jueves, 5 de mayo de 2016

CAPACIDAD DE CARGA (3)


He recibido una severa crítica acerca del modo elusivo empleado en describir a los sujetos de los incidentes porteños sobre la capacidad de carga. ¡Nombres! ¡Nombres! Porque de lo contrario, no sirve para nada. Las alusiones distantes solo si justifican las complicidades con quienes sobrecargan los sistemas de referencia local.

Bueno, claro.  Pongamos que el sujeto que hizo la cochinada de la sobrecarga fue El González, un funcionario del CNCA que ascendió desde el manejo de vulnerabilidades rockeras al cargo de un departamento completo –Ciudadanía-, en el que duró muy poco.  Sus soportes pepedés no fueron suficientemente consistentes para que permaneciera en un cargo para el cual todo le quedaba grande.  Sobre todo el apoyo político.

Este es el tipo de gente que antes del “cambio de mando” del 10 de marzo del 2014 andaba ofreciendo cargos para el Parque Cultural. No era ni  siquiera miembro del directorio, pero ya  se había puesto en carrera para ocupar la dirección.  O al menos, vivía la ficción del político que desde las sombras iría a manejar la institución.  Recuerdo que en esos meses se jactaba en Plaza Anibal Pinto de que quien escribe no entendía  las particularidades políticas locales.   

Sin embargo no vio lo que se le vino encima, porque desde el mismo 10 de marzo tuvo que  enfrentar a otro serio candidato a ocupar el mismo cargo, pero que provenía del equipo del Intendente recientemente designado.

Este segundo candidato, que no nombraré todavía, había sido miembro del pepedé y se cambió  al partido socialista. Pero hoy día admitió su error y le envió a Pepe Auth sus condolencias a través de las redes.  Solo que se olvidó de mencionar que aquello que Pepe Auth denunció como  efecto de retroexcavadora, él mismo lo practicó mientras  ingresó al directorio del Parque para representar in(d)icialmente al Intendente y vigilar  a la  poco lúcida recién designada Directora Regional para el Manejo de Carga Escenográfica.  




Lo grave  de todo esto es que El González sostenía la siguiente teoría: había que recuperar el Parque para las masas rockeras e impedir que las masas tamborileras le ganaran la partida.  Mediocres actores de teatro convertidos en gestores de energía  coreográfico-extorsiva ya habían demostrado su interés por ocupar un lugar eminente en el directorio del Parque, llamando “a recuperar lo perdido”. 

El chiringuito de explotación de menores en situación irregular –usando la plata de todos los chilenos-   llevó a  El González a ser ocupante oficial de la ExCárcel y por eso tuvo que soportar la exclusión de los “duros” especialistas en administración de recursos territoriales. 

Entonces, una vez construido el Parque Cultural,  El González   siguió pensando como “funcionario de la alternativa” a sueldo del Estado que le exige poner los límites y juró vengarse. Lo hizo tendiendo una trampa al  usar un lanzamiento de libro  como concierto encubierto, para llenar el Parque de jóvenes y revivir la presencia de miles de espectadores en la explanada.  Solo que no había pensado en que las capacidades de carga habían cambiado.  Pero eso le importó un bledo.  Siendo funcionario promovió una actividad que pudo tener graves consecuencias.  En términos estrictos,   debió  haber sido  acusado de “grave abandono de deberes”,  al promover acciones reñidas con el cuidado de multitudes. 

Hay que admitir que la bronca de El González es de las más respetables. No podía soportar, confesado por el mismo, que desde el Parque “blanqueáramos” a Cruz-Coke a través de proyectos que tomaban como cauce simbólico  acumulado la cultura popular porteña. Eso, me dejaba entrever, les pertenecía a ellos.  De modo que mi presencia le echaba a perder su negocio simbólico más preciado, que era especular con las vulnerabilidades sociales.

El hecho es que después del 10 de marzo del 2014 se convirtió en un “asesor sin nombramiento” del nuevo gabinete en Valparaíso. En su ansiedad esperaba mi renuncia a la dirección, porque ya en febrero hacía consultas para ofrecer cargos en el  diseño que lo debía  llevar a desembarcar en el Parque.  Lamentablemente, el nuevo socialista que representaba al Intendente  en el directorio le ganó la partida y lo desbancó en el acto. 

