He recibido una severa crítica acerca del modo elusivo
empleado en describir a los sujetos de los incidentes porteños sobre la capacidad de carga. ¡Nombres! ¡Nombres!
Porque de lo contrario, no sirve para nada. Las alusiones distantes solo si justifican
las complicidades con quienes sobrecargan los sistemas de referencia local.
Bueno, claro. Pongamos que el sujeto que hizo la cochinada
de la sobrecarga fue El González, un funcionario del CNCA que ascendió desde el
manejo de vulnerabilidades rockeras al cargo de un departamento completo
–Ciudadanía-, en el que duró muy poco.
Sus soportes pepedés no fueron
suficientemente consistentes para que permaneciera en un cargo para el cual
todo le quedaba grande. Sobre todo el
apoyo político.
Este es el tipo de gente que antes del “cambio de mando” del
10 de marzo del 2014 andaba ofreciendo cargos para el Parque Cultural. No era
ni siquiera miembro del directorio, pero
ya se había puesto en carrera para
ocupar la dirección. O al menos, vivía
la ficción del político que desde las sombras iría a manejar la
institución. Recuerdo que en esos meses
se jactaba en Plaza Anibal Pinto de que quien escribe no entendía las particularidades políticas locales.
Sin embargo no vio lo que se le vino encima, porque desde el
mismo 10 de marzo tuvo que enfrentar a
otro serio candidato a ocupar el mismo cargo, pero que provenía del equipo del
Intendente recientemente designado.
Este segundo candidato, que no nombraré todavía, había sido
miembro del pepedé y se cambió al partido socialista. Pero hoy día admitió
su error y le envió a Pepe Auth sus condolencias a través de las redes. Solo que se olvidó de mencionar que aquello
que Pepe Auth denunció como efecto de retroexcavadora, él mismo lo practicó
mientras ingresó al directorio del
Parque para representar in(d)icialmente al Intendente y vigilar a la poco lúcida recién designada Directora Regional
para el Manejo de Carga Escenográfica.
Lo grave de todo esto
es que El González sostenía la siguiente teoría: había que recuperar el Parque
para las masas rockeras e impedir que las masas tamborileras le ganaran la
partida. Mediocres actores de teatro
convertidos en gestores de energía
coreográfico-extorsiva ya habían demostrado su interés por ocupar un
lugar eminente en el directorio del Parque, llamando “a recuperar lo perdido”.
El chiringuito de explotación de menores en situación
irregular –usando la plata de todos los chilenos- llevó
a El González a ser ocupante oficial de
la ExCárcel y por eso tuvo que soportar la exclusión de los “duros”
especialistas en administración de recursos territoriales.
Entonces, una vez construido el Parque Cultural, El González
siguió pensando como “funcionario
de la alternativa” a sueldo del Estado que le exige poner los límites y juró
vengarse. Lo hizo tendiendo una trampa al
usar un lanzamiento de libro como
concierto encubierto, para llenar el
Parque de jóvenes y revivir la presencia de miles de espectadores en la
explanada. Solo que no había pensado en
que las capacidades de carga habían
cambiado. Pero eso le importó un
bledo. Siendo funcionario promovió una
actividad que pudo tener graves consecuencias. En términos estrictos, debió
haber sido acusado de “grave
abandono de deberes”, al promover
acciones reñidas con el cuidado de multitudes.
Hay que admitir que la bronca de El González es de las más
respetables. No podía soportar, confesado por el mismo, que desde el Parque
“blanqueáramos” a Cruz-Coke a través de proyectos que tomaban como cauce
simbólico acumulado la cultura popular
porteña. Eso, me dejaba entrever, les pertenecía a ellos. De modo que mi presencia le echaba a perder
su negocio simbólico más preciado, que era especular con las vulnerabilidades
sociales.
El hecho es que después del 10 de marzo del 2014 se
convirtió en un “asesor sin nombramiento” del nuevo gabinete en Valparaíso. En
su ansiedad esperaba mi renuncia a la dirección, porque ya en febrero hacía
consultas para ofrecer cargos en el
diseño que lo debía llevar a
desembarcar en el Parque.
Lamentablemente, el nuevo socialista que representaba al Intendente en el directorio le ganó la partida y lo
desbancó en el acto.
