miércoles, 23 de abril de 2014

AUTONOMIAS ESTATIZANTES Y AUTONOMÍAS COMPLEJAS

Una frase que se ha vuelto muy común entre los colectivos autónomos es el de crear redes.  Ciertamente, eso es efectivo, pero me adelanto en declarar que se trata de afirmar redes para asegurar su propia sobrevivencia como colectivos. La eficacia de su acción parece no estar en juego. 

Esta Emergencia ha dejado al desnudo la impostura de no pocas iniciativas autónomas, que en el fondo no son autónomas en sentido estricto, sino que se presentan como unidades de visibilidad extorsiva ante una autoridad que finalmente las debe garantizar. 

Sin embargo, la Emergencia actual  echa por tierra estas indelicadezas y pone al descubierto los interés de estos singulares administradores de la Oportunidad. La lucha pasa a ser una lucha por la garantización, por la vía de la alternativa partidarizante. 

En el marco de esa lucha de intereses, este tipo de autónomos no están dispuestos a cumplir con la disciplina de la orgánica, sino que saben que es posible avanzar más rápido, un corto trecho, por un fuera orgánico temporal,  buscando el mismo objetivo de copamiento y normalización de las luchas del movimiento, como si en el fondo se ofrecieran a ser mejores funcionarios para el manejo de la conflictividad.  Los partidos lo saben y los emplean indirectamente como obra de mano sustituta. Esta es la base de operaciones de no pocos colectivos que no logran encubrir sus proyecciones estatales. 

Los Autónomos-autónomos, para que nos entendamos, son efectivamente no-partidarios,  en sentido propio. En una declaración reciente, el colectivo de Teatro Container ha declarado esta posibilidad de trabajo relacional, destinada a hacer efectiva la frase “como vivir juntos”. 

Esta frase proviene de un curso de Barthes en el Colegio de Francia y fue la base para formular el eje de la XXIX Bienal de Sao Paulo. Es decir, ya ha hecho su camino como propuesta de manejo de la contingencia. Lo cual denota que Teatro Container ha leído con extrema sagacidad los postulados del arte contextual, ya que como ningún otro grupo en esta ciudad, está consciente de la fragilidad compleja que supone vivir en la movilidad orgánica, para abstenerse de cumplir con las exigencias del imperialismo partidario (de hoy). 

No estoy hablando de la época en que  la categoría de partido encarnaba aspectos diferenciadores que hoy día encontramos en algunas prácticas de la autonomía. Muchas de las luchas urbanas de fines de los años sesenta no hubiesen sido posible sin la variable partidaria en la vida poblacional. O al menos, sin una enseñanza partidaria de organización de las luchas. 

Pero hoy día, muchos colectivos viven a costa de la gestión de vulnerabilidades, siendo ellos, los primeros vulnerables, discriminados por las autoridades de gestión, mantenidos a raya a fuerza de programas  y  fondos de ayuda, como apoyo marginal.  La Emergencia ha puesto todo esto al desnudo y ha declarado cuáles son las dimensiones éticas del manejo de la vulnerabilidad, en un contexto de severo debate sobre el destino real de las autonomías. 

El caso del Teatro Container me parece ejemplar en relación a como es posible expandir hacia otro terreno, un modelo de producción de arte en condiciones de reducción formal. El container como unidad escenográfica regulada ha venido a reemplazar la unidad del vagon de ferrocarril, si pensamos -no sin cierta nostalgia- en los trenes de intervención cultural del primer bolchevismo.  ¿No fue en uno de esos vagones cinematográficos que fue inventado el “efecto Kulechov”? 

El container, entonces, es una unidad de medida. Contiene una carga simbólica específica. Produce teatro de bolsillo, de gran movilidad para el propio teatro, porque obliga a realizar reducciones formales de envergadura. Por otro lado, “se coloca”; es decir, necesita “nivelar”, para instalarse como  una excepción  enunciativa negociada  en lugares específicos de la ciudad.

Eso los hace estar en mejores condiciones que otros para responder en situación de Emergencia, porque siempre han vivido en un cierto tipo de excepción organizacional. He ahí, también, su fragilidad. Sin embargo, es posible reconocer la existencia de fragilidades consistentes; es decir, cuya fuerza reside en la complejidad del  diagrama que la sostiene. 

Hasta que en un momento determinado la complejidad de la catástrofe les señala ciertos objetivos que resultan de una simpleza radical: montar situaciones que desencadenen condiciones relacionales. Las iniciativas de Una mochila, un niño y Una cuadra, una cocina son ilustrativas al respecto. 


No se trata de venir a declamar en el terreno.  Se trata, por el contrario, de instalar el efecto reparatorio de unos gestos, de unas actitudes,  de unas voces re-moduladas, y por qué no decirlo, de unas contradictorias fórmulas de manejo de una contingencia que pone a prueba la resistencia afectiva de los cuerpos. 

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