Fue entonces que abrigó una estrategia más ladina  y aspiró a dar el salto a Santiago, para ocupar un cargo que a toda vista le quedó como  un poncho patagónico.   Solo alcanzó a estar unos cuantos meses y su trabajo fue pésimamente evaluado. No solo no sabía de qué hablaba, sino que carecía de todo liderazgo.  El nuevo ministro de ceremonias  cuando llegó lo sacó de inmediato.

 Bueno, lo mismo ocurrió  con otro miembro del directorio  del Parque, que fungía como   representante  de una agrupación de músicos  que tenía como emblema una ave carroñera.  Este  era un magnífico exponente de la ausencia de  filtro institucional,   que a cada rato preguntaba cuando  iban a  obtener alguna recompensa  como miembros del directorio, porque él ya había invertido  mucho tiempo   ocupando el Parque-como-ExCarcel-transformada y no habían recibido nada a cambio, todavía. 

Y estaban los otros,  aquellos miembros  de otra agrupación a los que la Intendencia les pasó quince millones para que se instalaran en otro lugar, permitiendo así el inicio de los trabajos de reciclaje del edificio.   Lo cierto es que al final, parece que todos estaban allí haciendo mérito por si les tocaba “una platita”.   Es legítimo. Todos buscaban ser empleados del Parque.

Lo que El González no quería entender era que yo había sido contratado por una institución, y que por lo tanto, no era tan simple decirme que me fuera; porque primero,  tenían que cumplir con lo que me faltaba por contrato.  Lástima para él. Yo era empleado. Y era el directorio el que debía despedirme. Pero no lo hizo. La ministra no quiso que me despidieran.  Podrían haberlo hecho y nos hubiéramos ahorrado  perder mucho tiempo.  La ministra creyó que me sostenía. No tenía por qué. Yo estaba protegido por la ley.  Me hubiesen pagado  y me hubiese ido de inmediato. Eran mis derechos. Pero no lo hicieron. No sé por qué. A la ministra ni la pescaban en el puerto.  O sea, eran muy torpes. Desconocían, por ejemplo, que yo tenía derechos laborales.  Simplemente  necesitan mi cargo porque ya lo habían ofrecido.  Por eso les metí un juicio, que les gané.  En Valparaíso, ser radical es hacer cumplir la Ley.

Al parecer, ni  El  González ni sus correligionarios conocen el respeto por los derechos laborales.  Viven en un maltrato permanente y devuelven hacia la comunidad el efecto de sus rencores no elaborados.

El González quiso luchar contra los grandes poderes que ya habían asignado mi cargo a personalidades del charango que, eventualmente, podían representar un peligro a las pretensiones del Intendente Bravo, como futuro candidato a alcalde de la ciudad.  Incluso, ese mismo  nombre también circuló como probable Director Regional de Coreografías Perimidas.   

Esto quiere decir que   en el 2015 el directorio nuevo –Corporación-   llamó a un concurso  para blanquear una decisión que ya tenía tomada y que había provocado el primer enfrentamiento entre el directorio del  Intendente y el primer presidente de la nueva corporación del Parque, que mantuvo su decisión de llamar a concurso abierto, tal como la ministra y la subdirectora lo habían declarado públicamente en diversas ocasiones.  

El nuevo ministro de ceremonias llegó para sancionar la legitimidad de un acto que desde sus orígenes se había dado a ver como ilegítimo; porque las ilegitimidades deben ser exhibidas previamente como amenazas simbólicas anticipadas en el nuevo diseño político.  Que se haga cargo.

Al  comienzo, para eso  pusieron a Bravo  de Intendente; para que hiciera mérito.  Pero éste no contó con el efecto del incendio,  que  hizo evidente  su ineptitud para manejar una crisis real.   El era hábil para  montar  intrigas en los pasillos del consejo regional y los pisos del ya lamentable edificio del gobierno regional.   Pero al parecer carecía de habilidades para el  análisis fino y su proxémica no era del todo cuidadosa.   Entonces, todo a lo que El González aspiraba se desvaneció como el eco prolongado de una guitarra eléctrica desafinada. 

El destino le depararía obligaciones para las que demostró no estar preparado.  No tenía ni carga, en términos estrictos, con qué especular sobre su capacidad.

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