martes, 9 de julio de 2013

Aplicabilidad de una hipótesis de trabajo

La hipótesis planteada en la entrega anterior es aplicable a todas las prácticas de arte que configuran la escena local. Por cierto, con la debida atención a sus singularidades. En este sentido,  junto a la pintura, el grabado, la escultura y la objetualidad, la danza ha sabido edificar una consistencia que no ha sido suficientemente reconocida en el plano nacional.
En términos orgánicos, Danzalborde ha sido el pivote de un tipo de aceleración formal sobre cuya responsabilidad se ha realizado la mayor transferencia informativa para el espacio coreográfico. Otra cosa es la Formación. En ese terreno, la presencia de Carmen Beuchat instala el efecto de una enseñanza que es retomada y proyectada por la producción de un conjunto de obras compuestas como  trilogía, una de las cuáles ha sido  presentada en el PCdV.  Pero todo esto va  más allá de la enseñanza básica y de la mantención de unas condiciones normales de reproducción del campo. Se trata de levantar las exigencias locales desde la lectura de la coyuntura nacional de producciones y desde las capacidades de su reticulación internacional.

Danzalborde,  en términos específicos, ha mantenido una acción que a lo largo de una década ha sido más consistente que las políticas sectoriales de las instituciones que por ley están destinadas a cumplir esa misión. Y como es de rigor, tampoco han sido apoyados como correspondería a un emprendimiento local de calidad, con una experiencia probada en el desarrollo de proyectos bajo tensión.

Para el PCdV ha sido una garantía curatorial el poder acoger este festival, porque se ha cumplido con un principio básico de respeto mutuo de  intereses, que se traduce en complicidades formales y organizacionales que tienen por efecto el montaje de acciones de gran calidad. La particularidad de este festival es que se piensa a si mismo en su expansión anual. Debiésemos poder montar una plataforma financiera que nos permitiera realizar una conexión directa entre Valparaíso y otros centros de producción coreográfica del mundo, porque existen condiciones mínimas de reciprocidad. Las instalaciones del PCdV para este tipo de proyectos dan la suficiente garantía. Sólo hace falta que las autoridades regionales entiendan que lo que aquí se juega es de vital importancia para la conversión de Valparaíso en un centro de atracción coreográfica a nivel continental.

Ahora bien: en Valparaíso existen compañías independientes que realizan su trabajo en un marco de esfuerzo y persistencia digno de ser relevado.  Son cerca de veinte las compañías y artistas independientes que ensayan en las instalaciones para danza en el PCdV.  Este es el trabajo que debe ser relevado como una demostración de  consistencia; pero el destino de estos esfuerzos depende de cuán fuerte se pueda ser en la puesta en circulación internacional de estas producciones. 

En comparación con otras prácticas, la danza trabaja sobre la movilidad, no solo de los cuerpos, sino de las escenas. Los intérpretes y los coreógrafos  poseen experiencias de viaje en las que  se adquiere un tipo de conocimiento directo que comporta una complejidad que al regreso se pone de manifiesto de manera inmediata.  Lo cual demuestra que el espacio de la danza  posee unas ventajas que no poseen otras prácticas.  Justamente, porque al ex-poner el cuerpo como herramienta y soporte de inflexión subjetiva, la negociación con el entorno social logra concentrar una dedicación  que compromete de manera singular un tipo de producción de subjetividad específica.  No es casual que en nuestro trabajo con personas mayores, haya sido la danza el medio de configuración de una relación reparatoria directa, porque apuntaba a recuperar la memoria de los cuerpos. 

Tampoco es casual que la danza haya sido nuestro eje de investigación  para la configuración de la hipótesis según la cual  el patrimonio de la ciudad está afincado en la corporalidad de sus habitantes. Esta afirmación no es un juego de palabras, sino que desplaza el lugar de la inversión subjetiva hacia  la "defensa" del territorio, transitando   desde la estructura edificatoria de la zona de protección   hacia la arquitectura del cuerpo como soporte ritual  de un desgaste histórico que define la reproductibilidad de la vida social.   
Es exacto hablar desde una arquitectura del cuerpo, porque  esta designa las dimensiones de un espacio compositivo deseable que  domina  la gestión  de las frustraciones cívicas. No solo se trata de dibujar sobre el piso las determinaciones que la gravedad define como exceso, sino de establecer la compresión  de una temporalidad muscular,   que opera como vector de una escritura perturbada por  el (d)efecto  que doblega el régimen de contención del movimiento. 

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