martes, 29 de abril de 2014

DESEQUILIBRIO ACCIONAL

El lunes 28 de abril a las 15.00 hrs tuvo lugar en la Biblioteca del Congreso un encuentro entre académicos, dirigentes sociales y diputados, para proseguir con intercambios que habían sido iniciados el jueves anterior. Esta vez, en todo caso, estaba presente el Delegado Presidencial, que hizo una breve intervención y pasó a responder lo que podía y a eludir lo que correspondía. La situación era de un desequilibrio accional completo. El era el único agente que tenía poder de decisión. El resto eran informantes de alta calidad, receptores de iniciativas susceptibles de ser convertidas en propuesta parlamentaria y dirigentes sociales. Los primeros analizaban, los segundos anotaban y los terceros ponían las objeciones que no tenían respuesta.

Los más satisfechos eran estos últimos porque se les confirmaba lo que ya sabían: no hay participación ciudadana. La victoria es la confirmación. En cambio los primeros estaban medianamente satisfechos, porque saben que sus análisis estratégicos se ubican más cerca del Poder que los excluye, aunque más lejos de los ciudadanos que desconfían de su largo-placismo. Los dirigentes están en el presente, buscando culpables efectivos. Necesitan cumplir con una cuota de jacobinismo cosmológico. Y los segundos cumplían con el deber de recolectar insumos que en tiempos normales no sabrían cómo obtener, para fundamentar unas elaboraciones legislativas que se van a juzgar en un tiempo relativamente largo.

El domingo 27 de abril a las 11.00 hrs, en la junta de vecinos de calle Garibaldi se abordaron, entre otros, tres problemas: 1.- cómo limpiar unos sitios eriazos convertidos en basurales por “la gente de arriba que baja con sus bolsas, porque allá no pasan los camiones”; 2.- como diseñar un plan de emergencia vecinal para enfrentar la súbita sobrepoblación del barrio en caso de alerta de tsunami; y 3.- cómo participar en un proyecto Fondeve para reparar (reconstruir) en parte la escalera Garibaldi. En todo esto había una sola certeza: el flagrante abandono de deberes por parte del Municipio.

En la reunión del Congreso, los dirigentes sociales pedían la cabeza del alcalde. Los analistas universitarios apuntaban a que ese no era el problema, sino el sistema de regulaciones y la historia de desestimiendo del Estado para intervenir en el Planeamiento. También, el fantasma efectivo del abandono de deberes por parte de un Estado que se cuida de atentar contra el derecho de propiedad. En este sentido, los dirigentes sociales fustigan a las autoridades concertacionistas de los gobiernos anteriores, porque no se hacen cargo del hecho de ser fieles continuadores de la economía política urbana implícita de la Dictadura. El modelo MINVU consiste en conciliar lo inconciliable, porque solo en el terreno de la vulnerabilidad poblacional su política es aceptable, en la medida que “esos sectores” (vecindades precarizadas) carecen de poder efectivo para exigir sus derechos en forma.

Mabel Zúñiga, dirigenta social presente en el debate, le preguntó al Delegado si iba a escuchar a los ciudadanos o a las inmobiliarias. El Delegado respondió como tenía que responder: !que duda cabe! !Las inmobiliarias no están en este debate! La risotada del público asistente fue general. La desconfianza es total.

El propio Delegado admitió hidalgamente, para eso está ahí, que comprendía que hubiera desconfianza y que este proceso no se iba a desarrollar sin participación ciudadana. Pero nadie le preguntó por sus palabras de la noche anterior en el telediario, sobre la incorporación del cuerpo militar del trabajo en el proceso de levantamiento de casas de emergencia, como un recurso que posterga el diálogo entre las partes. Por un lado, se a

conversa y recoge insumos que hará pasar por el filtro que se trae consigo; y por otro lado, avanza con urgencia tomando decisiones que desarman toda hipótesis de participación. Porque su trabajo consiste en tomar las decisiones que puedan mitigar la explosividad social antes que la Presidenta pronuncie su discurso del 21 de mayo. El tiempo corre en su contra. Pero sobre todo, en contra de los habitantes que a diario ponen el cuerpo, en la primera línea. 

sábado, 26 de abril de 2014

DISCUSIÓN ESTRATÉGICA

El jueves 24 de abril, en el pequeño auditorio del Palacio Baburizza se reunió un gran número de arquitectos, urbanistas, geógrafos, ingenieros, procedentes de múltiples horizontes; la universidad, las oficinas privadas, algunos jefes de instituciones y representantes del colegio de arquitectos. El propósito, invitados por la SERPLAC de la Municipalidad de Valparaíso, era recibir propuestas que pudieran ser incorporadas a un gran documento que debiera ser presentado al Delegado Presidencial. El objetivo planteado por Luis Parot, encargado de planificación del municipio, era muy claro: hay que tener una solución política razonable, realista, es decir, negociable, tolerable, por la gran autoridad enviada por el gobierno central, antes del 10 de mayo, a lo menos.

