martes, 27 de agosto de 2013

Producción de lectura local

La hipótesis de la edición como espacio sustituto en el campo del arte hace su camino. Hemos presentado el jueves 22 de agosto en el PCdV el libro Tamarugal, de Rosell Meseguer y Rodolfo Andaur.  No es un libro de artista. No es un catálogo. Es un ensayo visual complejo en formato libro, que reúne la persistente preocupación de Rosell Meseguer por los archivos. Esa sola razón bastaba para hacer esta presentación: producción de archivo.  Para servir de modelo portátil a los archivos locales realizados por artistas que cometen el grave fallo de operar su manejo doloso.

Es impresionante ver cómo los muralistas de cuarta clase que asolan la ciudad carecen de la mínima información sobre lo que se juega en la puesta en forma de un imaginario local. En la medida que sostienen  el rol de bufones gráficos de la clase política para la que trabajan,  sacando las castañas con sus manos, habilitan  la extorsión  con que erigen la representación de su carencia de poder.  El resultado es patético, porque nivelan por lo bajo, manifestando con  orgullo  la reproducción de su calculada y complaciente ignorancia.   La persistencia del bufón es un residuo de los  carnavales montados para subsidiar los  ejercicios de sobrevivencia de tribus urbanas que hicieron de la dependencia institucional un negocio.

Hacer libros, en Valparaíso, supone montar una plataforma de trabajo editorial extraordinaria. No es una cuestión (solo) de dinero, sino de criterio. El dinero (sobre)viene con el criterio.  Más por el lado de la PYME que por el lado de la concursabilidad.  ¿Por qué no se entiende la producción editorial como una inversión en si misma? Esto es lo que se llama construir un público. Producir condiciones locales de lectura es el objetivo de una política de ediciones como espacio de arte sustituto.

Producir lectura significa realizar un gran esfuerzo  de interpretabilidad local de los procesos que condujeron por ejemplo, a la construcción del propio PCdV.  Sin embargo, la exigencia de interpretabilidad tiene que ver con una hipótesis que he planteado hace unos meses, concerniente a la inexistencia de tradición muralística en Valparaíso. Vuelvo a repetir: el muralismo ha sido una imposición de  tribus urbanas disponibles para el decorado público que requería la carnavalización-que-no-.cesa.

En mi hipótesis estaba la comparación con la escena de Concepción, que se muraliza desde 1949. De esta comparación proviene la certeza de que Valparaíso se hace refractario al muralismo pictórico porque construye una cinematografía que diagrama la representabilidad de su imaginario. De aquí se puede deducir que el muralismo actual es una imposición formalmente regresiva, que opera de manera autoritaria la sinonimia entre arte callejero y espacio público.

El libro va contra el arte callejero, porque requiere de unas condiciones de intimidad  mínimas para instalarse como objeto de un deseo de lectura. El arte callejero es la excusa solapada de los malos ilustradores de ilusiones transferidas y orgánicamente rebajadas.

He sostenido que la política del impreso  es la única política simbólicamente eficaz para combatir la mediocrización del espacio público. El libro exige intimidad, como digo, pero sobretodo, instala una relación personal con un objeto al que está asociado un pequeño dispositivo de secretaría. En el Metrotren, el libro establece un límite de privacidad que se escenifica en lo público. En un café, el libro promueve la distancia social que favorece la  concentración sobre la letra, negociando una zona de tolerancia con el imperio de la oralidad de carácter. Hay mucha habladuría. El libro, la lectura, conducen a la  escritura; o sea, redefinen las condiciones de circulación de una oralidad indocumentada. Padecemos el autoritarismo de la indocumentación. Ahora: existen oralidades de una complejidad extraordinaria,  que reconocemos bajo  el nombre de cultura popular erudita. Algo de eso sabemos en el PCdV  a partir del ciclo El cuerpo de la voz, que implementamos en el PCdV durante el 2012.
 
Para re/poner en perspectiva el libro de Rosell Meseguer y Rodolfo Andaur, menciono la importancia que tuvo en la presentación del jueves 22 la cita que ésta hizo al Atlas de Richter (1964-1969-1989) , como un referente de su trabajo.  Un libro remite siempre a otro libro. Rosell apunta a los usos sociales de la fotografía, entre los cuáles privilegia el álbum familiar, donde yuxtapone la construcción de identidad pública con la construcción de identidad privada. Lo cual, inevitablemente nos conduce al Atlas Mnemosyne de Aby Warburg (1925), de quien ya hemos hablado.

¿A qué apunta todo esto? A la consecuencia de una política de archivo que desde el PCdV hemos colaborado a montar. Sin ir más lejos, debo mencionar la exposición de la Colección Alfredo Nebreda, el año pasado, en el marco del FIFV. Y ahora, en noviembre, recibiremos la visita de Rosangela Renno, artista brasilera, que viene a trabajar sobre la noción de archivo, gracias a la colaboración de Verónica Troncoso (Facultad de Artes de la Universidad de Chile).


Rosangela Renno ha estado en Chile. La invitamos al Coloquio Del documento al Monumento, que tuvo lugar en marzo del 2006 en el CCPLM. Esa fue la ocasión en que fue lanzada la hipótesis de trabajo para una Trienal de Santiago. Obviamente, después de haber recibido el portazo en la cara al intentar reflotar la Bienal de Valparaíso. Por esta y otras razones me complace repetir que mi trabajo en la dirección general del PCdV es la continuación de la hipótesis sobre la que fue montada la Trienal de Chile, en torno a dos ejes: producción de archivo y fortalecimiento de escenas locales. Pues bien: Rosangela Renno vendrá a Valparaíso para trabajar sobre la noción de producción de archivo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario