sábado, 16 de mayo de 2015

LOS RICOS NO NECESITAN MINISTERIO DE CULTURA.

(En enero del 2014 fui invitado por la revista on line catalonyapress.cat  a escribir un comentario a la frase que señalo en la segunda línea del texto que a continuación publico en este blog. Bachelet ya había sido elegida y los operadores político-culturales de la ciudad iniciaban su lucha por obtener para si  la dirección del Parque Cultural de Valparaíso. Publiqué en el extranjero esta contribución, antes de que asumiera Claudia Barattini a la cabeza del CNCA.  Ahora la publico en el  país, a pocos días de su partida, motivado por la publicación de la columna de Christian Warnken en El Mercurio de Santiago, del día jueves 14 de mayo del 2015). 

Me han solicitado que explique el siguiente enunciado: Como he dicho en muchas ocasiones, los “ricos” –para hablar en antiguo- no necesitan tener un ministerio de cultura. ¿Para qué?  ¿Que significa hablar en antiguo? Estando en Madrid, hace muchos años, unos intelectuales hacían esta broma de hablar en “antiguo”; y agregaban, “es decir, en marxista”. Pero en la formación intelectual chilena de las post-dictadura, hablar en antiguo significa emplear palabras en completo desuso. Ya forzosamente olvidadas en su propia tradición. 

Así, hubo un momento en que palabras tales como “clase obrera”, “bloque proletario”, “frente unido”, por mencionar algunas, fueron sustituidas por otras, nuevas, más indeterminadas, como “pueblo”, iniciada la transición interminable, pero que luego fue reemplazada por la palabra “gente”, hasta llegar al estreno de la palabra-valija de estos tiempos; a saber, “ciudadanía”. 

Desde un cierto momento, todo pasó a ser ciudadano.  Y luego, esto dio paso a una nueva fórmula: “participación ciudadana”. Esta fue la denominación de un práctica extorsiva ejercida por grupos aparentemente vulnerables que podían leer las fragilidades zonales de una autoridad  puesta en situación de blanqueo “de algo”. 

Esto podía abarcar desde un movimiento social en pro de la calidad e igualdad de la educación, hasta un grupo de okupas que buscaba producir la hipótesis de soberanía territorial para terminar negociando en mejores condiciones su nueva colocación.  El denominador común no es el grupo que ejerce la fuerza, sino la autoridad con síndrome de blanqueo. Es ahí que la hipótesis de la participación ciudadana funciona como una amenaza extremadamente eficaz, sobre todo en el campo cultural. 

Entonces, la aparición del enunciado  referido tiene que ver con esto. Y continúa del siguiente modo: ¿Para qué los ricos van a tener ministerio de cultura si convierten directamente su gusto privado en política pública? 

Al mencionar el “hablar en antiguo” me refería a que los “plebeyos”, en cambio, necesitan que les sean habilitadas formas de acceso a un consumo compensado de bienes. Hablar en muy antiguo es referirse, por ejemplo, a la distinción entre patricios y plebeyos. No está mal recordar de donde venimos. 

Es aquí que funciona la participación ciudadana como plataforma extorsiva. La autoridad cultural  sabe que su trabajo está  garantizado  por  la clase política, que es quien desde cuya eminencia le ha encargado -delegado- realizar el trabajo de limpieza simbólica que cada coyuntura (larga) requiere. 
Los patricios, en cambio, la tienen clara, al punto de establecer severas distinciones entre la escenificación de sus gustos privados y sus inversiones duras en la industria cultural, expandiendo sus negocios hacia el consumo innovador de los nuevos plebeyos, que son sus agentes de servicio en las ciudades que tienen pretensiones de ser reconocidas como ciudades globales. De este modo, las agencias de cultura (consejos, ministerios) han sido destinadas a formalizar las dos áreas de compensación. 