La estructura colonial que sostenía al reunión apenas fue esbozada por algunas intervenciones, sobre todo, la del director de la escuela de construcción, que señaló que ya desde la época en que Lagos Escobar era ministro del MOP se realizaron estudios que quedaron en unos cajones o en unas gavetas de la administración. Esto demuestra que existe masa crítica, producida tanto en el Estado como en la Academia, desde hace décadas, y que el acumulado de conocimiento es significativo. De todos modos, ese conocimiento no se traduce en Poder político local. Los universitarios parecen ser consultados en situaciones en que el manejo de la emergencia y de las soluciones no depende de ellos. Consultar no implica vinculo ni compromiso alguno. El colonialismo ministerial se hace ver y establece sus lógicas jerarquizadas como es su costumbre. La posición del municipio resulta casi bochornosa, porque es puesto en situación de dar examen ante un Delegado punitivo que aplica criterios de conveniencia estricta del poder central, superando incluso la habilidad de las autoridades de gobierno regional.

Sin embargo, la masa crítica representada en esta reunión ya lo sabe y demuestra no estar sorprendida ante la indigencia epistemológica de los operadores locales. Eso quiere decir que hay algo nuevo en esta situación, que nos sitúa en el límite de lo imposible.Pero en ese límite, más allá, siempre encontraremos una solución. Esta es una frase de Rosa Luxemburgo cuya teoría debían estudiar los leninistas arcaicos que reemplazaron el centralismo democrático por la política de autoconsumo tribal. Rosa puso en duda el reduccionismo de un modelo de partido que los disidentes italianos de fines de los sesenta ya enarbolaron como una posibilidad real de nueva política. Lo menciono porque tiene mucho que ver con los postulados de los agentes autónomos que están operando en la primera línea de la emergencia. Existe un descrédito tal de la clase política local, que solo el Saber y la Cultura pueden abrigar esperanzas de rearticulación en el trato con las diversas comunidades vecinales de los cerros. Hay que tomar en cuenta que los dirigentes validados por la autridad, no necesariamente son validados por los vecinos, sobre todo en situaciones de emergencia, en que surgen nuevos liderazgos, en el terreno mismo. Mientras discutimos en esta reunión sobre como recomponer el tejido social, hay centenares de vecinos que levantan una estructura como signo de re-soberanización del territorio, modificando el mapa de las subjetividades barriales.

Es cierto: el discurso de los universitarios analiza cuestiones de estrategia general; los autónomos están sumidos en la contingencia, literalmente hablando. Debiera haber unas vías de relación entre unos y otros, porque a los académicos les hace falta la pulsión fina de lo que está ocurriendo en los cerros y los autónomos carecen de un punto de vista totalizador que relaciones el trabajo de la primera línea con el trabajo analítico, que se realiza en una cierta distancia orgánica.

 Es muy posible que esto se logre gracias al compromiso directo que están tomando algunas escuelas. Quizás no haya otro modo más eficaz para recoger la experiencia inmediata de las autonomías y convertirlas en situaciones de avance analítico.

 Pero este discurso llegará filtrado -como tiene que ser- para llegar a oídos del Delegado, que proviene de un lugar en que el diálogo jamás ha sido la tónica: el MINVU. La clave de su éxito es levantar mediaguas y aplacar toda manifestación de malestar antes del 21 de mayo. En este contexto, para él, tejido social significa población satisfecha en los niveles primarios de la vulnerabilidad. Toda discusión sobre planes estratégicos será subordinada al manejo de las tecnologías de gestión autoritarias a que ya nos tienen acostumbrados los ministerios, garantizados por el patrullaje de los cosacos.

miércoles, 23 de abril de 2014

AUTONOMIAS ESTATIZANTES Y AUTONOMÍAS COMPLEJAS

Una frase que se ha vuelto muy común entre los colectivos autónomos es el de crear redes.  Ciertamente, eso es efectivo, pero me adelanto en declarar que se trata de afirmar redes para asegurar su propia sobrevivencia como colectivos. La eficacia de su acción parece no estar en juego. 

Esta Emergencia ha dejado al desnudo la impostura de no pocas iniciativas autónomas, que en el fondo no son autónomas en sentido estricto, sino que se presentan como unidades de visibilidad extorsiva ante una autoridad que finalmente las debe garantizar. 

