lunes, 4 de agosto de 2014

DESAGREGACIÓN SIMBÓLICA

Esto es escritura. Nada más que eso. Ha habido dos finales en las entregas anteriores: el primero, menciona a Pierre Clastres; el segundo, a Raúl Allard. Es decir, un filósofo-etnógrafo  francés y un hombre público porteño. Clastres es autor de una hipótesis que revoluciona la teoría política al solo exponer el título de su obra más famosa: La sociedad contra el Estado. Allard es autor de un propósito en el que sostiene la necesidad de recomponer el tejido de la dirigencia local.  Clastres me permite exponer una propuesta narrativa donde las palabras “tribu” y “primitivo”  operan como  atractores sintomáticos.   En cambio, Allard sugiere el respeto a la filiación de una densidad de época que él mismo sitúa en la “generación del 67”. 

A fin de cuentas, no es posible recomponer el tejido de la dirigencia política local porque su desagregación simbólica ya alcanzó unas condiciones irreversibles.  A tal punto que las propuestas que sobrevienen desde las Autonomías  jamás serán reconocidas, ni siquiera recuperadas, por un funcionariato que sabe de antemano que debe desnaturalizarlas para asegurar su propia  reproducción laboral. Hay una situación pánica en una escena en la que la credibilidad de su clase política ha descendido hasta niveles irremontables. 

Irreversible e irremontable son dos palabras que remiten a procesos contradictorios. La primera supone la existencia de un anverso y reverso en la representación de la política. Lo irreversible corresponde a la separación radical entre dirigencia y ciudadanía. Una separación que carece de superficie común de reparación. En cambio, lo irremontable es una figura que depende de la dimensión de una sumersión. La dirigencia local ya ha alcanzado un nivel de sumersión del que no puede remontar. De acuerdo a la naturaleza de las tormentas, hay navíos que se sumergen en las aguas y sus motores no dan para hacerlos emerger. 

La figura de un delegado presidencial se traduce en el reconocimiento de una fisura local en las pertinencias reconstructivas.  La focalización  en los subsidios  reproduce la dependencia simbólica en el Estado sin cumplir con la exigencia colectiva de la recomposición del tejido social.  La decisión de filtrar el aporte de la comunidad universitaria  en los debates sobre normativas desvía la atención sobre la complejidad antropológica de la reconstrucción, forzando  la mirada sobre  soluciones técnicas donde la palabra de las comunidades debe ser desnaturalizada para satisfacer las expectativas de las oficinas de manejo  comunicacional. 

Hasta antes de la Catástrofe, las escuelas de arquitectura de la ciudad se han respetado sin tener la necesidad de combinar sus logros. Sin embargo, se ha abierto una nueva etapa en la conversión de los saberes en política de colaboración. No solo las escuelas han podido exponer sus capacidades para leer finamente  la coyuntura, sino que han dado muestras de gran movilidad académica, a riesgo de perturbar las distribuciones de poderes académicos internos. Es así como ocurre cuando el objeto de estudio expone su movilidad extrema y obliga a  estudiantes y profesores a cambiar algunos de sus  hábitos y moderar sus razonables indolencias. 

Las escuelas han aprendido a modular sus pertinencias analíticas en el territorio con una calidad de intervención discursiva y material que, tanto la impericia conceptual como la impertinencia analítica   de la política local no puede acreditar.  Sin embargo, ¿que hacer para que dicha  calidad  tenga un efecto de acogida y pueda, eventualmente, ser convertida en un plan de acción?  Nada de esto está políticamente asegurado por la sola existencia de la modulación analítica de las escuelas. Es preciso algo más. 

En el conversatorio del jueves 24 de julio, en el marco de COLOSAL,  Sylvia Arriagada -profesora de la EAD- planteó la extraordinaria viabilidad del “trabajo de escucha”  de la memoria perdida en el cerro Merced. Pero en la misma sesión, Marta Núñez -Teatro Container-, expuso de qué manera la catástrofe había modificado el objetivo del trabajo de un colectivo artístico.  Ambas experiencias tienen, sin embargo, algo en común: lo que han practicado por años en sus experiencias básicas como diseñadora y como actriz lo desplazan da manera “casi natural” hacia este nuevo espacio de intervención que reclama un nuevo tipo de atención.  Para abordar el trabajo en la zona siniestrada es necesario contar con este desplazamiento, que compromete un método para delimitar los rangos de recepción de los relatos.

En el cerro Merced tuvo lugar la pérdida de un espacio vecinal estructurado, con sus memorias estables. En el caso de la cancha de Los Patos, el desafío no es tanto recomponer el tejido social, sino simplemente construir uno que jamás ha tenido lugar. Estas dos situaciones exponen los extremos de experiencias diversas donde la memoria del lugar expande la dimensión problemática del habitar, en sus límites. 


Esto es tan solo escritura. Termino esta entrega con dos menciones a experiencias limítrofes, encajonando  argumentos mediadores que obligan a citar a dos autores que señalan límites de consistencia para la representación (de la) política, favoreciendo  el amarre de las hilachas nocionales que cuelgan de  entregas anteriores en este mismo blog, para redoblar el peso de la pregunta sobre las condiciones de inversión del discurso universitario en una coyuntura caracterizada por la ruinificación.  

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