El
martes 14 del presente nos dirigimos, Carlos Carroza (Director de la Biblioteca
Severín) y yo, a la casa de don Sergio Vuskovic, en el Paseo Atkinson. El
objeto era realizar una nueva sesión de trabajo en vistas a un libro de
conversaciones que estamos haciendo y que probablemente llevará el
título Sergio Vuskovic: filósofo de
utilidad pública. Debo confesar que
no estábamos a la altura. No llegamos suficientemente preparados. Queríamos
discutir sobre filosofía latinoamericana y permanecimos en el debate
cristiano-marxista. No sé cómo una cosa nos llevó, por omisión, por defección,
si se quiere, a (la) otra cosa. Quizás no era la preeminencia aparente del
tema, sino las condiciones de su contingencia textual. Porque de inmediato don
Sergio nos pasó una separata de una revista editada por la Universidad Católica
de Lovaina, dirigida por el Pr. François Houtard, en que hay un texto del
profesor sobre Marx y la religión. Pero lo que nos clavaba el espíritu de
entrevistadores era que ese texto, publicado en los ochenta, retomaba los
términos de un texto que don Sergio Vuskovic escribiera en los setenta, y que
fuera publicado en la revista teórica del Partido Comunista Italiano. A
propósito de este hecho, don Sergio menciona un encuentro con Berlinguer. De
inmediato nos preguntamos: ¿por qué Berlinguer se interesa por un texto de un
intelectual chileno que piensa sobre las bases teológico-politicas de la
democracia-cristiana? Porque estamos en plena discusión sobre la viabilidad del
“compromiso histñorico”. Entonces, nos adelantamos en pensar que de eso no se
hablaba en el Chile de los setenta. Solo nos resonaba lo que Don Sergio nos
había dicho, en una entrevista anterior, de que en Valparaíso se realizó la
Unidad Popular tal como Allende la quería. Ahí entendimos por qué nos habíamos
deslizado tan fácilmente desde la filosofía latinoamericana hacia el diálogo
cristiano-marxista en la coyuntura de los setenta. Porque, más que un diálogo,
era un debate de múltiples capaz. Por un lado, estaba el librio escrito junto
con Osvaldo Fernández sobre la democracia-cristiana. Leído desde hoy, más de
una roncha debiera sacar. Porque de hecho, uno de los puntos de mayor
conflictividad analítica era aquel que se refería a una especie de impostura
estructural del pensamiento político social-cristiano, que terminaba por darse
a ver como una política de consolación
de las grandes masas. Mientras tanto, ya había gente como monseñor Hourton, que introducía una línea de
pensamiento en torno al existencialismo cristiano que no fue retomado para nada
por los jesuitas que armaron Cristianos para el socialismo. Había una decada de
diferencia entre ambas preocupaciones. Y los únicos intelectuales comunistas
que analizaban este fenómeno que hacía estallar al mundo católico chileno, eran
Sergio Vuskovic y Osvaldo Fernández. Dicho sea de paso: esta preocupación
apuntaba a desmontar la determinación tomista de la política católica, desde
una exigencia gramsciana anticipada, que pensaba desde ya, los efectos de la disolución de la
consolación y de su reemplazo por una política de liberación afectiva.
Nótese.
El párrafo anterior ha sido largo, sin respiro. Lo que queremos es reconstruir
la trama de la lectura que Berlinguer hace del texto de don Sergio, en provecho
de la lectura de la coyuntura italiana, en el momento que antecede a los años de plomo. Los comunistas chilenos
no estaban en esa lógica; no participaban de este debate, sumidos en el detalle
corto de una contingencia compleja y
literal. De modo que La Dirección,
digámoslo así, lo postergaba a la región, pero lo exhibía en la escena avanzada
del movimiento comunista internacional. Y de qué manera: en los setenta don
Sergio fue alcalde de Valparaíso. No es todos los días que vemos a un filósofo
ensuciándose los zapatos en el barro de
la historia.
Así
estábamos, con Carlos Carroza, siendo
apurados por el propio don Sergio, que quería reunirse con nosotros porque al
día siguiente viajaba por más de un mes a Italia. Cuando gente de la generación
de don Sergio viaja, uno nunca puede dejar de pensar que se trata de un viaje
de relaciones políticas. A la antigua. Es decir, cuando había tiempo de leer.
En cambio, hoy no se viaja. Los intelectuales no viajan. Se desplazan de
coloquio en coloquio, que es su manera de hacer lobby, en los pasillos de los
congresos y en los foyer de los hoteles. Diríamos que viaja a rememorar
proyectivamente su encuentro con Berlinguer. Y en ese viaje, nos devuelve los
residuos atomísticos de nuestra pequeña convertibilidad marxista.
Salimos
de esta entrevista convencidos de haber atravesado en una barca ligera por la
ciénaga de una historia que nos excluía. Hay que saber vivir con esa exclusión,
porque se trata de una historia que nos sobrepesa.
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