Sin embargo, la Emergencia actual  echa por tierra estas indelicadezas y pone al descubierto los interés de estos singulares administradores de la Oportunidad. La lucha pasa a ser una lucha por la garantización, por la vía de la alternativa partidarizante. 

En el marco de esa lucha de intereses, este tipo de autónomos no están dispuestos a cumplir con la disciplina de la orgánica, sino que saben que es posible avanzar más rápido, un corto trecho, por un fuera orgánico temporal,  buscando el mismo objetivo de copamiento y normalización de las luchas del movimiento, como si en el fondo se ofrecieran a ser mejores funcionarios para el manejo de la conflictividad.  Los partidos lo saben y los emplean indirectamente como obra de mano sustituta. Esta es la base de operaciones de no pocos colectivos que no logran encubrir sus proyecciones estatales. 

Los Autónomos-autónomos, para que nos entendamos, son efectivamente no-partidarios,  en sentido propio. En una declaración reciente, el colectivo de Teatro Container ha declarado esta posibilidad de trabajo relacional, destinada a hacer efectiva la frase “como vivir juntos”. 

Esta frase proviene de un curso de Barthes en el Colegio de Francia y fue la base para formular el eje de la XXIX Bienal de Sao Paulo. Es decir, ya ha hecho su camino como propuesta de manejo de la contingencia. Lo cual denota que Teatro Container ha leído con extrema sagacidad los postulados del arte contextual, ya que como ningún otro grupo en esta ciudad, está consciente de la fragilidad compleja que supone vivir en la movilidad orgánica, para abstenerse de cumplir con las exigencias del imperialismo partidario (de hoy). 

No estoy hablando de la época en que  la categoría de partido encarnaba aspectos diferenciadores que hoy día encontramos en algunas prácticas de la autonomía. Muchas de las luchas urbanas de fines de los años sesenta no hubiesen sido posible sin la variable partidaria en la vida poblacional. O al menos, sin una enseñanza partidaria de organización de las luchas. 

Pero hoy día, muchos colectivos viven a costa de la gestión de vulnerabilidades, siendo ellos, los primeros vulnerables, discriminados por las autoridades de gestión, mantenidos a raya a fuerza de programas  y  fondos de ayuda, como apoyo marginal.  La Emergencia ha puesto todo esto al desnudo y ha declarado cuáles son las dimensiones éticas del manejo de la vulnerabilidad, en un contexto de severo debate sobre el destino real de las autonomías. 

El caso del Teatro Container me parece ejemplar en relación a como es posible expandir hacia otro terreno, un modelo de producción de arte en condiciones de reducción formal. El container como unidad escenográfica regulada ha venido a reemplazar la unidad del vagon de ferrocarril, si pensamos -no sin cierta nostalgia- en los trenes de intervención cultural del primer bolchevismo.  ¿No fue en uno de esos vagones cinematográficos que fue inventado el “efecto Kulechov”? 

El container, entonces, es una unidad de medida. Contiene una carga simbólica específica. Produce teatro de bolsillo, de gran movilidad para el propio teatro, porque obliga a realizar reducciones formales de envergadura. Por otro lado, “se coloca”; es decir, necesita “nivelar”, para instalarse como  una excepción  enunciativa negociada  en lugares específicos de la ciudad.

Eso los hace estar en mejores condiciones que otros para responder en situación de Emergencia, porque siempre han vivido en un cierto tipo de excepción organizacional. He ahí, también, su fragilidad. Sin embargo, es posible reconocer la existencia de fragilidades consistentes; es decir, cuya fuerza reside en la complejidad del  diagrama que la sostiene. 

Hasta que en un momento determinado la complejidad de la catástrofe les señala ciertos objetivos que resultan de una simpleza radical: montar situaciones que desencadenen condiciones relacionales. Las iniciativas de Una mochila, un niño y Una cuadra, una cocina son ilustrativas al respecto. 


No se trata de venir a declamar en el terreno.  Se trata, por el contrario, de instalar el efecto reparatorio de unos gestos, de unas actitudes,  de unas voces re-moduladas, y por qué no decirlo, de unas contradictorias fórmulas de manejo de una contingencia que pone a prueba la resistencia afectiva de los cuerpos. 

lunes, 21 de abril de 2014

El dilema de las autonomías

Sin voluntarios no se hubiera podido limpiar los terrenos devastados. Pero al limpiar, la iniciativa de los habitantes se adelanta a la de los funcionarios. De modo que no hay que favorecer las relaciones de los voluntarios con los damnificados. Puede ocurrir que de este contacto resulten iniciativas que inevitablemente serán un factor de dinamización reparadora. Los voluntarios ponen en evidencia las fallas operativas de los funcionarios. Esa es una percepción social que ya ha tomado cuerpo.

