En una de las fuertes lluvias del 2014, en que Valparaíso y
Viña quedaron aisladas del país, debido a cortes en La Pólvora, Santos Ossa,
Salinas, Las Palmas, en las transmisiones de
Radio Bio-Bío desde los diferentes frentes apareció la voz de Omar Jara,
como un personaje extraño que hablaba de cosas concretas en tono
razonable, sin eludir las preguntas más complejas, dando la cara con una
modestia difícil de encontrar en un funcionario acostumbrado a pensar en la
pregunta “¿cómo voy ahí?”.
Frente a la indolencia
del Intendente Bravo y la expresión de su ineptitud política, el
gobernador Jara pasó a colmar un vacío, asentado en su experiencia de hombre de
terreno, como decía, respondiendo lo justo, atinadamente, con mesura. ¡Que
alivio encontrar a un tipo que hablaba de ese
modo! No era necesario estar de acuerdo, pero se ganaba un respeto.
Es así como en La Radio le comenzaron a dar tribuna, sobre
diversos aspectos de la conducción comunal, como lo fue el difícil momento del
partido entre Wanders y Colo-Colo, por todos conocido. Pensé, desde
el 2014 que éste sería un buen candidato a alcalde y que “por los palos”
le iba a levantar la nominación a Bravo, que con la nominación de un “delegado
presidencial” quedó como un impresentable
que demoró demasiado en salir de la Intendencia, acompñado de otros secuaces de
semejante impresentabilidad que habían
venido a “acompañarlo” desde Quilpué. (A propósito: ¿qué será de ellos? No les
resultó su estrategia de desembarco en las playas porteñas).
Ahora bien. La defenestración de Bravo sepultó las
ensoñaciones del Hijo Referencial como caudillo local, cuya lucidez se hizo
patente al levantar un candidato que al
parecer se quemó en la puerta del horno.
De este modo, los “barones” de la
post-pinto-democracia supieron que podrían apostar por la figura de este
“niño” Jara, porque en esa trama de poderes arcaicos, aunque Jara tenga más de
cincuenta, siempre seguirá siendo tratado como un “niño”. Lo cual habla de las extensiones
simbólicas que habilita el lenguaje de
la política. Pero el “niño” habla en la
radio; no escribe en El Mercurio. La radio es escuchada en los cerros. El
Mercurio solo es leído en los
escritorios de los que opinan sobre Valparaíso, pero que no tienen su
inscripción electoral en Valparaíso.
Había que esperar la caída del halcón peregrino de la
política local para hacer efectiva la segunda victoria del
post-pintismo-democrático-re-adecuado.
La primera victoria había
consistido en el derrumbe de la candidatura de Paulina Quintana, que (se)
perdió (en) las primarias por no haber puesto atención en todos los
detalles. Pinto sería el candidato en
contra de su gerente-general, para salvar la unidad de su negocio.
Ahora la victoria es doble, porque esta vez fue la propia
“realidad” la que reveló la
incompetencia del sector socialista de Bravo, acarreando consigo el resbalón
total de la tienda de la subida Almirante Montt. El Hijo-del-Padre, en su
euforia de preferido malcriado, anunció por la prensa al vencedor de unas
primarias anticipadas que se inventó desde fuera de la norma para incidir sobre
lo Normado, como es su costumbre.
En términos estrictos, esta es una nueva paliza que el
post-pintismo-democrático le propina a los esforzados militantes socialistas. Los menos esforzados ya habían sucumbidos. Y
el candidato que fungía como amenaza desde la elección pasada, ya había sido
arrendado gracias a los recursos
ampliados de Cultura. En este panorama,
ni el corresponsal de la prensa mexicana (Marín), ni el Comandante Yuri,
ni el Saltimbanqui Mayor de Tambores tienen algo que hacer. Ya les pasó la hora de la extorsión
circense. Todo indica que quienes llaman
a “recuperar lo perdido”, también tienen un precio. Solo que ahora ya nadie está dispuesto a pagar esa
cuenta.
Lo anterior es el principal aporte del llamado Pacto de La
Matriz. Es decir, han logrado que la separación de aguas entre
los profesionales de la alternativa y los empleados de la extorsión sea cada
vez más decisiva. Los primeros, al fin y al cabo, tienen un prestigio laboral
que cuidar. Los segundos apenas han aprendido a cumplir con las rendiciones
de fondos.
Los de La Matriz son el único grupo que puede inquietar a
los post-pinto-demócratas, porque
configuran un conglomerado heteróclito de comportamiento imprevisible, aunque
piensen que lo único que pueden hacer es crecer, mientras los “otros” luchen
por no descender. Distribuidos
entre concertacionistas desencantados que requieren hacer el camino
rápido por fuera y profesionales forzados a invertir
un tiempo en la política para
sostener en pie la ficción de una cierta autonomía política, carecen de virtudes negociadoras, porque su
propósito no es negociar, sino que les sea reconocida una cuota. Ahora, todo
gira en torno a quien representará mejor la cuota.
Lo propio con los grupos que se autorizan la representación
de (una) Utopía extra-partidaria es
terminar como carne de cañón, en una refriega en la que los viejos maquineros desencantados
puedan resistir los primeros tiros, que
serán absorbidos –necesariamente- por
quienes se verán obligados a poner el cuerpo por delante. En el
rango de los primeros habría que situar a John Parada, mientras que el lugar de
la derrota heroica estará reservado para la caballería polaca de Daniel Morales. Entre ambos,
quedarán esparcidas por la plaza Echaurren las esperanzas truncadas de otra Ilusión
Movimientista.
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