La primera, en cuanto a la formación de las industrias creativas para satisfacer los deseos de integración de su personal de servicio, de relativa calificación para desempeñar sus roles en el tercer sector. La segunda, destinada al manejo de intensidades de las poblaciones más vulnerables.  Entre esos manejos, hay quienes piensan en las virtudes de la financiación de la demanda, mientras otros, en un mismo ministerio, abogan por la financiación de proyectos comunitarios. Y como un momento final de la cadena, están los tesoros humanos vivos, que es una nueva denominación en que  las compensaciones se verifican principalmente en el terreno del patrimonio intangible, abriendo paso al reconocimiento de las formas más elaboradas de la cultura popular. Ahora, estas reivindicaciones corresponden a no muy sofisticados programas de reconocimiento de sobrevivencias limítrofes, cuando  las tecnologías que sostienen las prácticas artesanales o económicas   arcaicas, ya están a punto de desaparecer. Es decir, en aquellos puntos donde la transmisión de una práctica determinada está en riesgo. 

Desde siempre, la oligarquía chilena protegió y reconfirmó el destino de las prácticas populares ya perimidas. Esto corresponde a que es solo después de haber vivido la experiencia triunfante de la vajilla inglesa, la oligarquía pudo construir una mirada bondadosa sobre la cerámica popular y la incorporó al diseño de interior del progresismo de los años sesenta, para que ocupara su lugar junto al franciscanismo referencial y no menos culpógeno de los muebles de “palo quemado” que revelaban las perspectivas del catolicismo progresista.  Resulta sorprendente constatar que el social-cristianismo en Chile fue una invención oligárquica, en contra del tradicionalismo católico hispanizante.  
Era muy sencillo ingresar a una casa de familia plebeya ascendente para encontrar de inmediato la batería objetual: cerámica de greda negra, tapices andinos, pulcros muebles de madera, y los más elaborados, un vinilo con la Misa Luba. Pero esta construcción del interiorismo plebeyo no fue más que la expansión recompuesta de una mirada oligarca que transfería reductivamente sus activos simbólicos al nuevo sujeto de la historia local. Esta transferencia no fue más que la expresión terminal de un quiebre simbólico que se preparaba desde hacía décadas. 

Es preciso retroceder hacia los tres primeros años del gobierno de Frei Montalva, el social-cristiano que gobernó Chile entre 1964 y 1970, para entender de qué manera se levanta el edificio de la Institución Cultura. Frei en su juventud nunca ocultó su admiración por la situación española, al punto de escoger el nombre para su movimiento como Falange Nacional. Es a fines de los años cincuenta que el tradicionalismo hispanizante fue desplazado por el progresismo jesuita que provenía de Lovaina. 

Es a comienzos de los sesenta que los jesuitas elaboran una teoría de la integración que será la base ideológica del manejo de las intensidades de un nuevo tipo movimiento popular, en el que la figura del dirigente obrero (fabril) es reemplazada por la del dirigente poblacional, que será el regulador de las luchas urbanas en el curso de esa década.  

Definidos por criterios territoriales, en que la demanda por vivienda define procesos de periferización importantes, en el terreno del discurso se instala una estrategia de reconocimiento de quienes no estarían integrados al goce de los bienes culturales de la vida real de la sociedad.  Es tal el peso de esta ideología que determinará el modo como tendrá que instalarse la televisión, bajo supervisión cultural de las universidades que operan en los hechos como ministerio de cultura avant-la-lettre. De este modo, ocurre una singular articulación, que combina la lucha por la vivienda con la transferencia de modos de organización territorial que tienen un efecto en la cultura organizativa de grandes contingentes de población.  

El Estado elabora políticas para el ascenso moderado de los plebeyos, a través de una cultura de la espera y del diferimiento jerarquizado de las demandas., montando un programa nacional que denominó de Promoción Popular. Al menos era transparente con su propósito: promover mejores condiciones de goce de unos bienes de los que estaban excluidos. 

