jueves, 21 de marzo de 2013

Tubería y Cañería


La excavación de Eduardo Basualdo en el PCdV ha tenido un efecto más allá del arte. Mientras llevamos la excavadora y ésta comenzó a trabajar obtuvimos una prueba visible de lo que siempre sospechamos. El gran hoyo comenzó a develar sus componentes en la forma de restos de escombros de la construcción del propio parque, insuficientemente asentados: pedazos de plumavit, grandes trozos de plástico,  restos de cables, peñascos de tamaño descomunal, fragmentos de ladrillos, etc.  

Nos encontramos con un vertedero  tapado a la rápida, para recibir la insuficiente capa de humus, sobre la cual la empresa de paisajismo sembró el pasto que tenemos. Al no disponer de esa capa de sustancias nutritivas, el pasto nunca  pudo crecer como correspondía, y eso que era pasto de alto tráfico.  Por el contrario, la falta de humus promovió la formación de una capa de barro cristalizado que impidió que a lo largo de un año entero el pasto adquiriese un tono, una fuerza, una manera de plantarse, literalmente,  como nos hace falta.

El proyecto de paisaje en el PCdV fue siempre planteado y plantado formando parte del proyecto de  arquitectura, en su carácter de  escultura expandida. La insuficiencia con que  las empresas llevaron a cabo las exigencias  implícitas en el diseño del Parque, nos produce una grave merma en la representación que deseamos de nosotros mismos y afecta nuestras relaciones con la comunidad. 

La gravedad estilística de los dos edificios –cárcel de 1917 y nueva construcción del 2010- solo se entiende a cabalidad, mediada por el vacío que define la disposición  del predio, con el polvorín como huella de una edad arquitectónica pretérita y no menos decisiva. Son tres edades edificatorias que se despliegan en esta extensión,  para cuya inscripción visual se requiere de un prado verde consistente.

El prado, en el PCdV, es un enunciado cultural de primera magnitud, porque induce la densidad de una política de jardines. Esto resulta capital para nuestra política barrial.

Pues bien: no hay prado consistente porque la empresa de paisajismo no hizo el trabajo como correspondía. A lo que se agrega, entre medio, el  reviente de las tuberías. ¡Y no por exceso de presión!,  como es la excusa técnica, sino porque cuando hemos hecho excavar en las zonas de las roturas hemos descubiertos que los codos de conexión no corresponden y que algunas curvas de tubería fueron realizadas con soplete.  De este modo, tenemos graves problemas de drenaje  y el conflicto entre tubería y cañería está planteado en su máxima tensión.

El daño de imagen es de gran formato, porque no hay mes que no sea visible en el espacio externo del Parque, alguna reparación. Sobre todo en la zona del estacionamiento, donde el agua que se pierde en las roturas inunda la capa sobre la cual han sido dispuestos los adoquines,  revelando la existencia de bolsones de aire que fragilizan la superficie, al punto que el paso de vehículos pequeños aún a baja velocidad termina por hundirla.  Eso da a entender que la política del parque está en constante reparación conectiva y eso nos causa un daño de imagen considerable.

Todo parece indicar  que lo único que había que hacer en octubre del 2011 era salir de la faena  lo más pronto posible.  Hoy día, es el manejo diario que hacemos del predio lo que nos habilita para realizar estas observaciones sobre la indolencia y la ineptitud en la de una entrega. 

En contraposición, levantamos la imagen y el trabajo de nuestro encargado de jardines, don Daniel, cuya tarea es hacerse ver como un agente de cuidado intensivo. Su importancia  es situar  el gesto  que toma cuidado de un cultivo complejo,  viniendo a ser  una extensión de la tarea del equipo de aseo que se encarga de tener disponibles los mejores baños públicos de la ciudad. Esta es una inversión cultural de marca mayor. Mantener esta condición es una decisión programática. Y quienes objetan mi política vienen al Parque a mear en los rincones como un acto de agresión vital que  sustituye el debate conceptual. Así ha ocurrido, como en el caso de aquellos que, en una inauguración, estando a veinte metros de los baños, se acercaron a un rincón del mirador que queda junto a la administración y mearon, dibujando con el chorro  una especie de graffiti seminal, a través del cual  expresaban su malestar.  Al tiempo que el encargado de pegotear la pieza de Beltrán  se ufana de haber triplicado la cantidad de pegamento, justamente,  para dificultar expresamente su retiro.  Lo que los une es que ante la imposibilidad de sostener un discurso, en ambos casos, se exceden en la ostentación de la cañería. 

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