lunes, 10 de marzo de 2014

ANIMACIÓN SOCIAL GRÁFICA


El jueves 6 de marzo El Mercurio de Santiago publicó una crónica sobre el rol de la pintura mural en la recuperación de espacios públicos. Pero una lectura atenta del artículo permite pensar que su objeto no es la pintura mural sino la publicidad encubierta de un programa de responsabilidad social de Entel y de TPS. Incluso, los animadores sociales celebran que hayan sido los propias empresas quienes se acercaron a colaborar en planes de recuperación de espacios públicos vulnerables. 

Los vecinos están felices.  Han logrado gracias a la pintura mural y a la colaboración de las empresas combatir un estigma, aunque el artículo no aborda cómo tiene lugar el combate contra drogadicción desde la pintura. Visiblemente, la pintura mural ha pasado a ocupar un lugar  significativo en las iniciativas de “sanación” barrial. Y de paso, contribuye a la inserción de un grupo de artistas sin recursos. Doble ganancia, los pobladores y los artistas sin nombre están contentos. Las empresas se ponen con el financiamiento de la actividad. Si lo comparamos con las cifras que “efectivamente” invierten en producción de imagen, esto es una migaja. Pero todo bien. 

En textos anteriores he denominado este tipo de intervención como animación social gráfica. Los artistas juegan a la participación ciudadana presentando bocetos que deben ser aprobados por los vecinos. Pero los que ganan realmente son los generadores del proyecto. Han proliferado  últimamente las pequeñas agencias de intervención vecinal  tercerizadas que buscan ser financiadas por instituciones mayores, ofreciendo ser un menú de ofertas de amortiguación. Entre estas debemos considerar las iniciativas de animación social gráfica. 

La foto en El Mercurio es elocuente. Hace años, en Pudahuel hubo un programa similar, pero obedeció a una iniciativa cultural municipal. En Playa Ancha, son los vecinos y las empresas que se ponen delante de la municipalidad, la que sin embargo otorga permisos para la realización de murales en el Cerro Alegre y en la Avenida Pedro Montt. Pero estos últimos murales no son de animación social gráfica, sino de compensación patrimonializante. 

Los murales a los que me refiero están en edificios contemporáneos. Aquí,  el argumento del vecino del pasaje Dimalow viene a exhibir toda su eficacia. Según la percepción de muchos vecinos,  “los murales le otorgan patrimonio” a los edificios. De modo que se entiende que los edificios modernos no pertenecen al barrio y deben ser blanqueados, por así decir, mediante una operación simbólica a través de la pintura. 

!Uf! Este argumento supera toda las tentativas conceptuales de los artistas visuales locales. 

Resumen: en Playa Ancha la pintura mural recupera espacios públicos vulnerables, mientras que en el Cerro Alegre agrega valor patrimonial a edificaciones privadas no vulnerables.  

Sin embargo, el caso de no pocos comerciantes apunta a una tercera situación, que consiste en aceptar/promover murales para evitar que sus fachadas sean vandalizadas por los graffiteros. Esto convierte a los muralistas  en agentes de control policial de los informales, que se ofrecerían para reprimir a los “terroristas gráficos”. 

La táctica de estos últimos muralistas ha sido la más eficaz, porque ha demostrado el poder que tiene la amenaza de vandalización como recurso de validación estética por lo bajo. Lo cual instala en las relaciones culturales un precedente inigualable sobre el alcance que tiene en Valparaíso  la producción de ignorancia.  

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