Hace una semana, Carlos Carroza –Director de la Biblioteca
Severín- me envió una foto de la portada del
reglamento de la Bienal de Valparaíso. No recuerdo qué versión. Pero en esos mismos días, cayó en mis manos el catálogo de
la bienal que ganó Patricia Israel. Entre
los miembros del jurado se encontraba Miguel González, por ese entonces curador
del Museo La Tertulia, de Cali, Colombia.
Es muy probable que haya sido
él quien instaló en el jurado un criterio de
contemporaneidad en favor de la pintura de Patricia Israel, que envió a dicha
bienal una serie de pinturas proveniente
del ambiente reflexivo que la condujo a producir La llegada de lo blanco (MNBA, 1992).
Parece que fue la última versión de la bienal. Como ya he señalado en
este blog, después de eso, el discurso de pintura en Valparaíso
experimentó una regresión dramática, permitiendo la falta de vigilancia discursiva que favoreció la promoción del muralismo básico. Vuelvo a insistir en el valor que tuvo para la
ciudad la Bienal de Valparaíso, le guste o no a los operadores chicos de hoy. Al menos hizo que en Valparaíso circulara una
pintura que tenía su estatuto y era reconocida en un contexto mayor. Con esto quiero decir que en la última década
el debate local se ha degradado, hasta
llegar a los berrinches de los muralistas y de sus cómplices desbordando las redes sociales.
A propósito de las estrategias de colocación de estos últimos y del
apoyo que reciben de los medios
autodenominados alternativos, mencionaré dos experiencias en que el
trato con los artistas delata la complicidad de otras instituciones locales con
la saturación del muralismo que padecemos.
La primera experiencia tiene que ver con la solicitud de un gremio de artistas
que me propuso pintar un mural colectivo
en la fachada del edificio nuevo del Parque. Lo que leen. ¡Una pintura
colectiva! La solicitud exponía de modo vehemente el apoyo gremial de que disponía para instalar su validez plástica.
A ello agregaba una segunda solicitud,
relativa a la instalación permanente de una escultura colectiva –para niños- en
el talud junto a la Casa de Pólvora.
En estos tiempos, la palabra “colectiva”
es la clave para instalar la validez de
algo que plásticamente no la tiene. Esta
obsesión por la aniquilación de la autoría posee dimensiones de un auto castigo que se erige como documento programático. El recurso a la infancia parece justificar la
petición de impacto social. Lo cual no deja de ser preocupante en relación al
carácter policíaco de un tipo de animación gráfica que se auto proclama
representante exclusivo de una voluntad popular inventada sobre medida.
Les dirigí una carta en la que me explayé un poco sobre el respeto a la
autoría de la obra arquitectónica, al rol del concreto a la vista en la
arquitectura moderna, a la defensa de
una obra que me parecía incorporarse recientemente al patrimonio contemporáneo
de la ciudad y al carácter del diseño de paisaje como escultura expandida. Obviamente,
no accedí a su solicitud.
La segunda experiencia es más grave, porque compromete a un agente
ligado a
una institución cultural cuyo
director sostiene que impongo “una
visión de un Valparaíso que no es “(sic).
Se presentó en mi oficina
portando el dossier de un
muralista porteño que se había hecho famoso
en galerías francesas de tercer orden. El principal argumento era que el muralista en
cuestión era muy reconocido en el
extranjero. Cuando le pregunté por la posición de éste en la escena pictórica nacional, me quedó mirando con los ojos muy abiertos.
No quiso darse por entendido con
la pregunta. Agregaba en su favor el
argumento de que a la gente del
municipio a la que solicitan autorización y recursos para pintar, les encanta el trabajo; que lo respetaban mucho porque era muy prolijo
para producir los murales. Tenía buenos andamios, se conseguía buenas pinturas,
operaban en altura con correas de seguridad y demostraba gran autonomía de
gestión.
Ahora bien: su propuesta no era
pintar un mural en el PCdV, sino ofrecer una exposición de pintura de caballete.
Veníamos de presentar las tres
exposiciones de la serie Sentimental,
como producto de un debate formal local
en función del encuadre que ya he descrito en otros textos. El quería una muestra individual porque pensaba que su
muralista representado estaba en un nivel por sobre todo lo que habíamos
exhibido. Todo esto, expresado con una candidez que no podía producir enojo alguno, sino más bien conmiseración.
