En
abril, cuando ocurrió la gran catástrofe en Valparaíso, muchas personas
denunciaron la acción responsable de las inmobiliarias. Pero después, nadie les
reclamó responsabilidad alguna en los hechos. A lo menos, queda la duda sobre
sobre la responsabilidad intelectual respecto de las intervenciones criminales
del paisaje.
Al
parecer, hay que hacer como el diputado Osvaldo Andrade cuando se refiere a
Andrés Velasco. De cualquier manera se las arregla para señalar que este último
debe responder como corresponde en los tribunales, pero de un modo que en la
enunciación criminaliza de antemano sus acciones.
En
este caso, acudo a la ayuda del diputado Andrade para instalar esta hipótesis
sobre la responsabilidad ideológica de las inmobiliarias en el fomento de la
intervención criminal del paisaje.
Aquí, la responsabilidad es tanto
del que aprieta el gatillo como de quien lo habilita, por hacer uso expansivo
de un comentario que aparece en la prensa de estos días a propósito de la
formalización del ex-alcalde Labbé.
A
fuerza de repetir la palabra criminal podremos instalar la denominación que
corresponde a la acción de las inmobiliarias.
A fuerza de calificar
ideológicamente la voracidad de las inmobiliarias, en el sentido de
quienes habilitan el gatillo, habría que agregar a esto en qué queda la responsabilidad ética
de los arquitectos que avalan los ante-proyectos, como por ejemplo, el que ya
se ha presentado y que ha obtenido
aprobación, para levantar un proyecto que sobrepasa la tolerancia debida y
clausura el cono de observación que instala el mirador del Parque Cultural de
Valparaíso. Es como cuando pensamos en
la necesidad de convertir en responsabilidad penal aquella responsabilidad política inicial de aquellos
que proporcionaron la cobertura ideológica para justificar primero y luego
encubrir los crímenes.
El
derecho al paisaje está en la carta de los derechos culturales. El derecho al paisaje no solo tiene que ver
con el acceso de la mirada a paños de ocupación de laderas, a estratos de configuración habitable, a escalas
mínimas de invención barrial, sino a la
reconfiguración del futuro a partir de la percepción total de todas estas
articulaciones, que son portadoras de franjas de vida.
En
este sentido resulta muy útil recurrir a un juego de palabras, que proviene del
francés: “tranche de vie” (lonja de vida). Sin embargo, un pequeño
deslizamiento ortográfico nos pone
frente al efecto organizador de la “tranche de vue” (lonja de vista). La “lonja
de vida” es una intriga naturalista que sanciona un fragmento de la vida
social, que se convierte en una
descripción analítica proyectable al
conjunto de ésta. Algo que ocurre cuando caminamos por un cerro y advertimos
una lonja de vida interior a través de una ventana o de una puerta
entreabierta. Es una vista fugaz que nos entrega un estallido de la intriga que
tiene lugar en ese encierro. En cambio, el desliz de la letra nos conduce a la
lonja de vista, similar a la delimitación de un encuadre visual abierto que se
expande hacia la panorámica en función de la cual podemos percibir los
fragmentos que la delimitan. La intriga del encierro se convierte en epopeya de
la apertura del paisaje.
Curiosamente,
ayer, un incendio afectó a tres casas que se encuentra en el paño o en la
proximidad de los paños que una inmobiliaria ha adquirido. El ante-proyecto
sobrepasa la altura y afecta gravemente el patrimonio cultural del Parque. Es decir, el derecho al paisaje es un patrimonio
que la existencia del Parque habilita y
que debe ser respetado. Más aún, cuando se establece una expansión
significativa entre el mirador, que a su vez consolida la presencia del
Polvorín, cuya percepción como ícono urbano en la historia de la ciudad
contempla el acceso a esta plataforma desde la cual se estructura una mirada
consistente de las delimitaciones del cerro Cárcel, cuyo perfil termina de ser
dibujado por la construcción del Estanque, a comienzos del siglo XX.
!Que
buen ejemplo de arquitectura el concepto del nuevo edificio de difusión del
Parque Cultural! Fue concebido como un gran caballete de retención del
cerro, como un terraplén, justamente,
para preservar el vacío de la explanada y realzar el peso simbólico del
Polvorín, que quizás sea la construcción más antigua de la ciudad.
Pero
el Polvorín tenía un sentido: ser un lugar desde donde se podía mirar al
acosador, pero que impedía ser mirado por la configuración del cerro. La
historia del emplazamiento es parte de la historia cultura; es decir, de la
historia de la mirada porteña como lonja de vida, como narración de la
historizada política de ocupación retentiva de la ladera.
El
incendio de ayer consumió tres casas y puso en peligro un entorno típico, ya
definido en su socialidad, en correcta articulación con la rasante que va del
mirador del Parque al Estanque. Ninguna nueva construcción puede superar esa
medida patrimonializada por la construcción del Parque Cultural de Valparaíso.
La sola existencia de éste implica el anclaje de un área de
preservación activa, no solo del paisaje urbano, sino del paisaje simbólico
sobre el que se funda la habitabilidad del cerro Cárcel, en la proximidad de
la Quebrada Elías.
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