Ahora, parece que es mejor que ahora los voluntarios se presenten por turnos; es decir, que se funcionaricen un poco. De algún modo, eso es más más razonable que prohibir el acceso. Pero como decía, los estudiantes resultan molestos en cualquier parte porque ponen de manifiesto la existencia de unas iniciativas directas, que abordan la proximidad subjetiva, el cara a cara, la escucha del otro; es decir, le dan curso efectivo a la tristeza y producen contención. Superan a la Autoridad en el manejo de la primera línea, en el territorio mismo.

Mi objeto de escritura durante estos días, ha sido la polémica zona que se instala entre Instituciones (del Estado) y las Autonomías. El orden de la exposición difiere del orden de la investigación. Subo al blog las últimas anotaciones, en sentido inverso a su aparición en la cadena argumental.

No diré una palabra -ahora- de cómo el Estado ha respondido en esta emergencia. Decir “el Estado” ya implica el empleo de una palabra-valija; es decir, en la que cabe de todo y en donde todo pierde especificidad. Dejaré estas consideraciones para más adelante. Lo que importa ahora es hablar de las Autonomías; vale decir, de las iniciativas múltiples que se generan desde fuera de la lógica autoritaria de la Autoridad (del Estado).

Hablaré, entonces, de cómo funcionan las Autonomías, en esta emergencia.

Los grupos autónomos forman una totalidad extremadamente heterogénea, cuya diversidad de intereses les impide proyectar sus propuestas a una escala global. Dominan en las pequeñas escalas y todos ponen de manifiesto un gran deseo de sustitución funcionaria, cuando no ponen en evidencia un deseo de cooptación razonable. Ya no me refiero a los estudiantes voluntarios, sino a grupos de consistencia mayor y que ya poseen una experiencia en la usura con la Autoridad.

Me refiero a los que denominaré, por comodidad discursiva, los Autónomos Analíticos, cuyas propuestas están sustentadas por un extraordinario conocimiento del territorio. Se trata de académicos flexibles del área de la arquitectura y del urbanismo y de profesionales que han adquirido gran experiencia en el diseño de proyectos habitacionales de pequeña escala, que se contemplan a si mismos como iniciativas de dinamización de la vida vecinal, en contraposición a la voracidad autoritaria de los grandes proyectos inmobiliarios, y ahora, de las grandes propuestas de reconstrucción.

Los Autónomos Analíticos han estudiado y formulado proyectos de revitalización de la vida vecinal y han ganado concursos para tal efecto. Es decir, son autónomos garantizados por Instituciones que favorecen el montaje de iniciativas que se incorporan como insumos externos a las lógicas del aparato, haciéndolo avanzar a riesgo de señalar sus “zonas erróneas”. En eso consiste el negocio de las garantizaciones.

Sin embargo, hoy, dichas iniciativas han superado la velocidad de los aparatos y han puesto en evidencia las debilidades de un sistema que les reconoce su aporte en momentos de crisis. Bajo estas condiciones, el Saber de los Autónomos viene a colmar el vacío de la administración y establece un tipo de mediación inédita en el territorio, que debiera permitir formular unos enunciados aptos para superar la lógica de la administración e instalar una lógica situacional.

El debate cambia de escala. Los actores son otros y están mandatados desde las más altas esferas de la planificación. Es aquí donde ingresa un agente más poderoso, que ya ha definido su politica de “funcionamiento duro”. En Valparaíso, los Autónomos desean ser escuchados por el Delegado Especial, cuyos servicios carecen de conocimiento territorial consistente y no están dispuestos a renunciar a la jerarquización ministerial.

Esta es la pelea desigual que se viene. Hacerse escuchar. Los Autónomos apuestan a reconstruir, no solo viviendas, sino tejido social.

Los ministerios solo saben de planes de vivienda para “tiempos normales” y no para situaciones de emergencia, teniendo como telón de fondo la amenaza de un fantasma expresivo de gran conflictividad encubierta. Este es el rol de la “situaciones especiales”, para cuyo desempeño se requiere de “poderes espaciales”, pero sobre todo, de “criterios especiales”.

La noción de “tiempo normal” no existe en este territorio, ya que la emergencia ha puesto en evidencia (lo que todo el mundo sabía); es decir, que la ciudad ya estaba damnificada y que los ministerios solo contienen y amortiguan el desborde de una subjetividad social monitoreada mediante una gran diversidad de programas de represión compensada.