Lo grave es que el representante esgrimía como elemento legitimador de su propuesta el
hecho de colaborar en los programas de
este centro cultural cuyo director sostiene que mi política es clasista y no
inclusiva.
Estas dos experiencias –hay más- son significativas de la falta de
rigor a la hora de discutir sobre política y ficción programática, porque hay
artistas de gran mediocridad que se escudan en el gremio para alcanzar
objetivos que de otro modo no lograrían.
Pienso en el uso que tienen estos
términos –clasismo y no inclusión- en el marco de lo que puede
significar un debate formal y lo conecto
con las dos experiencias que acabo de describir. Mediante presiones extra artísticas y declaraciones irresponsables se pone en
duda la coherencia del trabajo que estamos desarrollando en este terreno.
Se puede estar en desacuerdo. Pero nadie puede poner en duda la
coherencia de una propuesta destinada a fortalecer la escena plástica local. En
esta propuesta, la recomposición de la escena pictórica está entre una de
nuestras prioridades. Que alguien
formule una política de inscripción alternativa. Ese es un desafío que
compromete iniciativas y eficacia.
Acabamos de inaugurar Pintura
Latente II, que es una exposición que reúne a nueve pintores locales, la
mayoría ligados a la Escuela Municipal de Bellas Artes de la calle Camila
(Cerro La Loma). ¿Este es “el Valparaíso que no es”? Esta exposición proviene de una experiencia
previa de residencia de los artistas en el propio PCdV, desde diciembre del año
pasado a la fecha. Residencia que
compromete a artistas profesionales de la ciudad, la mayoría de ellos con una
probada experiencia de enseñanza de la pintura.
Es preciso señalar que aquellos que no son docentes en la Escuela
Municipal de Bellas Artes, sostienen talleres privados fuertemente
consolidados.
Asociado a esta exposición abrimos un Laboratorio que tendrá una
duración de un mes y medio y que estará destinado a los diez estudiantes
más sobresalientes de tres escuelas de enseñanza superior de arte de la
ciudad. Un comité de artistas y el curador de la muestra, Henry Serrano,
estarán a cargo. El propósito es llevar a cabo una situación de análisis y de
clínica de pintura que fortalezca las iniciativas actualmente en curso, en lo
que a pintura se refiere. El comité local estará compuesto por el propio Henry Serrano, los artistas Antonio Guzmán, Francisco Olivares y Mario Ibarra, y
quien escribe.
Asociado a lo anterior, durante seis sábados consecutivos, realizaremos
un Seminario Práctico para Escolares,
donde Orielle Bernal, Luisa Ayala y
Nicolás Reyes sostendrán un curso especializado de iniciación formal a la
pintura, destinado a escolares. Lo que importa aquí es que la acción especializada tendrá lugar en el espacio que ya sirvió para
realizar la residencia de artistas, ya que reconocemos la importancia de
trasladar a los escolares a un ambiente
de trabajo profesional, con sus materiales y con su disposición escenográfica
propia.
Disculpen lo extenso del texto, pero la posición de la pintura local lo
exige. Existe una cantidad mayoritaria
de artistas que practican la pintura en Valparaíso, pero que no tienen la
visibilidad de la minoría muralista, que sostiene relaciones de cortesanía y
subordinación con los poderes locales. Resulta ilustrativo constatar que dicha
visibilidad depende del monto de fondos
adjudicados.
Los artistas que exponen en Pintura
Latente II no acceden a fondos, ni siquiera postulan, porque saben que
existe un imperativo de impacto social que determina las propuestas. Es decir,
se favorece experiencias de animación gráfica de rentabilidad participativa
directa.
Los artistas autónomos viven de hacer sus clases en establecimientos
públicos como en situaciones de talleres privados. No tienen que inventar
proyectos diseñados a la medida de la ideología de los fondos. Son autónomos
porque viven de los efectos directos de sus propias prácticas y no requieren de
excusas disfrazadas de representación colectiva.
En relación a lo anterior, los pintores
autónomos son estigmatizados por pertenecer a una clase media que depende del desarrollo de sus propias
iniciativas, mientras que los muralistas se inventan una posición colectiva para calzar con las solicitaciones de
instituciones que sobreviven del manejo de la vulnerabilidad.
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