jueves, 30 de enero de 2014

TOLERANCIA Y SUPERVISIÓN EN EL PARQUE (2)

He pasado la noche de año nuevo de estos tres últimos años, en el Parque, porque considero que es un lugar de riesgo relativo. Riesgo relativo porque en la explanada del quinto piso, si bien las alturas de los muros están dentro de las normas constructivas, no constituyen un lugar seguro en la eventualidad de un acceso masivo de personas. Ya sea niños, o bien adultos en estado de intemperancia, pueden caer por las dos aperturas que hay cerca del acceso. 

Los espacios más bellos del edificio de Difusión, son sin embargo aquellos en los cuáles hay que poner más atención. 

De todos modos, parejas de jóvenes buscan hacer ingreso, por el costado de la calle Cárcel, corriendo grandes riesgos. Deambulan por los edificios a las tres de la mañana. Los hemos invitado a abandonar el recinto, no sin antes recibir todo tipo de agresiones verbales y amenazas. Pero nadie parece admitir que hayan cometido falta alguna. Sin embargo, es invasión de morada. El Parque, ejerciendo funciones de  espacio público, es un recinto privado. Algunos, hasta quisieran acampar en él.  Incluso,  pernoctar en los espacios de ensayo. Hemos tenido que hacer un gran trabajo de conscientización, no solo  acerca de la naturaleza y destino de los espacios de ensayo, sino también  sobre los protocolos de uso. 

Tengo una pregunta: ¿por qué, nuestros funcionarios, deben recibir amenazas en sus espacios de trabajo? No es la primera vez. Son recurrentes los rayados ofensivos. Volvemos a pintar. Eso es un gasto enorme de pintura. Pero sobre todo, significa combatir   una actividad de vandalización  que en ciertos círculos de esta ciudad resulta legitima, como  si fuera una expresión  de participación ciudadana. 

Hace unas semanas, un grupo de escolares se concertó para  intervenir de manera relámpago los baños del primer piso del edificio de Difusión, escribiendo sus signos tribales   sobre los azulejos.  Salieron huyendo. Satisfechos. Fue  un momento eyaculante de expresión juvenil.   

Los baños del Parque son los mejores baños públicos de la ciudad y estamos decididos a mantenerlos en esa condición.  

Ahora bien: el edificio de Transmisión no está abierto al público.  Su destino es albergar espacios para el trabajo de los artistas. Trabajo de entrenamiento y ensayo profesional, me refiero. 

Sin embargo,  hay artistas que vienen con sus niños y los dejan en el Parque mientras  ensayan. No estamos habilitados para ser una guardería de facto. Los artistas deben resolver con medios propios  donde dejar a sus hijos mientras vienen a ensayar. Es propio del rigor de un artista  separar estas cuestiones. No es posible que en un espacio público los niños deambulen sin la supervisión de un adulto responsable. 

Los niños  no pueden deambular a su antojo por el patio de los Pimientos, porque perturban el trabajo de los ensayos y porque con sus juegos producen una merma importante a las instalaciones del huerto y del invernadero.  Los artistas-padres  no  pueden imponer al Parque,  funciones de guardería. 

Si volvemos al tema de los niños en bicicleta, hay que decir que los sábados y domingos aumenta su número. El espacio del Parque es adecuado para que circulen sin peligro de que se crucen motorizados. Igual, hay que tener cuidado con los móviles de servicio. 

Pero así y todo, deben estar a cargo de un adulto que module el ímpetu de los infantes,  porque hay otros niños, a pie, que pueden ser arrollados por los propios niños ciclistas.   Y porque un niño de cinco años no es lo suficientemente diestro para enfrentar una pendiente como las que tenemos: una, a la entrada de la plaza, y la otra, en junto al acceso al edificio de Difusión. Tiene que haber a su lado un responsable.

En el fondo, es instalar una idea de  delicadeza corporal y auto cuidado mínimo. 

Para eso es preciso adultos con criterio.  Apelo a su colaboración. 

¿Sabían ustedes que hay niños que se divierten  destruyendo  los jardines, mientras su padres consideran que es una exageración  nuestra solicitud de cuidado? Son situaciones que tenemos que abordar, de tiempo en tiempo. 

También hay situaciones extremas, como cuando constatamos  que espectadores caminaban sobre las butacas del teatro para cambiarse de lugar o que ingresaban consumiendo cerveza y durante el concierto fumaban sus porros. Pero fue al principio, cuando había grupos que exigían que el público se sentara en los corredores superiores del teatro, destinados al tránsito de los equipos técnicos. No tenían idea de lo que era un teatro en forma. Pero ya instalamos un protocolo de uso del teatro y de régimen interno del área técnica. 

