lunes, 10 de junio de 2013

Pintura local (1)

Hace una semana, Carlos Carroza –Director de la Biblioteca Severín-  me  envió una foto de la portada del reglamento de la Bienal de Valparaíso. No recuerdo qué versión. Pero en esos  mismos días, cayó en mis manos el catálogo de la bienal que ganó Patricia Israel.  Entre los miembros del jurado se encontraba Miguel González, por ese entonces curador del Museo La Tertulia, de Cali, Colombia.  Es muy probable  que haya sido él   quien instaló en el jurado un criterio de contemporaneidad en favor de la pintura de Patricia Israel, que envió a dicha bienal una serie de pinturas  proveniente  del ambiente  reflexivo que la condujo a producir La llegada de lo blanco (MNBA, 1992).

Parece que fue la última versión de la bienal. Como ya he señalado en este blog, después de eso, el discurso de pintura en Valparaíso experimentó  una regresión  dramática, permitiendo  la falta de vigilancia discursiva   que favoreció la promoción  del muralismo básico. Vuelvo a insistir en el valor que tuvo para la ciudad la Bienal de Valparaíso, le guste o no  a los operadores chicos de hoy.  Al menos hizo que en Valparaíso circulara una pintura que tenía su estatuto y era reconocida en un contexto mayor.  Con esto quiero decir que en la última década el debate local se ha degradado,  hasta llegar a  los berrinches  de los muralistas y de sus cómplices  desbordando  las redes sociales.

A propósito de las estrategias de colocación de estos últimos y del apoyo que reciben de los medios  autodenominados alternativos, mencionaré dos experiencias en que el trato con los artistas delata la complicidad de otras instituciones locales con la saturación del muralismo que padecemos.

La primera experiencia tiene que ver con la solicitud de un gremio de artistas que  me propuso pintar un mural colectivo en la fachada del edificio nuevo del Parque. Lo que leen. ¡Una pintura colectiva! La solicitud exponía   de modo vehemente el apoyo gremial de  que disponía para instalar su validez plástica. A ello  agregaba una segunda solicitud, relativa a la instalación permanente de una escultura colectiva –para niños- en el talud  junto a la Casa de Pólvora.

En estos tiempos,  la palabra “colectiva”  es la clave para instalar la validez de algo que plásticamente no la tiene.  Esta obsesión por la aniquilación de la autoría posee dimensiones de  un auto castigo  que se erige como documento programático.  El recurso a la infancia parece justificar la petición de impacto social. Lo cual no deja de ser preocupante en relación al carácter policíaco de un tipo de animación gráfica que se auto proclama representante exclusivo de una voluntad popular inventada sobre medida.

Les dirigí una carta en la que me explayé un poco sobre el respeto a la autoría de la obra arquitectónica, al rol del concreto a la vista en la arquitectura moderna,  a la defensa de una obra que me parecía incorporarse recientemente al patrimonio contemporáneo de la ciudad y al carácter del diseño de paisaje como escultura expandida. Obviamente, no accedí a su solicitud.

La segunda experiencia es más grave, porque compromete a un agente ligado a  una institución  cultural cuyo director sostiene que  impongo “una visión de un Valparaíso que no es “(sic).  Se presentó en mi oficina  portando  el dossier de un muralista  porteño que se había hecho famoso en galerías francesas de tercer orden.  El principal argumento era que el muralista en cuestión era muy  reconocido en el extranjero. Cuando le pregunté por la posición de éste  en la escena pictórica nacional,  me quedó mirando con los ojos muy abiertos.

No  quiso darse por entendido con la pregunta.  Agregaba en su favor el argumento de  que a la gente del municipio a la que solicitan autorización  y recursos para pintar, les encanta el trabajo; que lo respetaban mucho porque era muy prolijo para producir los murales. Tenía buenos andamios, se conseguía buenas pinturas, operaban en altura con correas de seguridad y demostraba gran autonomía de gestión.

Ahora bien:  su propuesta no era pintar un mural  en el PCdV,  sino ofrecer una exposición  de pintura de caballete.

Veníamos de presentar  las tres exposiciones de la serie Sentimental, como producto de un debate formal  local en función del encuadre que ya he descrito en otros textos. El quería una  muestra individual porque pensaba que su muralista representado estaba en un nivel por sobre todo lo que habíamos exhibido. Todo esto, expresado con una candidez que no podía  producir enojo alguno, sino más bien conmiseración. 