La cultura organizacional estaba destinada a mantener el ritmo y el tono de unas demandas que podrían salirse de cauce. La izquierda partidaria penetra estas organizaciones y convierte la estrategia de demanda moderada en estrategia de conquista. Al menos, simbólicamente, esta es una distinción radical. En los campamentos de pobladores organizados por la extrema-izquierda de entonces, suele encontrarse grandes carteles en que se reproduce la consigna “Hoy la casa, mañana el poder”. 
La dictadura militar modificó drásticamente el panorama. Su gran victoria ha sido la re-oligarquización de la sociedad chilena. Las teorías de la integración fueron sustituidas por prácticas de  des-solidarización extremadamente eficaces, que incorporaron una nueva noción al manejo de poblaciones a través del mercado: el acceso a aquello que no se poseía. Si bien no se posee el poder en el campo de lo real , al menos se puede vivir la ilusión de su posesión mediante la puesta en marcha de dinámicas compensatorias, que vuelven a valorizar la noción de territorio, justamente, porque la periferización de la vida ya alcanzó un extremo letal. 

En este marco, la clase política de la Transición Interminable  le ha asignado a la Institución Cultura que se ocupe de revalorizar el trabajo territorial, donde se juega la ilusión de inclusión, al tiempo que elabora los marcos de regulación empresarial para los plebeyos emprendedores que deben surtir a los nuevos incluidos, el nuevo mobiliario, el nuevo interiorismo, el nuevo manejo del mercado simbólico de la compensación. 

Los ricos viven una compensación por exceso y aspiran a recuperar los viejos hábitos de una oligarquía que les transfiere las imágenes de un poder ya diluido, pero  reconfigurado  por la economía de la post-dictadura. 

Los ricos no necesitan que una institución especial ponga en escena  sus “archivos de lo común”, porque lo común, para ellos, es el ejercicio directo de la hegemonía, verificado  en sus bibliotecas privadas, en sus colecciones, en su mobiliario, etc. Pero esto no se localiza en Cultura, sino en Patrimonio. Y esa es la gran lucha. Porque la lucha de clases, a nivel simbólico, se ha trasladado a esa área. Cultura ya está funcionalizada en la producción de compensación de poblaciones vulnerables. Lo propio es mantener las condiciones de vulnerabilidad para definirse como la voz-de-los-que-no-tienen-voz

Los ricos buscan afanosamente su garantización cívica apropiándose del capital simbólico que sobrevive en la zona referencial de la oligarquía; es decir, en la zona central del país. Es allí donde ésta oligarquía experimenta su deflación histórica mayor. Los ricos (nuevos) adquieren sus activos simbólicos como un acto de apropiación de las garantías, a través de la musealidad y la viticultura. 
El ejemplo más flagrante es el de un rico (nuevo), que para adquirir la nobiliaridad  inscriptiva que le hace falta, adquiere tres colecciones, desde las cuáles montará un museo. Hay que ver de qué son las colecciones. El ejemplo es magnífico. Una es de pintura clásica chilena; o sea, toda esa mala pintura  de valor cultual que pobló los muros del palacete oligarca de fines de siglo XIX. Es como si adquiriera la historia forzada de su propia sensibilidad. La segunda y tercera colecciones van unidas. Una es de platería mapuche y la otra de fósiles en ámbar.  Nada podía ser más transparente para entender que este rico (nuevo) tiene problemas con su novela de origen. Los despojos de la vieja oligarquía lugareña no pueden más que soportar estoicamente la humillación de esta delegación que reconfigura la memoria  del latifundio. 

El modelo de este museo es ditirámbicamente celebrado por los funcionarios de la Institución Cultura, porque les quita  de encima un peso, una función. El Patrimonio es propiedad de los ricos (re-oligarquizados); la Cultura, en cambio,  queda  disponible para el manejo  reparatorio de los  plebeyos con síndrome de abandono. 

Para terminar: toda esta historia es (muy) local. Sospecho que posee algunos alcances proyectivos y que, guardando las proporciones, puede tener réplicas en otras formaciones sociales. Muchas veces, en broma, he sostenido que la Institución Cultura debiera depender del Ministerio del Interior, por el rol que juega como plataforma de amortiguación de conflictos sociales y como gran aparato de localización preventiva de vulnerabilidades diferenciadas