miércoles, 29 de octubre de 2014

FUNCIONARIATO

He sido invitado a exponer a la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Talca sobre políticas públicas y territorio. Cuando escuché el título no pude dejar de pensar en la Delegación Presidencial para la Reconstrucción como síntoma de una política pública sometida a ciertas condiciones de excepción. La política pública es un conglomerado de intereses tribales que operan en una repartición determinada del Estado. Por ejemplo, en Cultura, política pública es aquello que determina la casta de funcionarios históricos que han definido la auto-regulación de su propia presencia en el aparato del Estado, trasladándose de repartición en repartición, como peones intercambiables en el flujo de una administración de recursos estatales, que de paso, satisfacen sus pequeños rencores de casta.   


Política pública designa entonces una planilla que mantener bajo condiciones de autoritarismo blando, no menos vergonzoso en su expresión y no menos patético en las imposturas que debe montar para justificar su existencia como administrador de recursos en provecho propio, pero a nombre de un colectivo que dice representar, habiendo accedido a un estatuto que los convierte en agentes de manejo de la vulnerabilidad de los otros.  Al final, no obedecen a una política efectiva sino al programa de reivindicación de la tribu a la que le deben el cargo. 

Conociendo de sobra los efectos de la política local de los agentes a los que me refiero y siendo objeto de la extrema voracidad de un funcionariato al que no le ha tocado nada sustantivo todavía -!esta es la ocasión de ser alguien, por lo menos durante un período!- puedo sostener la hipótesis de que política pública es un concepto fetiche, que es empleado para encubrir las condiciones de su propia instalación en el erario, aunque bajo la amenaza del interés colectivo representado por el agente tribal que corresponde.

Si hay algo que estos agentes temen es la ejecución del control ciudadano; de modo que todo su ingenio estará orientado a montar ficciones de participación con visos explícitos de un tipo de co-gestión encubridora que construye la posibilidad de diferir constantemente las demandas, para reconsiderarlas discursivamente como  lugares simbólicos de reparación compensada, que incluye sus propias condiciones de progresión y de conquistas de promociones verosímiles. 

Lo cierto es no hay territorio sin control del territorio. El territorio, digámoslo así, está fabricado para ser controlado. La géographie, ça sert d´abord à faire la guerre. Y no podía caber mejor que releer de inmediato bajo la presión de este nuevo cometido -la conferencia-,  el compilado que los catedráticos Quim Bonastra (Universidad de Lleida) y Gerard Jori (Universitat de Barcelona) editaron bajo el título Imaginar, organizar y controlar el territorio (Una visión geográfica de la construcción del Estado-nación). Es decir, la gran teoría tenía que ser embestida por la teoría menor de las guerras por el control de los mecanismos de control. En el caso de Valparaíso, esto podía adquirir el valor de un desplazamiento significativo, consistente en una visión topográfica de la destrucción del Estado-Región a manos de su propia clase política local, con parlamentarios totémicos incluidos. 

Lo que me veo forzado a abordar, en esta hipótesis, es de qué manera se articula una mención de referencia tribal con una punción que apela a un estado determinado de desarrollo de las ciencias sociales locales, en su afección universitaria recompuesta luego de la redistribución simbólica de los despojos de la sede Valparaíso de la Universidad de Chile. Ya  he sostenido en otro texto, en una entrega anterior,  que el espíritu del tribalismo sustituye la retórica partidaria que funcionó en la “democracia anterior” y que fue destituida por el militarismo-trópico-bolchevizante de destacamentos para quienes el trabajo cultural era solo un momento de la construcción de la retaguardia activa. Solo que ni hubo retaguardia. Sino un puro declinar  de la escritura sagrada de la teoría-del-foco; o mejor dicho,  de una teoría perimida convertida en escritura sagrada para poder  satisfacer el modelo del sacrificio en la invención del territorio-libre de Neltume. 

Regresemos al tribalismo: éste resume la nueva concepción de la política local, funcionando como un dispositivo de prohibiciones y obligaciones que sellan pactos de ayuda mutua por generaciones enteras y que, estas si, operan como la teoría-del-foco, pero que se ha desfocalizado para representar a agentes que desde pequeñas ciudades del interior organizan el asalto del gobierno regional, que se asienta en la gran ciudad referencial. Siempre existe un interior de región que acumula el rencor necesario para organizar el acoso del gran edificio,  convirtiendo la realidad  en el eco de unas voces que claman por sus intereses en los pasillos del edificio de alguna Intendencia. Lo realmente curioso es que terminan por llamar trabajo territorial a la estrategia de ocupación de oficinas, mueble por mueble. 

