lunes, 17 de noviembre de 2014

CIUDAD PENDIENTE

El jueves pasado, almorzando en Dinamarca399, Gonzalo Undurraga me hizo un relato que me obligó a postergar la publicación de FUNCIONARIATO (4), destinado a abordar la cuestión de la articulación entre Estado y ciudadanía, en vistas a detectar las brechas en la calidad urbana. El jueves anterior, en la sesión de Ciudad Pendiente, se había armado una tensa discusión entre invitados extranjeros y operadores locales de la arquitectura universitaria. Por motivos de salud, no pude asistir a dicho debate. Pero ya me había adelantado a prefigurar lo que debía venir; a saber, el efecto de demostración que la visita de los colombianos ya ha instalado en la ciudad en lo relativo a la voluntad faltante que habilita  la política de normalización del uso del suelo. 

Hay que tener en cuenta que el objeto de dicho encuentro era compartir algunas ideas  sobre estrategias de mejoramiento de asentamientos informales. En el entendido, por cierto, que tanto la acreditación de dominio como la formalidad que autoriza la participación ciudadana mediante el acceso a subsidio, son el reverso necesario de la articulación entre Estado y ciudadanía. 

Gonzalo Undurraga me advierte que hay a lo menos tres dominios en los que las agencias (consultoras, oficinas de arquitectura, dirección de obras, constructoras, etc) están operando cada una por su cuenta: la calle, el equipamiento y la conectividad.  Estos tres dominios implican funciones diferenciadas con sus correspondientes escalas de inversión, buscando cada cual, en la esfera de lo propio, la atribución de proyectos cuya ejecución  finalmente los excluye. Sin embargo, existen momentos en que los dominios de las calle y del equipamiento -por ejemplo- se conectan a raíz de situaciones impensadas, que se definen en el territorio mismo, en espacios  generados fuera de formalidad del municipio o de la delegación presidencial, pero que al final de cuentas, les proporciona a sus funcionarios un tipo de  nueva visibilidad sobre cuestiones inadvertidas que, combinadas con ciertos niveles de escucha, pueden  dar lugar a conocimientos que sostienen o pudieran sostener otros niveles de articulación. 

Lo anterior tiene que ver con la producción de un  imaginario suplementario que da sentido al trabajo en el territorio, porque obliga a los habitantes a operar desde el deseo de paisaje. Entonces, en esta situación, no es el territorio el que precede al trabajo de recomposición del tejido social, sino que es la lógica deseante de este mismo  que define las condiciones del territorio sobre el que la energía social va a ser inscrita como voluntad y como poder.  

Una buena explicación de este fenómeno de producción subjetiva anticipativa la obtuve al día siguiente de mi almuerzo en Dinamarca399, cuando asistí a la comida a la que Guy Berube invitó a parte del equipo del PCdV, a propósito de la residencia artística, cuyo resultado se inaugura el próximo 19 de noviembre. Guy Berube es el director de la galería de arte La petite mort, basada en Toronto (Canadá). Nos visitó el año pasado y desde ese entonces comenzamos a preparar esta residencia, que compromete a un escritor  canadiense (Adam Barbu) y a un fotógrafo de Valparaíso (Alexis Mandujano). 

El punto es que Guy Berube es  nacido en el Canadá francés (Quebec). De inmediato convinimos en combinar nuestros “recuerdos de infancia” y nos remitimos al efecto de la canción quebequoise en la construcción del imaginario independentista. Uno de sus principales exponente, Gilles Vigneault, en un concierto en Paris, por el año 1977 o 1978, señaló al dirigirse a los asistentes algo que sonó como sigue: nous avons un territoire, mais nous n´avons pas un pays. Es decir: tenemos un territorio, pero nos falta un país. Entonces, le pays est ce qui nous noue. El país es aquello que nos amarra.  Patricio Marchant, en Sobre árboles y madres: “madre es aquello a lo que uno se amarra”.  Y terminaba, Gilles Vigneault su canción, diciendo, voilà le pays que j´aime. He aquí el país que yo amo, ¡como potencia!, ¡como posibilidad!, amarrando el sentido que puede tener el territorio como superficie de inscripción paisageante

Cuando Gonzalo Undurraga me plantea la necesidad de articular los dominios de la calle, del equipamiento y de la conectividad, está apuntando a la afirmación instituyente del paisaje. 

Hay que paisajear.  Hay que producir este suplemento imaginario que modula las escalas de representación  de lo sensible, sobre la ciudad que se elabora en la pendiente (oblicuidad), como pendiente (arriba/abajo)  y cuya configuración  sigue pendiente (en términos de la falta no colmada). 


La duda se instala en ese lugar en que se define la articulación entre Estado y ciudadanía, como si el primero dispusiera la virtù del territorio y la segunda sostuviera la fortuna del paisaje. 

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