Otra situación extrema tuvo lugar  cuando cometimos el error de instalar sillas adicionales en el teatro. Eso también fue al principio. 

El teatro tiene una capacidad de 307 butacas.  El espacio de trabajo, en el plano, no es para colocar sillas móviles, sino para asegurar la calidad del trabajo formal. !Como no recordar la apertura de Danzalborde de 2011, en octubre, con una pieza que señaló el rango de uso de ese espacio. !Y pensar que algunos protestaron porque no lo construimos a la italiana!  Definimos desde un comienzo este espacio como destinado a favorecer la experimentación. 

De este modo, conceptualmente, no cabe pensar en poner sillas en el espacio destinado al trabajo. Justamente, porque el valor de ese espacio es la relación que establece con las escalas y con el vacío. Pero hay quienes son insistentes en buscar por secretaría el obligarnos a poner sillas, para acoger festivales que ni siquiera respetan la editorialidad del Parque, dicho sea de paso.  Frente a cualquier emergencia, somos nosotros quienes ponemos la cara. 

Afortunadamente, existe un reglamento del servicio de salud para espacios públicos que nos impone unas obligaciones muy claras. 

Hay que entender que el Parque es un espacio que posee una regulación mínima  destinada a   la circulación y  la estadía de las personas en la explanada del Parque.  

lunes, 27 de enero de 2014

Tolerancia y supervisión en el Parque (1)

Se tiene la costumbre de pensar el Parque como un espacio de oferta programática y se olvida que involucra, de manera efectiva,  el manejo de una explanada.

Hace unos días, un niño de seis años, en bicicleta, con casco, se lanzó sobre la pequeña pendiente que va desde el mirador hasta el ingreso a la zona de servicios del Parque. Otro niño, desde un lugar opuesto y distante lanzó una pelota que impactó  la bicicleta y le cambió drásticamente la posición del manubrio. Esta  se detuvo abruptamente y el niño salió despedido hacia adelante, no sin antes golpearse con violencia sobre una de las manillas del manubrio. Como yo venía saliendo del edificio, pude apreciar que su rostro denotaba la existencia de un dolor intenso en la zona toráxica. Cayó al suelo. No podía respirar. No podía hablar. Le dolía mucho. Entró en pánico. 

Lo atendimos de inmediato. Es decir, lo inmovilizamos y buscamos si tenía una herida visible, sospechando la existencia de alguna lesión interna. Lo calmamos. No tenía nada, aparentemente, fuera de unas magulladuras.  

Llamamos al consultorio más cercano. No había ambulancia. Lo hubiésemos llevado  a urgencias.  Su madre llegó de inmediato. El niño estaba en el Parque al cuidado de otra persona, que en el momento de la caída no se encontraba en su campo visual. 

La madre lo condujo de inmediato a una clínica y lo dejaron en observación durante una noche entera. Al día siguiente, el niño comenzó el día reclamando su desayuno. No tenía nada.

Esto es un accidente que puede pasar en el Parque. Sin embargo, no disponemos de personal para enfrentar una situación como ésta.  Debiera haber una persona exclusivamente dedicada al manejo de público en la explanada.  

Nuestro equipo es reducido y cuando ocurre un incidente debemos abandonar temporalmente  las funciones a las que estamos asignados.  Aún así, nos hacemos cargo de la situación. Pero este incidente nos ha puesto sobre aviso. Estamos conscientes que debemos elaborar un protocolo que nos permita responder de manera  más pertinente. 

Las funciones del personal tienen que ver con el manejo y cuidado  de las instalaciones. Los guardias manejan los accesos y previenen los atentados contra la propiedad. Pero el Parque exige otro tipo de habilidad, que tiene que ver con el manejo de circulación de personas en la explanada. 


Imagínense ustedes que un perro muerda a un niño. Hay perros vagos que ingresan al Parque. No son tan agresivos como los perros que ingresan con sus amos, sin cuerda, libres, pero tontos, que asustan a la gente con jugueteos difíciles de interpretar. Además, sus amos no limpian la caca. Pudiendo, perfectamente, hacerlo. Es cosa de venir con unas bolsitas. ¿O no? Pero volvamos al caso. ¿Qué pasa si un perro muerde a una persona? 