Nuestros catedráticos ya mencionados son gente seria que se sorprendería, sin duda,  de este hecho singular en el que una política pública, en el espacio local, es nada más que un programa de consolidación tribal  de configuración del territorio, que se va a encontrar con un competidor  que no había sido pensado: el delegado presidencial. 

Si el gobierno central designa un delegado local es porque no confía en las aptitudes de quien tiene la potestad política regional; a saber, el Intendente. Más aún, si este delegado proviene de la estructura “de Vivienda”, porque lo que lo sostiene son más de cuarenta años de especulación sobre el territorio. En cambio, un Intendente carece de estructura de apego ministerial y debe recurrir al elemento tribal de su comunidad de referencia política más cercana. 

La gran ventaja de un delegado presidencial es que responde directamente a la Jefa. Y por eso posee no solo cuarenta años de historia decretal sobre las delimitaciones del territorio, sino que dispone de una cartera de subsidios que operan como signo de intercambio efectivo a la hora de reconfigurar los deseos-de-control-de-superficie luego de la Catástrofe de abril. 


En definitiva, en lo que a territorio se refiere, todo se juega en la modulación del deseo-de -control-de-superficie. Por eso, lo peor que pudo haber ocurrido luego de la Catástrofe de abril fue la visita de los colombianos, porque su presencia puso en flagrante evidencia la imposibilidad de transformar las condiciones de la gobernanza urbana de esta ciudad, no solo porque se carece de voluntad política, sino porque quienes tienen la voluntad carecen de política y quienes controlan la política no tienen otras voluntad que reproducir sus propias condiciones de sobrevivencia en el aparato.  

jueves, 23 de octubre de 2014

DOS COREOGRAFIAS

El 18 de octubre tuvo lugar en el teatro del PCdV la apertura del 13º Festival Danzalborde. A una compañía británica le cupo la responsabilidad de abrir esta versión.  En el año de apertura del PCdV, fue su director quien vino  a realizar una residencia. Esta vez, en el tercer aniversario del Parque, Theo Clinkard vino a montar un trabajo como quien viene a demostrar los términos de una complicidad formal que nació en Valparaíso.



En la gran caja negra del teatro del Parque, cuya extensión fue especialmente concebida para acoger proyectos experimentales, seis bailarines ejercían el derecho a recuperar la memoria perdida de unos gestos que pertenecen al activo de la gente común, y que solo se hacen visibles en momentos de pánico blando. Un piano y una pianista instalan la vigencia ominosa de los recuerdos de infancia, devolviendo a la narración corporal el olvido referencial de la bailarina que gira sobre la tapa de una caja de música. Pero las menciones a Bach y a Scarlatti señalan los límites de la danza de corte, sometidas a la presión vindicativa y satirizante de una existencia plebeya que recupera para si el activo residual del   gesto oligarca.  La composición original de Alan Stones distribuye falsas pistas para promover el encuentro impostado de tales ejercicios, sin dejar de combinar los flujos y reflujos de movimientos que denotan una gran indisposición muscular.

Tres hombres y tres mujeres deponen sus defensas y son sometidos  al violento efecto de turbulencias que desaniman los sentidos y ponen en riesgo la estabilidad de los cuerpos. Bajo una luz tamizada que anula las sombras, los bailarines parecen cautivos que acaban de liberarse de sus cadenas en el fondo narrativo de la caverna platónica; la coreografía se convierten, entonces, en una experiencia de renuncia al simulacro de la representación, poniendo el cuerpo en la primera línea del riesgo psíquico.

Esta obra fue concebida por Théo Clinkard luego de la muerte de su madre. De algún modo, está modulada por el trabajo del duelo, como condición de recuperación de una memoria corporal primaria. Por esta razón, en la discontinua marcación de gestos  significados en la frontera de la hostilidad y de la hospitalidad, la amable desdicha  del deseo de casa está descrita por la arriesgada presencia de un peluche-animado de grandes dimensiones que  indica la función reparatoria de un objeto transicional. 