(El rechazo de mucha gente a recibir donaciones de ropa puede estar asociado al cansancio simbólico experimentado respecto al rol del traje del emperador. A la pregunta, ¿con qué ropa?, se responde con la hipótesis de que no hay ropa en medida de cubrir la desnudez viva de la tragedia. En ese terreno, es hacer más evidente aún la desprotección).

Los Autónomos tienen la gran oportunidad de ser garantizados por una Autoridad consciente de sus fallas, que tolere sin culpa la inclusión de sus iniciativas y modere el efecto de su aceleración analítica, para dar pie a programas de reconstrucción que redefinan el concepto de vivienda.

Es labor de los Autónomos hacer entender a la Autoridad que este nuevo concepto de vivienda expandido a la reconstrucción de tejido social inmediato exige nuevas aperturas, nuevas actitudes administrativas, nuevas negociaciones. Pero, ¿que es lo que puede garantizar que una Autoridad admita la necesidad de leer el territorio de otra manera? La respuesta inmediata es que solo el miedo puede hacerla consciente. El miedo al estallido social. En un momento en que el protocolo de la mesa de trabajo como dispositivo de diferimiento del conflicto ha sido superado por las circunstancias.

Por eso, la paradoja y el dilema es que hoy día las Autonomías Analíticas poseen aquel plus de conocimiento (de lo) real que las autoriza a montar la reconstrucción de la vivienda como eje de reconstrucción del tejido social. ¿Serán escuchadas? 

sábado, 19 de abril de 2014

El senado de la ciudad

No hay que renunciar a la exigencia analítica mientras estamos consumidos por la fiebre acontecimiental. He escuchado a una autoridad cuyo nombre no retuve, ya que tomé sus palabras en la radio como si fueran una epifanía joyciana, que aprovechaba esta ocasión para fustigar a quienes lo han enfrentado. Decía que ante la realidad del incendio no cabían los reclamos por los ascensores y el mall. Hablar de eso sería una ofensa a los que sufren. El argumento está perfecto: la catástrofe consiste -también- en borrar las condiciones bajo las cuáles ciertos hechos tuvieron lugar.

En este terreno, sin embargo, no habrá catástrofe. Mientras exista gente como Luis Alvarez, no habrá catástrofe. Ayer publicamos en el facebook del Parque la carta que ha dirigido a sus alumnos y colegas. Esta es la prueba efectiva de que el conocimiento se levantará contra los Operadores. Ya saben a qué me refiero. Su ineptitud estructural ha quedado en evidencia. Cuando en su carta, Luis Alvarez hace mención a las palabras de Godo Iommi y a su hipótesis de que el Senado Universitario debía ser el Senado de la Ciudad, ciertamente hablaba de otra universidad y de otra clase política. De todos modos, la necesidad de su desplazamiento se hace más necesaria que nunca. Existe una discursividad en el campo de la arquitectura, del urbanismo y del medioambientalismo que ha alcanzado un alto grado de elaboración y que en estas décadas no ha sido leída por el Partido, como dispositivo de lectura y de estudio de una formación local.

Me refiero a la categoría-partido como el nuevo modelo de manejo de lo que existe, mermado por la pulsión del cálculo de dominio, comandado por una concepción militarista decimonónica de la ocupación de espacios sociales. Degradando, incluso, su propia matriz bolchevique. El problema es que su descomposición orgánica e intelectual no le ha permitido ver de qué manera otras discursividades han emergido. Se trata de dispositivos de conocimiento flexibles y metodológicamente pertinentes que anticipan el porvenir.

El Senado de la Ciudad ya existe. No tiene forma. Pero se desarrolla bajo configuraciones múltiples, que canalizan y diversifican los flujos de un conocimiento territorial efectivo, que supone el acopio de experiencias micro-barriales que se convierten en iniciativas de montaje de la singularidad.

La categoría-partido sostiene la operatividad de las instituciones. El aparato del Estado le está subordinado y debe hacer extraordinarios esfuerzos por rebajar el rol de dicha categorización. ¿De qué manera ha respondido? Con la nominación de un Delegado especial.