¿Que pasa si un niño en bicicleta se cae y se golpea la cabeza contra el borde metálico de las jardineras? Son cosas que pueden pasar. ¿Y quién se hace cargo? ¿De quien es la responsabilidad? ¿Y que ocurriría si uno de los adolescentes de la quebrada Elías viene y le pega un pelotazo a un niño pequeño que juega en el pasto? Estos adolescentes consideran que el pasto del Parque es un campo de fútbol. 

El pasto del Parque no es una cancha. Es posible jugar a la pelota, cuando los niños son pequeños y no ponen en riesgo la seguridad de otros niños. Pero unos jóvenes quinceañeros no quieren comprender que al futbolizar el uso están  infringiendo una norma mínima de tolerancia en el uso de los espacios públicos. Cuando los hemos conminado a abandonar dichas prácticas hemos tenido que soportar amenazas, algunas de ellas, muy graves. 

Hubo una que merece ser comentada. Un grupo de jóvenes rayó el frontis de la entrada próxima a la escalera que da a Atahualpa. Exigían una cancha de fútbol.  Lo escribieron a todo lo largo de la fachada. La explanada del Parque no es un campo deportivo, sino un lugar  de paseo y de recreación. Los jóvenes agresores, no contentos con el rayado, saltaron el muro y amenazaron a los guardias, en medio de la noche, cuando  estaba cerrado. 


Hay gente que piensa que este Parque no debió entrar en funciones si no se resolvían todos estos problemas, en forma previa. Esa gente no piensa que nadie tenía la menor idea de cómo había que abordar una apertura sin equipamiento y sin modelo de gestión. Nadie había tenido que abordar la tenencia de  una explanada de estas características, cumpliendo con las normas de uso de un espacio público. 

jueves, 9 de enero de 2014

PALABRAS EN LA PRESENTACIÓN DE ESCRITURA FUNCIONARIA, EL MIÉRCOLES 8 DE ENERO EN EL CENTEX (CNCA)

Escritura Funcionaria no fue un libro concebido inicialmente como libro, sino que se fue convirtiendo en libro por necesidad política, para poner en pie el relato de un montaje.

El libro está dedicado a exponer una Poética de la Gestión; una poética del saber de la gestión; una política de la gestión del saber sobre ciertas cosas.

Se subentiende que trata cuestiones de andamiaje; es decir, de las construcciones narrativas que sostienen mi acción como director general del Parque Cultural de Valparaíso y del discurso que se interroga sobre la puesta en forma de su consistencia programática.

La gestión no es un concepto sino un campo de acontecimientos ordenados por la decretalidad de la rendición de cuentas. La gestión exige la recuperación de su propia novela sumergida. La gestión no es el anverso de la ficción, sino su declinación, en sentido latino.

Si la gestión es una declinación de la ficción; la ficción, por su parte, proviene del clinamen (Lucrecio) y de su efecto político, verificable, en mis textos funcionarios, en dos asentamientos teóricos: el primero, en el de la teoría del malestar; el segundo, en el de la teoría de las instituciones. (Empleo la palabra asentamiento en su acepción de unidad productiva en el campo léxico de la reforma agraria).

La teoría del malestar remite a la política de la corporalidad y a las maneras de la mesa. La teoría de la institución emite mediante el protocolo, los manuales de uso, la pragmática de los procesos, los perfiles de cargo, produciendo la regularidad de servicio.

Este libro reúne textos que tematizan unas operaciones ejecutadas sobre unos objetos fugitivos del discurso y cuya fijación atraviesa las fronteras entre saberes locales de diversa consistencia y magnitud, forjando una pequeña ética de la iniciativa.

El punto nodal de esta ética es “la promesa de mantener las promesas”, implícitas en la petición de fidelidad entre unas palabras y unas acciones programáticas. Este es un efecto que aparece formulado en una obra de P. Ricoeur: Del texto a la acción, en su capítulo titulado, justamente, La Iniciativa. Agrego: la iniciativa de la palabra.

La escritura de estos textos reproducen las cuatro fases esbozadas por P. Ricoeur en el análisis de la iniciativa: primero, PUEDO HACERLO (la escritura como potencia); segundo, LO HAGO (la escritura como andamiaje), tercero, INTERVENGO (inscribo mi acto de escritura en un decurso -burocrático- del mundo local); y cuarto, PERSEVERO (afirmo una cierta condición duradera de la función).

