lunes, 21 de octubre de 2013

Patrimonializar el cuerpo

El viernes 18 de octubre tuvo lugar la apertura del XIIº Festival Internacional de Danza Contemporánea Danzalborde. Hace dos años, el 21 de octubre del 2011 abrimos el Parque con la apertura del Xº Festival. Asumimos la tarea de apertura en unas condiciones de recepción bastante particulares, puesto que  nos hicimos cargo de un dispositivo cultural complejo y de envergadura, sin equipamiento.  ¡La cosa es sin llorar!. A dos años de apertura hemos podido instalar unos protocolos de funcionamiento, así como confeccionar unos manuales de cargo que permiten hoy día definir un límite de exigencia específico para lo que se debiera entender como gestión cultural.


Los encuadres de apertura, que se han verificado a través de dos grandes ejes de trabajo –Sentimental/Ciudad y territorio- han puesto de relieve un rango formal desde el cual podemos esperar la concreción de algunos avances significativos, en a lo menos dos áreas: la producción de archivo y el fortalecimiento de la escena artística local. No me cansaré de repetirlo. Es importante que esto quede claro. Les agradezco la paciencia.

La gran diferencia entre la apertura del 2011 y la de este año ha sido el acrecentamiento, tanto  de la complejidad como del retardamiento del tiempo. En la primera había un solo, de la compañía Mal Pelo, en que el cuerpo era instalado en la primera línea de una reparación   subjetiva. Esta vez, digamos, ha habido un dúo, formado por Amalia Fernández y Juan Domínguez, que se han ubicado en una línea sub-versiva de trabajo; es decir, han puesto en escena el trabajo de un trabajo.

Más bien, un trabajo en que se problematiza la noción de trabajo de producción de obra, en danza, retrayendo el método, para disponerlo como herramienta de una versión subordinada. Y combatir la noción ingenua de inspiración.  Por eso, digo, es una obra subversiva que se realiza bajo unas condiciones y unas convicciones que buscan alcanzar  una especie de  grado cero de movimiento y de escena-grafización, justamente, por inversión literaria.  Llamemos a eso, puesta en abismo, danza en la danza, relato en el relato. Ni elocuencia, ni amplificación, ni ostentación estilística, sino retracción, economía gestual,  regulación  discursiva  y sobretodo,  erudición paródica.

Todo eso es comparable al trabajo que realizo en el Parque. Hagamos una broma: el Parque en el Parque. Si, si. Cuestión de Método.

Lo que ha habido este viernes 18 de octubre ha sido la puesta en escena de unos cuerpos letrados que interpelan a la ciudad, tanto desde la “historia de la disciplina” como desde su desmontaje y recomposición narrativa.  No solo interpelan a la ciudad, sino al Parque, a su teatro, como formato de cierre y de regulación de procesos.  El teatro del Parque es un formato que regula no solo el acceso de los espectadores, sino que pone en función unos protocolos de uso que comprometen la actitud analítica de los intérpretes. 

Una situación semejante se planteó cuando realizamos el ciclo Territorios de la Música, a comienzos de este año, en que presentamos a las orquestas juveniles e infantiles de la región. El objetivo era hacerlos comparecer en un formato destinado a su propia producción de subjetividad, como intérpretes. Una experiencia de producir un modo de escucharse a si mismos.  Escucharse es producir  especularidad desde una práctica específica “que nos hace ser mejores”. Si los jóvenes y los niños, intérpretes, estaban en este lugar,  era porque existía una red de sostenimiento familiar  e institucional consistente, que operaba como condición mínima de asociatividad. Es lo que se llama, poner en evidencia la infraestructura psíquica del movimiento de las orquestas. En este sentido, el Parque es una infraestructura psíquica objetualizada.

De esto se trata: de fortalecer las escenas artísticas locales, en sus diversos niveles de completud. Porque no todas las prácticas poseen la misma consistencia y no todas exhiben las mismas fortalezas.

La fortaleza de la danza  está en su falta de elocuencia, y más que nada, en el hecho que el cuerpo está puesto en la primera línea de la ex-posición. Cuerpo fuera de sí, en una ciudad que no se ahorra la  endogámica mezquindad  defensiva  de un origen-que-no-fue, pero que es re-inventado a la medida.

En dos años, la política del Parque ha demostrado que es posible sostener una ficción, anclada en el imaginario local, sin por ello tener que subordinarse a los dos principales amenazas; a saber,  por un lado, la inconsistencia  de  prácticas limítrofes que nivelan por  abajo y se exhiben como portadores de certificación, como si su invención  de vulnerabilidad fuera un capital semilla, y por otro lado, la subordinación a los pequeños negocios de la industria local del espectáculo, que terminan convirtiendo todo lugar en espacio de feria.

Las amenazas son graves, porque las prácticas limítrofes quisieran administrar este gran equipamiento cultural, como espacio para la recomposición de sus redes de subsistencia, financiado con dinero del Estado. La condición  limítrofe se refiere a la conversión  inmediata de lo cultural en excusa de agit-prop, montada sobre  una estética setentera que nunca existió como se representa, pero que ha sido reconfeccionada para saldar la deuda simbólica que acarrea el hundimiento de la categoría de partido. Y no se extrañen que las cuotas en este terreno ya se estén negociando; pero sin tener como referencia a Rosa Luxemburgo, sino al Lenin-del-pie-chiquitito.

La segunda amenaza, que es como la contra-cara aparente de la primera,  consiste en la  privatización de la programación, mediante el imperio del autofinanciamiento como castigo y como censura de segundo grado.  La única ficción la instala quien pone el dinero. ¡Que grosería!  De este modo, se piensa que el Parque debe ser prácticamente subastado. Esto quiere decir,  vendido a la voracidad de segunda residencia. 

Pero  hay un pequeño problema. Los operadores se olvidan que el Parque  ya se instaló como un dispositivo contra-gentrificante y que el “turismo de intereses especiales” no pasa por el cerro Cárcel. Por aquí pasa, simplemente, la cultura de la resistencia corporal, entendiendo que el cuerpo de sus habitantes es el (verdadero) patrimonio de la ciudad. EL CUERPO PIENSA.

Esto lo debiera saber la comitiva de la UNESCO. Decirles que hay gente que piensa que todo este debate que se viene debe ser desplazado hacia  formas de reproducción de una vida social  fuertemente anclada como cultura popular urbana.  Patrimonializar el cuerpo es reproducir la vida, hoy, en este presente.  


Fíjense ustedes en lo que acaba de ocurrir con el Estanque. Ha habido un gran concurso de arquitectura que ha permitido reconocer que cualquier cosa que se haga en este terreno y en sus espacios próximos, debe ser entendido como expansión del destino cultural que ya ha sido habilitado por la sola construcción del Parque. Desde ahí ha sido posible formular una hipótesis sobre la recuperación histórica del propio estanque, como dispositivo de almacenamiento de agua, pero también, de algo más, que tiene que ver con la noción de mirador, de paseo, de equipamiento de mediación destinado a los adultos mayores, porque ellos son el  ESTANQUE SIMBÓLICO DE LA CIUDAD.

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