Fue entonces que abrigó una estrategia más ladina y aspiró a dar el salto a Santiago, para
ocupar un cargo que a toda vista le quedó como un poncho patagónico. Solo
alcanzó a estar unos cuantos meses y su trabajo fue pésimamente evaluado. No
solo no sabía de qué hablaba, sino que carecía de todo liderazgo. El nuevo ministro de ceremonias cuando llegó lo sacó de inmediato.
Bueno, lo mismo
ocurrió con otro miembro del
directorio del Parque, que fungía
como representante de una agrupación de músicos que tenía como emblema una ave carroñera. Este
era un magnífico exponente de la ausencia de filtro institucional, que a cada rato preguntaba cuando iban a obtener alguna recompensa como miembros del directorio, porque él ya
había invertido mucho tiempo ocupando el Parque-como-ExCarcel-transformada y no habían recibido nada a
cambio, todavía.
Y estaban los otros,
aquellos miembros de otra
agrupación a los que la Intendencia les pasó quince millones para que se
instalaran en otro lugar, permitiendo así el inicio de los trabajos de
reciclaje del edificio. Lo cierto es que al final, parece que todos
estaban allí haciendo mérito por si les tocaba “una platita”. Es legítimo. Todos buscaban ser empleados
del Parque.
Lo que El González no quería entender era que yo había sido
contratado por una institución, y que por lo tanto, no era tan simple decirme que
me fuera; porque primero, tenían que
cumplir con lo que me faltaba por contrato.
Lástima para él. Yo era empleado. Y era el directorio el que debía
despedirme. Pero no lo hizo. La ministra no quiso que me despidieran. Podrían haberlo hecho y nos hubiéramos
ahorrado perder mucho tiempo. La ministra creyó que me sostenía. No tenía
por qué. Yo estaba protegido por la ley.
Me hubiesen pagado y me hubiese
ido de inmediato. Eran mis derechos. Pero no lo hicieron. No sé por qué. A la
ministra ni la pescaban en el puerto. O
sea, eran muy torpes. Desconocían, por ejemplo, que yo tenía derechos
laborales. Simplemente necesitan mi cargo porque ya lo habían
ofrecido. Por eso les metí un juicio,
que les gané. En Valparaíso, ser radical
es hacer cumplir la Ley.
Al parecer, ni El González ni sus correligionarios conocen el
respeto por los derechos laborales. Viven
en un maltrato permanente y devuelven hacia la comunidad el efecto de sus
rencores no elaborados.
El González quiso luchar contra los grandes poderes que ya
habían asignado mi cargo a personalidades del charango que, eventualmente,
podían representar un peligro a las pretensiones del Intendente Bravo, como
futuro candidato a alcalde de la ciudad.
Incluso, ese mismo nombre también
circuló como probable Director Regional de Coreografías Perimidas.
Esto quiere decir que en el 2015 el directorio nuevo
–Corporación- llamó a un concurso para blanquear una decisión que ya tenía
tomada y que había provocado el primer enfrentamiento entre el directorio del Intendente y el primer presidente de la nueva
corporación del Parque, que mantuvo su decisión de llamar a concurso abierto, tal como la ministra y
la subdirectora lo habían declarado públicamente en diversas ocasiones.
El nuevo ministro de ceremonias llegó para sancionar la
legitimidad de un acto que desde sus orígenes se había dado a ver como
ilegítimo; porque las ilegitimidades deben ser exhibidas previamente como
amenazas simbólicas anticipadas en el nuevo diseño político. Que se haga cargo.
Al comienzo, para
eso pusieron a Bravo de Intendente; para que hiciera mérito. Pero éste no contó con el efecto del incendio, que
hizo evidente su ineptitud para
manejar una crisis real. El era hábil
para montar intrigas en los pasillos del consejo regional
y los pisos del ya lamentable edificio del gobierno regional. Pero al
parecer carecía de habilidades para el análisis fino y su proxémica no era del todo
cuidadosa. Entonces, todo a lo que El González aspiraba
se desvaneció como el eco prolongado de una guitarra eléctrica desafinada.
El destino le depararía obligaciones para las que demostró
no estar preparado. No tenía ni carga, en términos estrictos, con qué
especular sobre su capacidad.
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