En Senado de la Ciudad no tiene forma, pero existe en la singularidad conectada de múltiples iniciativas que por las fisuras de la Administración ha podido dar prueba de una extraordinaria eficacia afectiva. Incluso, le ha podido señalar los puntos de intervención inmediata, porque ya habían elaborado confianzas a través de un trabajo comunitario de hormiga y hacían manifiesto un conocimiento exhaustivo del terreno. En estas situaciones de crisis de credibilidad en la autoridad, las singularidades de este “senado de la ciudad” diseminado ha demostrado su pertinencia y eficacia. Campañas tan efectivas como Una mochila, un niño y Una cuadra, una cocina, son una de tantas muestras de iniciativas que emergen desde una experiencia territorial que pone el acento analítico en el fortalecimiento de los imaginarios barriales. Lo que diré es tan solo un ejemplo: donde hay cómo hacer comida se recuperan las pequeñas prácticas de convivialidad y se obtiene una información de gran calidad, en la primera línea del dolor. Lo que repara es, sobre todo, la palabra. Cuando se han quemado los libros, los álbumes familiares, los útiles escolares, por nombrar algunos soportes documentarios de la memoria familiar, está la palabra.

Sin embargo, las iniciativas flexibles de estas autonomías singulares deben conectarse entre si para enfrentar la recomposición del Discurso (del) Delegado. Este es un nuevo actor que viene a coordinar lo que ha sido imposible de coordinar. El “senado de la ciudad” debe hacerse escuchar bajo nuevas condiciones, combinando el Saber universitario (existente) y la experiencia micro-politica de las comunidades de vecinos y de los grupos autónomos que trabajan (desde hace tiempo ya) en el territorio.

Este concepto de Senado de la Ciudad que recupera Luis Alvarez del discurso de la reforma universitaria de los años 66-67 nos pone ante la oportunidad, la posibilidad real, de iniciar una segunda reforma universitaria, que re-defina y recupere las relaciones que en un momento se tejieron entre Saber y Ciudad y que sostuvieron lo que se ha dado en llamar densidad porteña

miércoles, 16 de abril de 2014

Dimensión colosa


A propósito del texto de ayer, un amigo y artista penquista -Edgardo Neira- me escribe que éste le hizo recordar esa llaga escrita por J. M. Arguedas que se llama "El zorro de arriba y el zorro de abajo" (1971): “Otra historia de desastres culturales en nombre del progreso, del puerto de Chimbote en ese caso. Allí ni hubo incendio pero algo se consumió, tanto que el escritor se suicida de pena y de no poder discernir entre lo de arriba y lo de abajo”(...) . En el telediario vi a una mujer que parada sobre las cenizas de su casa decía: " yo aún busco las llaves de mi casa, pero no las puedo encontrar..".

Luego, otro amigo, Juan Carlos Ramírez, me envía un link de la revista francesa Les Inrockuptibles, en su edición de hoy 16 de abril. El título reproduce de manera paródica una mención al origen del fuego: “Una catástrofe no tan natural que digamos”. Ese sería el sentido de un título que en francés suena mucho más literario en su proyección sarcástica. Luego reproduce opiniones de connotados intelectuales que sostienen que “las medidas recomendadas por los expertos no han sido escuchadas”. Franck Gaudichaud, un experto francés declara: “el tipo de catástrofes “naturales” pone en evidencia el modelo de la desiguadad”. Y agrega: “El Estado y la comuna de Valparaiso serían en parte responsables de esta catástrofe, ya que jamás regularon el uso de los suelos ni buscado reubicar a las poblaciones precarizadas. Más aún, ciertos observadores denuncia la pésima gestión de los dineros públicos realizados por la alcaldía de Valparaíso”.

En la misma entrevista del medio francés el historiador Sergio Grez señala que la degradación de la ciudad ha sido sostenida desde hace mas de dos décadas por los gobiernos municipales, que no ha sabido revertir una secuencia de incidentes graves como explosiones de gas, derrumbes de cerros e inundaciones, incendios, hasta éste último que ha destruido barrios enteros.

Hace un año, en el Parque, PlanCerro realizó un encuentro en que se discutía sobre diversos proyectos de desarrollo, y en el seno del cuál el geógrafo Luis Alvarez hizo una brillante intervención sobre los corredores biológicos y las macro-zonas, en medio de la cual empleó varias veces la palabra “colosal”. Es decir, se necesita soluciones de dimensiones colosales. Y recuerdo sus palabras certeras para definir el carácter de esta misma catástrofe de dimensiones colosales, que de paso, destruyó su casa, su biblioteca; es decir, los documentos más significativos de una memoria geográfica, también, de dimensiones colosales.