Escritura funcionaria, escritura de función, función de la escritura en la empresa local de articular lo factible, lo decible y lo visible.

martes, 7 de enero de 2014

Yo no busco, encuentro

Yo no busco, encuentro. Vieja y desusada frase atribuida a Picasso, pero que no deja de tener utilidad. En el descanso de acceso a la sala de Marcos Hughes, uno de los guardias, el sábado pasado, me comenta que ha encontrado una cierta similitud entre los dibujos de Hughes, colgados en el muro a la derecha del ingreso, con las caricaturas publicadas en revista APSI, durante la dictadura. ¿No le parece a usted? Y me conduce hasta el grupo de dibujos, donde encuentro, en efecto, que su comentario se ajusta a derecho, como se dice. Derecho de imagen, claro está. Derecho a la interpretación. Y luego, agrega, “los monos tienen que ver con los gorilas”. Trato hecho de lectura. Me comenta que un tío suyo tenía en su casa una colección completa de revista Bohemia. O sea, me confesaba los avatares familiares de su educación gráfica, y de paso, el efecto de las denominaciones. Los gorilas eran, obviamente, los golpista. Y yo, que pensaba que esa conexión sería dificultosa para una generación posterior a la mía. Craso error. Hughes dialoga con los monos del Guillo. ¿Lo sabía? No es preciso saberlo. Pero que la caricaturización del retrato es propio de Hughes, no hay duda. Aunque sea una demostración de la distancia inalcanzable entre la representación y el cuerpo. 

Vuelvo a mi insistencia en el color de chicle de la carne desollada. Todos los retratos de Hughes son pintados como si su objeto fuera mostrar la carne viva. Cierto, por afirmación antagónica de la “carne muerta”, que en su lenguaje pasa a sustituir, y por qué no a desterrar, la “naturaleza muerta”. ¿Se han fijado? En Hughes no hay ni paisajes ni vanitas. Aunque hay algunas pinturas en las que es posible reconocer el género. Cuestión táctica que pone en evidencia la futilidad del existir, en Valparaiso, en la coyuntura de 1984-85.


Si el comentario del guardia tuvo lugar el sábado, debo señalar que el viernes anterior, a mediodía, saliendo de la Librería Lagar en calle Cumming, me crucé con Murúa, que opera desde la galería de al lado. Carlos ya me había advertido que Murúa estaba leyendo mi libro. Yo le dije, ¿que tiene que andar leyendo? Y claro, al cruzarme con Murúa, bajo un sol arrebatador, este me levanta la cabeza, increpándome jocosamente, con el tono de quien posee un secreto; pero de esos secretos que se conocen demasiado. Es así como me dice: “Te estoy leyendo. Eso de la Operación Saltamontes. Yo aquí estoy haciendo lo mismo”. Y me señaló su tinglado serigráfico y xilográfico, del cual venía de sacar como empanadas del horno unas camisetas recién impresas con uno de sus grabados. 

Pero Murúa había pronunciado las palabras claves: Operación Saltamontes. Ese era el secreto. La existencia de ese grupo de maoístas que trabajaban en la Consejería Nacional de Desarrollo Social y que fueron perseguidos por los comunistas, que eran la gente más seria de la UP, junto a mis amigos del Mapu-OC. Los más serios. Ya sabremos que significa todo eso. El hecho es que Operación Saltamontes no representaba nada serio. Practicaba literalmente una comprensión ingenua del principio maoísta “de las masas a las masas”. Y eso que ya he hablado aquí, de la importancia de los grabados chinos de los poetas convertidos en xilógrafos para no perder su relación con las masas durante la guerra civil. Historia antigua. Digo, la Operación Saltamontes. 
Murúa, simplemente, me mató. Es un decir. Me impresionó su complicidad maoísta. Es tercera vez que uso esta palabra. Los Saltamontes eran unos delirantes militantes gráficos que iban a las poblaciones a enseñarle a los pobladores a fabricar sus propios medios de expresión gráfica. Tenían un modelo que consistía en un bastidor fabricado con cuatro palos de cajón manzanero -invento- y una malla de panty bien estirada. Para reemplazar a la tinta usaban pasta de zapatos diluida. ¿Que tal? 

Murúa me cuenta que él conoció a algunos de ellos; que tenía una amiga, detenida-desaparecida, que formaba parte de esos equipos. Estoy hablando de estrategias de trabajo en el frente gráfico de los años setenta.
Quedamos, con Murúa, de tener un encuentro especialmente destinado a reconstruir nuestra memoria de la Operación Saltamontes.