miércoles, 29 de octubre de 2014

FUNCIONARIATO

He sido invitado a exponer a la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Talca sobre políticas públicas y territorio. Cuando escuché el título no pude dejar de pensar en la Delegación Presidencial para la Reconstrucción como síntoma de una política pública sometida a ciertas condiciones de excepción. La política pública es un conglomerado de intereses tribales que operan en una repartición determinada del Estado. Por ejemplo, en Cultura, política pública es aquello que determina la casta de funcionarios históricos que han definido la auto-regulación de su propia presencia en el aparato del Estado, trasladándose de repartición en repartición, como peones intercambiables en el flujo de una administración de recursos estatales, que de paso, satisfacen sus pequeños rencores de casta.   


Política pública designa entonces una planilla que mantener bajo condiciones de autoritarismo blando, no menos vergonzoso en su expresión y no menos patético en las imposturas que debe montar para justificar su existencia como administrador de recursos en provecho propio, pero a nombre de un colectivo que dice representar, habiendo accedido a un estatuto que los convierte en agentes de manejo de la vulnerabilidad de los otros.  Al final, no obedecen a una política efectiva sino al programa de reivindicación de la tribu a la que le deben el cargo. 

Conociendo de sobra los efectos de la política local de los agentes a los que me refiero y siendo objeto de la extrema voracidad de un funcionariato al que no le ha tocado nada sustantivo todavía -!esta es la ocasión de ser alguien, por lo menos durante un período!- puedo sostener la hipótesis de que política pública es un concepto fetiche, que es empleado para encubrir las condiciones de su propia instalación en el erario, aunque bajo la amenaza del interés colectivo representado por el agente tribal que corresponde.

Si hay algo que estos agentes temen es la ejecución del control ciudadano; de modo que todo su ingenio estará orientado a montar ficciones de participación con visos explícitos de un tipo de co-gestión encubridora que construye la posibilidad de diferir constantemente las demandas, para reconsiderarlas discursivamente como  lugares simbólicos de reparación compensada, que incluye sus propias condiciones de progresión y de conquistas de promociones verosímiles. 

Lo cierto es no hay territorio sin control del territorio. El territorio, digámoslo así, está fabricado para ser controlado. La géographie, ça sert d´abord à faire la guerre. Y no podía caber mejor que releer de inmediato bajo la presión de este nuevo cometido -la conferencia-,  el compilado que los catedráticos Quim Bonastra (Universidad de Lleida) y Gerard Jori (Universitat de Barcelona) editaron bajo el título Imaginar, organizar y controlar el territorio (Una visión geográfica de la construcción del Estado-nación). Es decir, la gran teoría tenía que ser embestida por la teoría menor de las guerras por el control de los mecanismos de control. En el caso de Valparaíso, esto podía adquirir el valor de un desplazamiento significativo, consistente en una visión topográfica de la destrucción del Estado-Región a manos de su propia clase política local, con parlamentarios totémicos incluidos. 

Lo que me veo forzado a abordar, en esta hipótesis, es de qué manera se articula una mención de referencia tribal con una punción que apela a un estado determinado de desarrollo de las ciencias sociales locales, en su afección universitaria recompuesta luego de la redistribución simbólica de los despojos de la sede Valparaíso de la Universidad de Chile. Ya  he sostenido en otro texto, en una entrega anterior,  que el espíritu del tribalismo sustituye la retórica partidaria que funcionó en la “democracia anterior” y que fue destituida por el militarismo-trópico-bolchevizante de destacamentos para quienes el trabajo cultural era solo un momento de la construcción de la retaguardia activa. Solo que ni hubo retaguardia. Sino un puro declinar  de la escritura sagrada de la teoría-del-foco; o mejor dicho,  de una teoría perimida convertida en escritura sagrada para poder  satisfacer el modelo del sacrificio en la invención del territorio-libre de Neltume. 

Regresemos al tribalismo: éste resume la nueva concepción de la política local, funcionando como un dispositivo de prohibiciones y obligaciones que sellan pactos de ayuda mutua por generaciones enteras y que, estas si, operan como la teoría-del-foco, pero que se ha desfocalizado para representar a agentes que desde pequeñas ciudades del interior organizan el asalto del gobierno regional, que se asienta en la gran ciudad referencial. Siempre existe un interior de región que acumula el rencor necesario para organizar el acoso del gran edificio,  convirtiendo la realidad  en el eco de unas voces que claman por sus intereses en los pasillos del edificio de alguna Intendencia. Lo realmente curioso es que terminan por llamar trabajo territorial a la estrategia de ocupación de oficinas, mueble por mueble. 

Nuestros catedráticos ya mencionados son gente seria que se sorprendería, sin duda,  de este hecho singular en el que una política pública, en el espacio local, es nada más que un programa de consolidación tribal  de configuración del territorio, que se va a encontrar con un competidor  que no había sido pensado: el delegado presidencial. 

Si el gobierno central designa un delegado local es porque no confía en las aptitudes de quien tiene la potestad política regional; a saber, el Intendente. Más aún, si este delegado proviene de la estructura “de Vivienda”, porque lo que lo sostiene son más de cuarenta años de especulación sobre el territorio. En cambio, un Intendente carece de estructura de apego ministerial y debe recurrir al elemento tribal de su comunidad de referencia política más cercana. 

La gran ventaja de un delegado presidencial es que responde directamente a la Jefa. Y por eso posee no solo cuarenta años de historia decretal sobre las delimitaciones del territorio, sino que dispone de una cartera de subsidios que operan como signo de intercambio efectivo a la hora de reconfigurar los deseos-de-control-de-superficie luego de la Catástrofe de abril. 


En definitiva, en lo que a territorio se refiere, todo se juega en la modulación del deseo-de -control-de-superficie. Por eso, lo peor que pudo haber ocurrido luego de la Catástrofe de abril fue la visita de los colombianos, porque su presencia puso en flagrante evidencia la imposibilidad de transformar las condiciones de la gobernanza urbana de esta ciudad, no solo porque se carece de voluntad política, sino porque quienes tienen la voluntad carecen de política y quienes controlan la política no tienen otras voluntad que reproducir sus propias condiciones de sobrevivencia en el aparato.  

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