Durante años Luis Alvarez ha venido advirtiendo los riesgos que corre la Ciudad Puerto en su parte alta, debido a esta mal montada ficción de convivencia entre “naturaleza” y la perversa “cultura urbana” de precarias zonas pobladas que son altamente vulnerables ante la ocurrencia de un gran incendio. No ha sido escuchado por la clase política, cuya razón partidaria desestima de manera sistemática la producción de conocimiento de la escena local. En esta ciudad, los intelectuales, los productores de conocimiento, los inventores de innovadores dispositivos de estudio micro-político, han sido excluidos del poder. Lo cual señala la dimensión colosal que existe en esta ciudad entre Saber y Poder. Una de las mayores catástrofes asociadas a esta gran catástrofe actual es que el Saber carece de Poder y quienes ejercen el “poder”, no saben. Es decir, saben de distribución de cuotas partidarias. Pero lo más grave es que estos últimos no están dispuestos a asumirlo. 

martes, 15 de abril de 2014

LA CIUDAD DE ARRIBA Y LA CIUDAD DE ABAJO

Buscar responsables mientras la tragedia está teniendo lugar es, más que una indelicadeza, una estupidez política. Hay un tiempo para cada cosa. El presente impone la crueldad de un formato que no tiene parangón en la historia contemporánea de Valparaíso. No solo se han consumido más de quinientas viviendas, sino que se ha calcinado una memoria social específica. No solo desaparecieron varios centenares de inmuebles, sino que se han quemado documentos y archivos familiares sobrecargados de afecto. Un habitante, en cámara, declara que ha perdido todo, y agrega, “no me ha quedado ninguna foto”. De esa historia, ya no hay imagen. Una casa puede ser reconstruida; una foto perdida reproduce en el imaginario la pulsión de un olvido que tendrá que saldar sus deudas con la “invención de un origen”.

Desde mi posición en la dirección del Parque Cultural de Valparaíso he sostenido que el patrimonio de la ciudad se verifica en la corporalidad de sus habitantes. Por cierto, he apuntado siempre a recuperar una definición que no secuestre la patrimonialidad en nombre de la retórica UNESCO. De ahí que sea lícito pensar en lo injusto que resulta que los principales afectados por este siniestro de dimensiones colosales, sean habitantes que no residen en la zona

¿Cual sería la zona? Aquella que ha sido designada apta para recibir la atención de un plan de gestión patrimonial que, en términos estrictos, deporta a los habitantes de los cerros hacia los “paños urbanos” de amortiguación. Toda la ficción del turismo con destino cultural está pensada para satisfacer  a los emprendedores de las industrias creativas.

En ”la ciudad de arriba”,  como la designaba  Chris Marker en el film  “A Valparaíso”, la creatividad está directamente vinculada a la reconstrucción simbólica montada después de la tragedia que ha consumido todas las fotografías familiares.  Lo cual, a su vez, demuestra que esta ciudad está desguarnecida y abandonada por el Estado frente a la “barbarie” del paisaje. 

Hablando sin sublimar la realidad, lo que ocurre es que semejante paisaje es la denominación mitificante de la sequía, que determina el comportamiento de la “cultura de las laderas”. No es un paisaje referente de pintura alguna, sino simplemente la constatación de la falla autoritaria de la Autoridad. La culpa la tendrían los propios habitantes porque no habrían limpiado en forma adecuada  los fondos de quebrada, favoreciendo la propagación del fuego. Pero los habitantes, que pagan sus impuestos, esperan que al menos, un mínimo de cosas de la vida cotidiana, les sean resueltas. Entre ellas, el manejo de la patrimonialidad corporal; es decir, de aquellas condiciones mínimas bajo las cuáles un sujeto puede inscribirse en un territorio. 

Pero la “barbarie” del paisaje se transforma en “cultura” cuando puede, efectivamente, destruirse como paisaje.  El incendio comenzó en un borde del camino La Pólvora, que linda con la amenazante ruralidad porteña, y se propagó hacia “la ciudad de abajo”.

En efecto, es la ruralidad la que cobra el precio de la inconstitución del paisaje, asolando el territorio, afectando la asentabilidad de unos plebeyos que tuvieron que atravesar complejos procesos de soberanización, antes de obtener sus títulos de dominio. 

En esta perspectiva, la destrucción mediante el fuego sería la condición del abandono de la “barbarie”. Paradoja culpabilizadora de la que la Autoridad política no sabría cómo redimirse, porque todas sus medidas para paliar las mermas de la socialización urbana  son estructuralmente insuficientes.  A los habitantes siniestrados solo les quedaría padecer la reparación imposible del olvido, porque han perdido algo más que una fotografía. En cambio, la Autoridad debe construir la imagen que le proporcione  la prueba “tangible”  -y reparatoria- de su propia necesidad.  

