La
excavación de Eduardo Basualdo en el PCdV ha tenido un efecto más allá del
arte. Mientras llevamos la excavadora y ésta comenzó a trabajar obtuvimos
una prueba visible de lo que siempre sospechamos. El gran hoyo comenzó a
develar sus componentes en la forma de restos de escombros de la construcción
del propio parque, insuficientemente asentados: pedazos de plumavit, grandes
trozos de plástico, restos de
cables, peñascos de tamaño descomunal, fragmentos de ladrillos, etc.
Nos
encontramos con un vertedero
tapado a la rápida, para recibir la insuficiente capa de humus, sobre la
cual la empresa de paisajismo sembró el pasto que tenemos. Al no disponer de
esa capa de sustancias nutritivas, el pasto nunca pudo crecer como correspondía, y eso que era pasto de alto
tráfico. Por el contrario, la
falta de humus promovió la formación de una capa de barro cristalizado que
impidió que a lo largo de un año entero el pasto adquiriese un tono, una
fuerza, una manera de plantarse, literalmente, como nos hace falta.
El proyecto
de paisaje en el PCdV fue siempre planteado y plantado formando parte del proyecto de arquitectura, en su carácter de escultura expandida. La
insuficiencia con que las empresas
llevaron a cabo las exigencias
implícitas en el diseño del Parque, nos produce una grave merma en la
representación que deseamos de nosotros mismos y afecta nuestras relaciones con
la comunidad.
La gravedad
estilística de los dos edificios –cárcel de 1917 y nueva construcción del 2010-
solo se entiende a cabalidad, mediada por el vacío que define la
disposición del predio, con el
polvorín como huella de una edad arquitectónica pretérita y no menos decisiva.
Son tres edades edificatorias que se despliegan en esta extensión, para cuya inscripción visual se
requiere de un prado verde consistente.
El prado,
en el PCdV, es un enunciado cultural de primera magnitud, porque induce la
densidad de una política de jardines. Esto resulta capital para nuestra
política barrial.
Pues bien:
no hay prado consistente porque la empresa de paisajismo no hizo el trabajo
como correspondía. A lo que se agrega, entre medio, el reviente de las tuberías. ¡Y no por
exceso de presión!, como es la
excusa técnica, sino porque cuando hemos hecho excavar en las zonas de las
roturas hemos descubiertos que los codos de conexión no corresponden y que
algunas curvas de tubería fueron realizadas con soplete. De este modo, tenemos graves problemas
de drenaje y el conflicto entre
tubería y cañería está planteado en su máxima tensión.
El daño de
imagen es de gran formato, porque no hay mes que no sea visible en el espacio
externo del Parque, alguna reparación. Sobre todo en la zona del
estacionamiento, donde el agua que se pierde en las roturas inunda la capa
sobre la cual han sido dispuestos los adoquines, revelando la existencia de bolsones de aire que fragilizan
la superficie, al punto que el paso de vehículos pequeños aún a baja velocidad
termina por hundirla. Eso da a
entender que la política del parque está en constante reparación conectiva y
eso nos causa un daño de imagen considerable.
Todo parece
indicar que lo único que había que
hacer en octubre del 2011 era salir de la faena lo más pronto posible. Hoy día, es el manejo diario que hacemos
del predio lo que nos habilita para realizar estas observaciones sobre la
indolencia y la ineptitud en la de una entrega.
En
contraposición, levantamos la imagen y el trabajo de nuestro encargado de
jardines, don Daniel, cuya tarea es hacerse ver como un agente de cuidado
intensivo. Su importancia es
situar el gesto que toma cuidado de un cultivo
complejo, viniendo a ser una extensión de la tarea del equipo de
aseo que se encarga de tener disponibles los mejores baños públicos de la
ciudad. Esta es una inversión cultural de marca mayor. Mantener esta condición
es una decisión programática. Y quienes objetan mi política vienen al Parque a
mear en los rincones como un acto de agresión vital que sustituye el debate conceptual. Así ha
ocurrido, como en el caso de aquellos que, en una inauguración, estando a
veinte metros de los baños, se acercaron a un rincón del mirador que queda
junto a la administración y mearon, dibujando con el chorro una especie de graffiti seminal, a
través del cual expresaban su
malestar. Al tiempo que el
encargado de pegotear la pieza de Beltrán
se ufana de haber triplicado la cantidad de pegamento, justamente, para dificultar expresamente su
retiro. Lo que los une es que ante
la imposibilidad de sostener un discurso, en ambos casos, se exceden en la
ostentación de la cañería.
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