado para el desarrollo de nuestra experiencia de residencia sobre los indicios de teatralidad a propósito de Esperando a Godot. Me tendrán que
disculpar si insisto en este punto; pero nadie lo releva y me parece de
justicia analítica hacerlo, con el propósito de hacer claridad sobre nuestra
forma de trabajo.
Como ya lo decía, esta aceleración comenzó con la residencia teatral que bajo el título de Indicios de Teatralidad, fue iniciada en
el 2012 y que se desarrolló en dos momentos. Por un lado, el trabajo
dramatúrgico de Juan Radrigán y 9 dramaturgos locales, (hoy en pleno ejercicio
de escritura), y por otro lado, el
montaje del texto Apague la luz señor
Godot., (del propio Radrigán). Este fue un proceso que no estuvo exento de
dificultades. Las autoridades (financieras y administrativas) no logran entender nuestra función de centro de arte, teniendo
como destino la producción de consistencia local. El PCdV no es una productora de eventos ni de
reproducción de cartelera. Cada producción acogida responde a nuestras propias
necesidades y apuestas formales.
Si bien
el proceso de residencia materializado en el montaje de Apague la luz señor Godot respondió a una iniciativa que nació de la recuperación de un hito fundamental para
el teatro porteño (estreno del texto de Beckett por parte de ATEVA a comienzos
de los años 60), lo que instaló fue el sentido de un ejercicio de lectura que
re-descubre y re-explora la
dramaturgia de Beckett, para construir un andamiaje con la producción de Juan Radrigán, tensionando los términos del
triángulo local entre texto-espacio-actor, desde una mirada contemporánea, poniendo
el énfasis en la “partitura”; es decir,
en la arqui-textura de una obra
“clásica”.
En
reciente conversación con Arnaldo Berríos, éste me hacía mención a su
participación en el montaje de Topografía
de un desnudo, la paradigmática obra de Jorge Díaz, montada en 1967 por el
TEUC bajo la dirección de Fernando Colina. Esto es lo que entendemos por “lo
clásico” en la práctica local del teatro: re-configuración simbólica y estética de un
contenido artístico notable, de envergadura, una combinatoria expresiva
específica y particular en la escena, que permite al espectador ver y escuchar,
“experienciar” una obra vista como “contingente y actual”…(clásica).
(Hay
que retener la versión del Teatro La
María , en el Santiago-a-mil del 2010. Pero en esa época, el
PCdV estaba en plena construcción. Este es otro antecedente para estudiar el
rol de las luchas urbanas en el teatro chileno contemporáneo. Este es un
aspecto que abordaré de manera estricta en una entrega futura, a propósito del
trabajo de residencia que está desarrollando el Teatro La Peste ).
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