Donde no hubo reparación alguna, en cambio, fue en la función del día sábado 19 de octubre, a cargo de Christina Ciupke y Nik Haffner, que montaron Kannst du mich umdrehen, que se puede traducir como “¿Me puedes dar vuelta?”.

Aquí si que había muy pocas concesiones al público. Y ese es uno de los propósitos de la experimentalidad. Que dicho sea de paso, también es relativa, porque lo experimental se dice en muchos casos en función de la calidad de información y de formación de los públicos. La producción coreográfica, tal como lo ha entendido danzalborde y gran parte de las compañías locales, no están para tener una “clientela” de espectáculo, ni tampoco para “formar audiencias”, sino para proporcionar elementos de avance y aceleración analítica que hacen disparar conexiones “ya sabidas” del imaginario corporal.

Lo “ya sabido” tiene que ver, evidentemente, con las relaciones de poder y con el Poder de la Relación. Ha sido, emotivamente, lo más duro que el público del Parque ha podido soportar. esa es la palabra: soportar lo irremediable. Es decir, el enfrentamiento directo de dos cuerpos, mediante un decurso de infractación que define el cuerpo del otro como una obstrucción. Más que nada, que la obstrucción produce una relación táctil que se reduce al corto tiempo del impacto y a un abrazo codificado pensado para producir la ilusión de la acogida.

El enfrentamiento inicial dura a lo menos un tercio de la duración total de la obra. La exasperante repetición del mismo procedimiento no deja dudas sobre el efecto constructivo de la obstrucción; de la existencia del otro como aquella obstrucción que habilita el camino del goce de la dependencia. Es así como el segundo tercio, por medirlo de algún modo, está destinado a los avatares de los cuerpos-lapa o de los cuerpos-mochila. El primero exige la presencia de una roca de arribo y protección parasitaria, mientras el segundo plantea la dimensión del arrastre o del acarreo de un cuerpo, que pesa  el doble de su propio peso.

Es evidente que esta segunda sección se arma sobre el peso de la proximidad letal en la danza contemporánea. En general, en la danza se camina mucho para instalar las dimensiones de las distancias entre cuerpos tramados para reproducir el deseo de fugacidad. En esta coreografía, en cambio, de lo que se trata es de sacarse de encima el peso del cuerpo acarreado, que se monta sobre la espalda, pero que busca calzar en los mismos pasos del cuerpo que se esfuerza en disponer de su movimiento propio. El cuerpo-mochila impone sus condiciones obstruyendo la movilidad fina, pero mimando ese mismo esfuerzo mediante una producción de calce que instala el poder de la identificación  literal, que busca reproducir la noción de un-mismo-paso.

La tercera sección resulta ser la más desesperante, porque una vez que el imperio del mismo-paso ha sido impuesto, el deseo de cortar la dependencia se hace una tarea imposible, porque el goce del acarreo del cuerpo tiene como contraparte el impedimento programado de toda autonomía. De ahí que los brazos-mochila se tornan brazos-cadena para delimitar el circulo fatídico del autoconsumo psíquico, en el que naufraga toda buena conciencia posible. De este modo, esta coreografía instala el desánimo como política de la reparación, porque no hay destino, decididamente, más que en el goce del dominio diferido y desigualmente combinado.

Estas dos coreografías con las que abrió el 13º Festival Danzalborde modelan el público futuro y ponen la exigencia analítica en un gran nivel, porque destierran la ingenua expresividad de cuerpos concebidos como vejigas; es decir, tomémoslo con humor, cuerpos que se definen por expulsar una materia contenida, como una emoción líquida (lágrimas, semen, sangre, saliva, sudor, etc).  Estas obras definen el cuerpo como un complejo de articuladas inversiones psíquicas, como un dispositivo de agenciamientos de poder que se valida por la exhibición de consistencia de sus coyunturas. Es el universo de la flexión que habilita la  retención y no del flujo incontinente que clama por el exhibicionismo de su puesta en condición. Aquí, más bien,  todo es  matriz redoblada que establece la moción de las relaciones intersubjetivas como dispositivos de  represión sublimada.