Definitivamente, el patrimonio reside en la corporalidad de unos habitantes -inicialmente marginados de la zona-  y que hoy han perdido todos los vestigios de su existencia comoseres de grano (para hablar en antiguo).  ¿Que es lo que reemplaza a los seres de grano cuando una tragedia de tal magnitud ocurre? El grano de la voz, en sentido barthesiano.

martes, 8 de abril de 2014

Tartufo en Valparaíso

Durante los días  3, 4, 5 y 6 de abril se ha presentado en el teatro del Parque Cultural de Valparaíso, Tartufo, de Molière, bajo dirección de Sergio Gajardo, con un gran elenco de actores locales (Ernesto Briones /Claudio Marín/Consuelo Holzapfel/Cecilia Miranda /Valeria Pruzzo/Sergio Díaz/Astrid Ribba /Patricio Díaz/Daniela Descalzi). 

Tartufo es, fundamentalmente, una obra satírica que nos permite acceder a un cuadro de las costumbres francesas del siglo XVII.  ¿A quien le importa la Francia de esta época, sino como excusa relevante para abordar de manera mediada el alcance de la impostura en nuestra propia escena local? 

Tartufffe es el nombre de una trufa  o  de un hongo que crece bajo tierra. Esto es muy importante tenerlo en cuenta. Lo principal, en esta obra, es el combate contra la impostura.  

Impostura del teatro vociferante, en primer lugar, que emplea recursos de una sorprendente facilidad mimética que se hace portadora de un eficaz convencionalismo declamatorio. Impostura de la sección voraz de la clase política local, en segundo lugar,  descrita en el artículo de Marcelo Mellado en The Clinic, titulado  Estética de la reposición.           Y en tercer lugar, la  impostura de  las operaciones  que realiza  la “nueva devoción” social católica, que opera como franja representativa de unos excluidos fabricados a su medida.  

Montar Tartufo en Valparaíso implica  instalar un criterio de exigencia formal que privilegia el trabajo del texto, a través de un uso  especialmente regulado de vocablos populares, de gestos denotativos de una hipocresía burguesa de pacotilla,  de repeticiones deformantes y ostentatorias de un discurso hogareño autoritario, conducido a su expresión patética mediante la argumentación endogámica de un referente paterno en pleno derrumbe. Estamos lejos del “teatro político” convencional, si bien, Moliere es legible en una clave extraordinariamente política. 

En este sentido, hay dos elementos en la dirección  de Sergio Gajardo  que merecen una atención suplementaria, ya que ponen en evidencia una cierta indeterminación que fija la  toxicidad de la acción.  Lo primero es la composición de una música de paródica referencia a un lugar nocturno que no reproduce el tic nervioso de la bohemia porteña; lo segundo es la disposición de un vestuario que delimita  una definición estricta de un calculado mal gusto, con una mezquina combinación  de accesorios.  

El vestuario, insisto, remite a una falsa pulcritud clase-mediana y adquiere en este contexto un valor expresivo de excepción.   Estos dos elementos fijan una “escenografía” portátil, que contribuye a  marcar las posiciones de los personajes, en un ruedo que acelera un tipo de  comicidad que alcanza por momentos unos atributos aberrantes, pero medidos por un ejercicio de “la parodia al interior de la parodia”. 

Los temas secundarios referidos a la conyugalidad aparecen como soporte  amortiguado de las intrigas lejanas de Palacio, redoblando el rigor de las interpretaciones, que por momentos conducen a revalorizar el rol de la jocosidad como recurso de retención del pánico. De fondo,  se sospecha el susurro  de los secretos de alcoba que hacen resonar los secretos de Estado y  dominan la decibilidad de las escenas de representación política.  Los pliegues de las sábanas tienen su parangón en los pliegues de la lengua de la adulación, caracterizada por un eufemismo rastrero.  
Todo esto señala que no hemos equivocado el rumbo en nuestra programación de teatro. Podríamos decir que tenemos una política de indicios de teatralidad. Primero Molière, para anticipar el arribo de otros montajes clásicamente políticos, como Antígona, por ejemplo. En los pliegues del barroco francés y de Sófocles podemos hablar de “lo mismo”; es decir, de una manera análoga  a como los Modernos se representan (siempre) a la Antigüedad. 


El valor de montar Molière en Valparaíso apunta a poner en veremos las condiciones de la “imitación”, subordinada al poder de fijar la identidad del pasado y del presente; identidad que será develada a través de una interpretación de texto que solo será inteligible en la medida que el público invierta en él el conocimiento que tenga de las instituciones. Por eso, este montaje de Tartufo resulta ser más político que otras  manifestaciones que ostentan denotativamente el título.