Lo grave es que el representante esgrimía  como elemento legitimador de su propuesta el hecho de colaborar  en los programas de este centro cultural cuyo director sostiene que mi política es clasista y no inclusiva.

Estas dos experiencias –hay más- son significativas de la falta de rigor a la hora de discutir sobre política y ficción programática, porque hay artistas de gran mediocridad que se escudan en el gremio para alcanzar objetivos que de otro modo no lograrían.

Pienso en el uso que tienen estos  términos –clasismo y no inclusión- en el marco de lo que puede significar un debate formal  y lo conecto con las dos experiencias que acabo de describir.  Mediante presiones extra artísticas y declaraciones irresponsables se pone en duda la coherencia del trabajo que estamos desarrollando en este terreno.

Se puede estar en desacuerdo. Pero nadie puede poner en duda la coherencia de una propuesta destinada a fortalecer la escena plástica local. En esta propuesta, la recomposición de la escena pictórica está entre una de nuestras prioridades. Que alguien formule una política de inscripción alternativa. Ese es un desafío que compromete iniciativas y eficacia.

Acabamos de inaugurar Pintura Latente II, que es una exposición que reúne a nueve pintores locales, la mayoría ligados a la Escuela Municipal de Bellas Artes de la calle Camila (Cerro La Loma). ¿Este es “el Valparaíso que no es”?  Esta exposición proviene de una experiencia previa de residencia de los artistas en el propio PCdV, desde diciembre del año pasado a la fecha.  Residencia que compromete a artistas profesionales de la ciudad, la mayoría de ellos con una probada experiencia de enseñanza de la pintura.  Es preciso señalar que aquellos que no son docentes en la Escuela Municipal de Bellas Artes, sostienen talleres privados fuertemente consolidados.

Asociado a esta exposición abrimos un Laboratorio que tendrá una duración de un mes y medio y que estará destinado a los diez  estudiantes  más sobresalientes de tres escuelas de enseñanza superior de arte de la ciudad. Un comité de artistas y el curador de la muestra, Henry Serrano, estarán a cargo. El propósito es llevar a cabo una situación de análisis y de clínica de pintura que fortalezca las iniciativas actualmente en curso, en lo que a pintura se refiere. El comité local estará compuesto por el propio Henry Serrano, los artistas Antonio Guzmán, Francisco Olivares y Mario Ibarra, y quien escribe.

Asociado a lo anterior, durante seis sábados consecutivos, realizaremos un  Seminario Práctico para Escolares, donde Orielle Bernal,  Luisa Ayala y Nicolás Reyes sostendrán un curso especializado de iniciación formal a la pintura, destinado a escolares. Lo que importa aquí es que  la acción especializada tendrá lugar en el espacio que ya sirvió para realizar la residencia de artistas, ya que reconocemos la importancia de trasladar a los escolares a un  ambiente de trabajo profesional, con sus materiales y con su disposición escenográfica propia.

Disculpen lo extenso del texto, pero la posición de la pintura local lo exige. Existe una cantidad  mayoritaria de artistas que practican la pintura en Valparaíso, pero que no tienen la visibilidad de la minoría muralista, que sostiene relaciones de cortesanía y subordinación con los poderes locales. Resulta ilustrativo constatar que dicha visibilidad depende del monto de  fondos adjudicados.

Los artistas que exponen en Pintura Latente II no acceden a fondos, ni siquiera postulan, porque saben que existe un imperativo de impacto social que determina las propuestas. Es decir, se favorece experiencias de animación gráfica de rentabilidad participativa directa.

Los artistas autónomos viven de hacer sus clases en establecimientos públicos como en situaciones de talleres privados. No tienen que inventar proyectos diseñados a la medida de la ideología de los fondos. Son autónomos porque viven de los efectos directos de sus propias prácticas y no requieren de excusas disfrazadas de representación colectiva.

En relación a lo anterior, los pintores  autónomos son estigmatizados por pertenecer a una clase media  que depende del desarrollo de sus propias iniciativas, mientras que los muralistas se inventan una posición colectiva  para calzar con las solicitaciones de instituciones que sobreviven del manejo de la vulnerabilidad. 

Pintura Latente II significa, además de una exposición, un Laboratorio, un Seminario Práctico y un conversatorio, cuya primera versión tiene lugar el jueves 13 a las 19 hrs, para discutir de manera precisa sobre la Situación Actual de la Pintura Local.

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