Danzaborde pensaba programar la coreografía alemana para la apertura del festival. Sin embargo, revirtieron su decisión y presentaron, para la apertura, la obra británica, que dicho sea de paso, me pareció convencional y totalmente apropiada para una ceremonia inicial. Sin embargo,  no hay que equivocarse al pensar que la convención es peyorativa, sino necesaria para poder introducir una batería de gestos de extrema delicadeza, formulados con una pulcritud que define la actitud de danzalborde como articulador de espacios. La combinación entre convención y des-convención, a través de estas dos coreografías que dieron inicio al 13º Festival es producto de un trabajo de diseño de programación que toma en cuenta el desarrollo alcanzado en estos últimos años por el campo local de la danza contemporánea.

miércoles, 22 de octubre de 2014

A DEFENDER EL MIRADOR DEL PARQUE CULTURAL


En abril, cuando ocurrió la gran catástrofe en Valparaíso, muchas personas denunciaron la acción responsable de las inmobiliarias. Pero después, nadie les reclamó responsabilidad alguna en los hechos. A lo menos, queda la duda sobre sobre la responsabilidad intelectual respecto de las intervenciones criminales del paisaje.

Al parecer, hay que hacer como el diputado Osvaldo Andrade cuando se refiere a Andrés Velasco. De cualquier manera se las arregla para señalar que este último debe responder como corresponde en los tribunales, pero de un modo que en la enunciación criminaliza de antemano sus acciones.

En este caso, acudo a la ayuda del diputado Andrade para instalar esta hipótesis sobre la responsabilidad ideológica de las inmobiliarias en el fomento de la intervención criminal del paisaje.  Aquí,  la responsabilidad es tanto del que aprieta el gatillo como de quien lo habilita, por hacer uso expansivo de un comentario que aparece en la prensa de estos días a propósito de la formalización del ex-alcalde Labbé. 

A fuerza de repetir la palabra criminal podremos instalar la denominación que corresponde a la acción de las inmobiliarias.  A fuerza de calificar  ideológicamente la voracidad de las inmobiliarias, en el sentido de quienes habilitan el gatillo, habría que agregar  a esto en qué queda la responsabilidad ética de los arquitectos que avalan los ante-proyectos, como por ejemplo, el que ya se ha presentado y  que ha obtenido aprobación, para levantar un proyecto que sobrepasa la tolerancia debida y clausura el cono de observación que instala el mirador del Parque Cultural de Valparaíso.  Es como cuando pensamos en la necesidad de convertir en responsabilidad penal aquella  responsabilidad política inicial de aquellos que proporcionaron la cobertura ideológica para justificar primero y luego encubrir los crímenes.

El derecho al paisaje está en la carta de los derechos culturales.  El derecho al paisaje no solo tiene que ver con el acceso de la mirada a paños de ocupación de laderas, a estratos  de configuración habitable, a escalas mínimas  de invención barrial, sino a la reconfiguración del futuro a partir de la percepción total de todas estas articulaciones, que son portadoras de franjas de vida.

En este sentido resulta muy útil recurrir a un juego de palabras, que proviene del francés: “tranche de vie” (lonja de vida). Sin embargo, un pequeño deslizamiento  ortográfico nos pone frente al efecto organizador de la “tranche de vue” (lonja de vista). La “lonja de vida” es una intriga naturalista que sanciona un fragmento de la vida social, que se convierte en  una descripción analítica  proyectable al conjunto de ésta. Algo que ocurre cuando caminamos por un cerro y advertimos una lonja de vida interior a través de una ventana o de una puerta entreabierta. Es una vista fugaz que nos entrega un estallido de la intriga que tiene lugar en ese encierro. En cambio, el desliz de la letra nos conduce a la lonja de vista, similar a la delimitación de un encuadre visual abierto que se expande hacia la panorámica en función de la cual podemos percibir los fragmentos que la delimitan. La intriga del encierro se convierte en epopeya de la apertura del paisaje.
 
Curiosamente, ayer, un incendio afectó a tres casas que se encuentra en el paño o en la proximidad de los paños que una inmobiliaria ha adquirido. El ante-proyecto sobrepasa la altura y afecta gravemente el patrimonio cultural del Parque.  Es decir, el derecho al paisaje es un patrimonio que  la existencia del Parque habilita y que debe ser respetado. Más aún, cuando se establece una expansión significativa entre el mirador, que a su vez consolida la presencia del Polvorín, cuya percepción como ícono urbano en la historia de la ciudad contempla el acceso a esta plataforma desde la cual se estructura una mirada consistente de las delimitaciones del cerro Cárcel, cuyo perfil termina de ser dibujado por la construcción del Estanque, a comienzos del siglo XX.

