lunes, 8 de diciembre de 2014

MODULACIONES DEL ALMA

En Tsonami 2014, en el PCdV,  Gilles Aubry, artista suizo, presentó la performance  Amplified Souls (La amplificación de las Almas), que explora la estética del ruido en las prácticas religiosas neo-pentecostales en Kinshasa (República Democrática del Congo), involucrando tecnologías de amplificación de audio, retroalimentación, distorsión y registro.  Esta performance está  basada en  improvisaciones  a partir de registros  que documentan un rito de sanación espiritual  y que fueron grabados en el año 2011 durante sesiones colectivas de oración, prédicas  complejas en las que intervienen pronunciaciones ininteligibles que comparten dos características: estados de éxtasis y “hablar en lenguas”.   Esto es propio de comunidades pentecostales para las que  el don de lenguas es una expresión del derrame del Espíritu Santo. 


Entonces, don de lenguas y amplificación desmesurada del sonido permite a los miembros de la iglesia, enfrentar a los espíritus malignos.   El poderoso contexto sonoro de esta práctica ritual  da fe tanto de  poderes sobrenaturales en los que se sostiene una cierta   capacidad de amplificación del alma, como de procedimientos que han transformado el campo religioso. Pero eso debe ser objeto de otro análisis.  Por el momento, traigo en mi auxilio aquel personaje  que aparece en El nombre de la rosa (Eco), “que habla en lenguas”, para preceder otro estudio acerca de la impostación delegada por quienes ejercen la  no menos ostentatoria profesión de ser-la-voz-de-los-que-no-tienen-voz e instalan su dominio entre la parcela de los administradores de carencia y  la quinta de los agentes de rapiña, que ya he mencionado en la entrega anterior.

En el MNBA (Santiago), Christian Boltanski, artista francés, inauguró Almas, una retrospectiva de su trabajo, así como  una intervención inédita en la comunidad atacameña de Talabre, a los pies del volcán Láscar, que está conectada vía streeming con el museo y que tiene por título Animitas. 

Hay en todo esto, una cierta puesta en abismo: en una de las rotondas del MNBA se proyecta  la transmisión en vivo de este monumento conceptual, compuesto por cientos de campanas japonesas sobre estacas que se ubican en un lugar en estricta relación con el mapa estelar de la noche de nacimiento de Botanski, en 1944, hijo de un padre judío y de una madre católica, en la Francia de la segunda guerra. 

Boltanski conoció el documental de Patricio Guzmán, Nostalgia de la luz, y supo que debía  trabajar en la trazabilidad de su poética. Pero la amplificó hacia otras dimensiones, provocando la retención del vacío mediante la sobreposición de la historia universal (su lugar en el cosmos) y la historia personal, marcada por la shoah.  No es posible no hablar de la Gran Catástrofe.  Pero es posible ir más allá de la biografía, para instalarse entre lo fallado y lo fallido de la historia contemporánea. 

En la instalación de Talabre, las campanas japonesas son residuos de identidades sonoras que remiten a la extrema fragilidad del enunciado propio que se hace responsable y custodio de los lugares de memoria. Porque en definitiva, puede convertir cualquier lugar, en lugar de memoria, (pero) bajo ciertas condiciones.

Entonces, tenemos en Santiago (museo) y en Valparaiso (espacio cultural) dos grandes obras de “arte sonoro”, que tienen como común denominador  el empleo de la palabra alma en sus títulos.  Pero de inmediato aparece la diferenciación enunciativa, porque Boltanski apela al sonido reparador, mientras Aubry recurre a los desbordes lenguajeros de una comunidad como índice de escurrimiento crítico de la espiritualidad.

Tanto la glosolalia en Aubry como la retracción sonora en Boltanski,  apelan al regreso a las condiciones pre-verbales de  procedimientos de enunciación.  Sin embargo, no dejan de plantear inquietantes preguntas que en el espacio porteño forman parte de una reversión formal convertida en “monumento ciudadano”.

Me refiero  a   dos situaciones que tienen gran aceptación  local en la desnivelada admisión del funcionariato. Gracias al efecto glorioso de asignaciones directas de fondos, realizadas por agentes culturales que operan como administradores de carencia simbólica,  tenemos -por una parte-  la oralidad coprolálica con su  coreografía  vandalizante correspondiente, practicada  por sectores juveniles  con síndrome de abstinencia, y  disponemos  -por otra parte- de la regulada compulsión a la repetición que agrupaciones sonoras básicas esgrimen como amenaza del “regreso de lo reprimido” (!a recuperar la indigencia perdida como capital social destinado a legitimar la solicitud de subsidios!).




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