
En
la gran caja negra del teatro del Parque, cuya extensión fue especialmente
concebida para acoger proyectos experimentales, seis bailarines ejercían el
derecho a recuperar la memoria perdida de unos gestos que pertenecen al activo
de la gente común, y que solo se hacen visibles en momentos de pánico blando. Un
piano y una pianista instalan la vigencia ominosa de los recuerdos de infancia,
devolviendo a la narración corporal el olvido referencial de la bailarina que
gira sobre la tapa de una caja de música. Pero las menciones a Bach y a
Scarlatti señalan los límites de la danza de corte, sometidas a la presión
vindicativa y satirizante de una existencia plebeya que recupera para si el
activo residual del gesto
oligarca. La composición original de
Alan Stones distribuye falsas pistas para promover el encuentro impostado de
tales ejercicios, sin dejar de combinar los flujos y reflujos de movimientos
que denotan una gran indisposición muscular.
Tres
hombres y tres mujeres deponen sus defensas y son sometidos al violento efecto de turbulencias que
desaniman los sentidos y ponen en riesgo la estabilidad de los cuerpos. Bajo
una luz tamizada que anula las sombras, los bailarines parecen cautivos que
acaban de liberarse de sus cadenas en el fondo narrativo de la caverna
platónica; la coreografía se convierten, entonces, en una experiencia de
renuncia al simulacro de la representación, poniendo el cuerpo en la primera
línea del riesgo psíquico.
Esta
obra fue concebida por Théo Clinkard luego de la muerte de su madre. De algún
modo, está modulada por el trabajo del duelo, como condición de recuperación de
una memoria corporal primaria. Por esta razón, en la discontinua marcación de
gestos significados en la frontera de la
hostilidad y de la hospitalidad, la amable desdicha del deseo
de casa está descrita por la arriesgada presencia de un peluche-animado de grandes dimensiones
que indica la función reparatoria de un
objeto transicional.
Donde
no hubo reparación alguna, en cambio, fue en la función del día sábado 19 de
octubre, a cargo de Christina Ciupke y Nik Haffner, que montaron Kannst du mich umdrehen, que se puede
traducir como “¿Me puedes dar vuelta?”.
Aquí
si que había muy pocas concesiones al público. Y ese es uno de los propósitos
de la experimentalidad. Que dicho sea de paso, también es relativa, porque lo
experimental se dice en muchos casos en función de la calidad de información y
de formación de los públicos. La producción coreográfica, tal como lo ha
entendido danzalborde y gran parte de las compañías locales, no están para
tener una “clientela” de espectáculo, ni tampoco para “formar audiencias”, sino
para proporcionar elementos de avance y aceleración analítica que hacen
disparar conexiones “ya sabidas” del imaginario corporal.
Lo
“ya sabido” tiene que ver, evidentemente, con las relaciones de poder y con el
Poder de la Relación. Ha sido, emotivamente, lo más duro que el público del
Parque ha podido soportar. esa es la palabra: soportar lo irremediable. Es
decir, el enfrentamiento directo de dos cuerpos, mediante un decurso de
infractación que define el cuerpo del otro como una obstrucción. Más que nada,
que la obstrucción produce una relación táctil que se reduce al corto tiempo
del impacto y a un abrazo codificado pensado para producir la ilusión de la
acogida.
El
enfrentamiento inicial dura a lo menos un tercio de la duración total de la
obra. La exasperante repetición del mismo procedimiento no deja dudas sobre el
efecto constructivo de la obstrucción; de la existencia del otro como aquella
obstrucción que habilita el camino del goce de la dependencia. Es así como el
segundo tercio, por medirlo de algún modo, está destinado a los avatares de los
cuerpos-lapa o de los cuerpos-mochila. El primero exige la presencia de una
roca de arribo y protección parasitaria, mientras el segundo plantea la dimensión
del arrastre o del acarreo de un cuerpo, que pesa el doble de su propio peso.

La
tercera sección resulta ser la más desesperante, porque una vez que el imperio
del mismo-paso ha sido impuesto, el deseo de cortar la dependencia se hace una
tarea imposible, porque el goce del acarreo del cuerpo tiene como contraparte
el impedimento programado de toda autonomía. De ahí que los brazos-mochila se
tornan brazos-cadena para delimitar el circulo fatídico del autoconsumo
psíquico, en el que naufraga toda buena conciencia posible. De este modo, esta
coreografía instala el desánimo como política de la reparación, porque no hay
destino, decididamente, más que en el goce del dominio diferido y desigualmente
combinado.
Estas
dos coreografías con las que abrió el 13º Festival Danzalborde modelan el
público futuro y ponen la exigencia analítica en un gran nivel, porque
destierran la ingenua expresividad de cuerpos concebidos como vejigas; es
decir, tomémoslo con humor, cuerpos que se definen por expulsar una materia
contenida, como una emoción líquida (lágrimas, semen, sangre, saliva, sudor,
etc). Estas obras definen el cuerpo como
un complejo de articuladas inversiones psíquicas, como un dispositivo de
agenciamientos de poder que se valida por la exhibición de consistencia de sus
coyunturas. Es el universo de la flexión que habilita la retención y no del flujo incontinente que
clama por el exhibicionismo de su puesta en condición. Aquí, más bien, todo es
matriz redoblada que establece la moción de las relaciones
intersubjetivas como dispositivos de
represión sublimada.
Danzaborde
pensaba programar la coreografía alemana para la apertura del festival. Sin
embargo, revirtieron su decisión y presentaron, para la apertura, la obra
británica, que dicho sea de paso, me pareció convencional y totalmente
apropiada para una ceremonia inicial. Sin embargo, no hay que equivocarse al pensar que la
convención es peyorativa, sino necesaria para poder introducir una batería de
gestos de extrema delicadeza, formulados con una pulcritud que define la actitud
de danzalborde como articulador de espacios. La combinación entre convención y
des-convención, a través de estas dos coreografías que dieron inicio al 13º
Festival es producto de un trabajo de diseño de programación que toma en cuenta
el desarrollo alcanzado en estos últimos años por el campo local de la danza
contemporánea.
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