!Que buen ejemplo de arquitectura el concepto del nuevo edificio de difusión del Parque Cultural! Fue concebido como un gran caballete de retención del cerro,  como un terraplén, justamente, para preservar el vacío de la explanada y realzar el peso simbólico del Polvorín, que quizás sea la construcción más antigua de la ciudad. 
Pero el Polvorín tenía un sentido: ser un lugar desde donde se podía mirar al acosador, pero que impedía ser mirado por la configuración del cerro. La historia del emplazamiento es parte de la historia cultura; es decir, de la historia de la mirada porteña como lonja de vida, como narración de la historizada política de ocupación retentiva de la ladera.

El incendio de ayer consumió tres casas y puso en peligro un entorno típico, ya definido en su socialidad, en correcta articulación con la rasante que va del mirador del Parque al Estanque. Ninguna nueva construcción puede superar esa medida patrimonializada por la construcción del Parque Cultural de Valparaíso. La  sola existencia  de éste implica el anclaje de un área de preservación activa, no solo del paisaje urbano, sino del paisaje simbólico sobre el que se funda la habitabilidad del cerro Cárcel, en la proximidad de la  Quebrada Elías.





jueves, 16 de octubre de 2014

YO NO BUSCO, ENCUENTRO (7)

El martes 14 del presente nos dirigimos, Carlos Carroza (Director de la Biblioteca Severín) y yo, a la casa de don Sergio Vuskovic, en el Paseo Atkinson. El objeto era realizar una nueva sesión de trabajo en vistas  a un libro de  conversaciones que estamos haciendo y que probablemente llevará el título Sergio Vuskovic: filósofo de utilidad pública.  Debo confesar que no estábamos a la altura. No llegamos suficientemente preparados. Queríamos discutir sobre filosofía latinoamericana y permanecimos en el debate cristiano-marxista. No sé cómo una cosa nos llevó, por omisión, por defección, si se quiere, a (la) otra cosa. Quizás no era la preeminencia aparente del tema, sino las condiciones de su contingencia textual. Porque de inmediato don Sergio nos pasó una separata de una revista editada por la Universidad Católica de Lovaina, dirigida por el Pr. François Houtard, en que hay un texto del profesor sobre Marx y la religión. Pero lo que nos clavaba el espíritu de entrevistadores era que ese texto, publicado en los ochenta, retomaba los términos de un texto que don Sergio Vuskovic escribiera en los setenta, y que fuera publicado en la revista teórica del Partido Comunista Italiano. A propósito de este hecho, don Sergio menciona un encuentro con Berlinguer. De inmediato nos preguntamos: ¿por qué Berlinguer se interesa por un texto de un intelectual chileno que piensa sobre las bases teológico-politicas de la democracia-cristiana? Porque estamos en plena discusión sobre la viabilidad del “compromiso histñorico”. Entonces, nos adelantamos en pensar que de eso no se hablaba en el Chile de los setenta. Solo nos resonaba lo que Don Sergio nos había dicho, en una entrevista anterior, de que en Valparaíso se realizó la Unidad Popular tal como Allende la quería. Ahí entendimos por qué nos habíamos deslizado tan fácilmente desde la filosofía latinoamericana hacia el diálogo cristiano-marxista en la coyuntura de los setenta. Porque, más que un diálogo, era un debate de múltiples capaz. Por un lado, estaba el librio escrito junto con Osvaldo Fernández sobre la democracia-cristiana. Leído desde hoy, más de una roncha debiera sacar. Porque de hecho, uno de los puntos de mayor conflictividad analítica era aquel que se refería a una especie de impostura estructural del pensamiento político social-cristiano, que terminaba por darse a ver como  una política de consolación de las grandes masas. Mientras tanto, ya había gente como monseñor  Hourton, que introducía una línea de pensamiento en torno al existencialismo cristiano que no fue retomado para nada por los jesuitas que armaron Cristianos para el socialismo. Había una decada de diferencia entre ambas preocupaciones. Y los únicos intelectuales comunistas que analizaban este fenómeno que hacía estallar al mundo católico chileno, eran Sergio Vuskovic y Osvaldo Fernández. Dicho sea de paso: esta preocupación apuntaba a desmontar la determinación tomista de la política católica, desde una exigencia gramsciana anticipada, que pensaba desde ya,  los efectos de la disolución de la consolación y de su reemplazo por una política de liberación afectiva.

