miércoles, 19 de febrero de 2014

Pintura Mural y Patrimonio

PINTURA MURAL Y PATRIMONIO

El comentario fue sorprendente. Un vecino me explicó que las casas que están a la izquierda del pasaje Dimalow, en dirección a Almirante Montt, tienen estilo, forman una línea relativamente homogénea, que le da un valor a la fachada. El edificio que está a la derecha, después del Via Via Café, no tiene estilo, es nuevo, no tiene valor frente a las casas mencionadas. Entonces, me dice, “con esta pintura mural, el edificio se va a acercar a las casas”. 

Lo me estaba diciendo con meridiana claridad es que la pintura mural le otorgaba al edificio una acreditación de patrimonialidad de la que éste carecía. Y todo esto, con permiso municipal al día, incluyendo uno del consejo de monumentos,  que ratificaba la hipótesis inicial: el mural convierte al edificio en monumento. !Que duda cabe! Los propietarios del edificio aprobaron el mural ante semejante promesa de transformación de estatuto. El mural aumenta el valor del inmueble. 

Desde la publicación del Informe de la Unesco la municipalidad ha pasado a la ofensiva. Los permisos otorgados a los muralistas forman parte de una estrategia de monumentalización patrimonial destinada a la fortalecer  la hipótesis de la escenografía adecuada al negocio de los tour operadores. Ya son característicos los grupos de turistas que a cargo de un guía, pasan a considerar la pintura mural como la gran oferta visual de la ciudad-puerto. La mención de estos paseos en The Guardian, por ejemplo, parece adquirir el peso simbólico de la inscripción en La Historia.  

Pero todo no comienza aquí. Ya a la salida del ascensor Reina Victoria, un nuevo hostal que ostenta un piso agregado que probablemente rompe con todas las normas, exhibe en su base una serie de transposiciones del Bestiario de Lukas, pintadas sobre fondo amarillo pato.  Aquí se presentan dos problemas. El primero tiene que ver con la tolerancia del traslado de unas imágenes pensadas para soporte impreso en monocromo. El segundo aborda la sujeción al mal menor. Es decir, no son pocos los propietarios que aceptan el “matonaje blando” de disponer de un mural para preservar el muro del graffitismo. Los muralistas sería, pues, unos “matones grandes” que cobrarían una especie de coima para impedir que los graffiteros, “matones más chicos”, hagan de las suyas. 

La casa del hostal de referencia está muy bien emplazada y define el corte del cerro, mediante una base que por si sola, es monumental y sostiene, si se quiere, el “escurrimiento” del cerro sobre la plaza; lo suspende, lo retiene, amortigua el corte. 

¿Que es lo que justifica reproducir el “bestiario” a la salida del ascensor? ¿Forma parte de la señalética de la Fundación Lukas? Y esta última, ¿no puede prevenirse de la banalización de su patrimonio, cautelando la tolerancia de las transposiciones? ¿Más aún, cuando Lukas es un “héroe gráfico” impresivo? No es de creer esta falta de vigilancia. 

Ya  he sostenido en un texto anterior que si hay exceso de murales en Valparaíso  es porque está en proporción directa a la falta de libro.  Esta desproporción permite que la “bestiarización” mural de la ciudad colabore con la patrimonialización a la que hice referencia al comienzo, al relatar la inverosímil historia del mural del pasaje Dimalow. 
 

Justo Pastor MelladoPremio Regional de Ciencias Sociales "Enrique Molina"
Concepción, 2009
www.justopastormellado.cl

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