Nótese. El párrafo anterior ha sido largo, sin respiro. Lo que queremos es reconstruir la trama de la lectura que Berlinguer hace del texto de don Sergio, en provecho de la lectura de la coyuntura italiana, en el momento que antecede a los años de plomo. Los comunistas chilenos no estaban en esa lógica; no participaban de este debate, sumidos en el detalle corto de una contingencia  compleja y literal.  De modo que La Dirección, digámoslo así, lo postergaba a la región, pero lo exhibía en la escena avanzada del movimiento comunista internacional. Y de qué manera: en los setenta don Sergio fue alcalde de Valparaíso. No es todos los días que vemos a un filósofo ensuciándose los zapatos en el barro de la historia. 

Así estábamos, con Carlos Carroza,  siendo apurados por el propio don Sergio, que quería reunirse con nosotros porque al día siguiente viajaba por más de un mes a Italia. Cuando gente de la generación de don Sergio viaja, uno nunca puede dejar de pensar que se trata de un viaje de relaciones políticas. A la antigua. Es decir, cuando había tiempo de leer. En cambio, hoy no se viaja. Los intelectuales no viajan. Se desplazan de coloquio en coloquio, que es su manera de hacer lobby, en los pasillos de los congresos y en los foyer de los hoteles. Diríamos que viaja a rememorar proyectivamente su encuentro con Berlinguer. Y en ese viaje, nos devuelve los residuos atomísticos de nuestra pequeña convertibilidad marxista.


Salimos de esta entrevista convencidos de haber atravesado en una barca ligera por la ciénaga de una historia que nos excluía. Hay que saber vivir con esa exclusión, porque se trata de una historia que nos sobrepesa. 

lunes, 6 de octubre de 2014

NOTICIAS PARA ADELANTAR EL TERMINO DE CONTRATO

En la entrega anterior hice mención a dos casos complejos de historia local: KPD y el primer riñón artificial. Debo hacer notar que no recurrí al empleo de la palabra que ha predeterminado el destino de la ciudad. Basta con eso. Solo es preciso hablar de historia. Mejor dicho, habría que introducir en el debate local algo que Pablo Aravena ya instaló, citando a Francois Hartog; me refiero al régimen de historicidad. Esta vendría a ser la mejor herramienta para trabajar una alternativa que limpie la confusión que ha dejado la noción ligada a la palabra que no deseo nombrar. 

KPD y el riñón artificial han sido relevados como  una forma de articulación de un pasado-presente-futuro local que permite entender de qué manera se despliega una colectividad en el tiempo, pese a la conversión del pasado en una unidad de encubrimiento de las contradicciones elementales; es decir, de clases, que habilitan el manejo de una política subordinada a la lógica de las tribus menesterosas que atienden su voracidad como  gestión de un reparto; vale decir, la satisfacción de las cuotas simbólicas de reparación de un daño que ya tiene un origen inmemorial.  

!Que magnífica paradoja ésta!, la de construir la ficción garantizable por UNESCO, que termina por diseñar un aparato de exclusión que acentúa el naufragio de la ciudad. No solo promueve la separación entre “la ciudad de arriba” y “la ciudad de abajo”, sino también la distinción tributaria entre Puerto y Ciudad. Hay que insistir en un punto sobre el que Iban de Rementería ha repetido hasta el cansancio: la cuestión de la renta portuaria. Toda otra preocupación es tan solo una operación de encubrimiento del aspecto principal de la contradicción. Para mitigar el efecto de la separación entre el Puerto y la Ciudad, hay que sabotear la habitabilidad de esta última hasta convertirla en enclave miserabilista, gestionado mediante leyes de compensación cultural para poblaciones que administren de manera estable su vulnerabilidad. 

Hablar de estos “casos residuales” -KPD y el prototipo del riñón- que tuvieron lugar durante  la Unidad Popular,  incomoda a los actuales administradores de  influencias cruzadas, porque la visibilidad de sus deseos depende de la eficacia con que sea sepultada la memoria histórica. Sin embargo, hay una manera de hacerlo saturando  emotivamente el discurso, para convertirlo en  signo de intercambio en el marco  de  una economía que fetichiza el recuerdo, al banalizar su condición de lugar de memoria. 

En la Feria de Arte Contemporáneo (Ch.ACO), en Santiago,  se realizó un minuto de silencio en homenaje a Matilde Pérez. Durante sus funerales, la Ministra Barattini asistió en un acto de pulcritud ejemplar, siendo portadora de una carta de  condolencias de la Presidenta. Fue, sin duda, un gesto significativo. Entre tanto, prosigue el trabajo de producir su atención crítica. Catalina Carrasco y Ramón Castillo   editan un libro que consolidará una estrategia de cuidado que ya cumplió una década. 

En la misma feria, adquiero un ejemplar del libro de Alejandro Crispiani. El ejemplar que él mismo me enviara desde la editorial se lo obsequié al curador de la Bienal de Sao Paulo, Luis Enrique Pérez-Oramas, cuando visitó Valparaíso. De este libro hay que hablar. No se ha hablado lo suficiente.  Hacen falta reseñas críticas, no solo en el campo de la arquitectura, sino desde la historia del arte y la sociología de la cultura. 

Entre tanto, en Valparaíso se ha instalado el mayor centro de producción intelectual de los últimos tiempos. Esto no le gustará a mucha gente. Se trata de un conjunto de “oficinas de producción” que reúne a un  número de agentes que sostienen las más importantes e interesantes iniciativas de desarrollo para la ciudad. Otra cosa es que sean escuchados. Total, en la inflación de propósitos, siempre hay una lonja de realizaciones posible. 
En una ciudad donde la noción de eficiencia es sometida a todo tipo de justificaciones, la aparición de esta unidad productiva significa un cambio cualitativo en la reproducción del capital intelectual.  Oficinas de arquitectura, talleres de restauración, espacios de creación, gabinetes de innovación programática, comparten un espacio de inversión profesional que no tiene parangón. 

Su ubicación consolida las condiciones para el desarrollo del prejuicio sobre la eficacia operativa del fantasma de la gentrificación.  Un fantasma que ahora sirve para  estigmatizar todo aquello que pudiera resultar objetable, en términos de la salvaguarda de una autenticidad ambiental que quisiera gestionar solo ruinas administrables.  En este caso, lo que se objetará será el productivismo accionalista de quienes allí trabajan, en  el número  399 de la calle Dinamarca, elaborando la inevitable negociación que implica una estrategia de desarrollo inmobiliario adecuado. Es decir, que piensa por adelantado las compensaciones ligadas a su intervención inevitable. (Recomiendo acceder a www.dinamarca399.cl)

Todo esto ocurre mientras al frente, en calle Cumming,  el equipo curatorial de la próxima Bienal de Arquitectura y los representantes del Colegio de Arquitectos de Chile se reúnen en el PCdV para coordinar, desde ya, el montaje de la próxima bienal, que será en Valparaíso. Este será un gran acontecimiento para la ciudad. Esta es la `primera vez que la bienal se realiza fuera de Santiago.  Obviamente, tendrá lugar en el espacio del PCdV, que consolida su vocación de centro de atracción del debate crítico de la arquitectura. 

Entre tanto, los transcriptores de  registro de los conversatorios que tuvieron lugar durante la exposición COLOSAL terminan su trabajo. Comenzará, pues, el gran trabajo de edición que debe culminar con la publicación de un libro, al cuidado de la editorial de la UTFSM. 

Prosigue, hasta fin de mes, la exposición de Hugo Rivera Scott, que ha estado acompañada por un riguroso trabajo de mediación, realizado por un grupo de estudiantes de la UVM. Esto no es fácil de montar. Es preciso diseñar para este tipo de exposiciones especiales, un tipo de facilitador singular que esté dispuesto a enfrentar la visita de públicos que requieren una atención de excepción. De todos modos, esta exposición viene a cerrar, en lo que va de este año, lo que llamaré el tríptico de historia local de la visualidad. 


¿Lo que se viene? Indudablemente, el festival Danzalborde y el estreno de una trilogía del dramaturgo Cristián Figueroa. Es decir, cuerpo  en escena y palabra en escena. La palabra escena es la que define la pertinencia de las inversiones formales locales.