lunes, 31 de marzo de 2014

LA MAQUINA DE COSER

En Contar historias, en el último párrafo, escribí que respecto del tema abordado no podía dejar de pensar en que aprendí a leer y a escribir sobre la cubierta de la máquina de coser, Husqvarna, de mi madre.

La cubierta tenía una tapa que se podía remover, por la que se accedía a un “espacio canguro”, donde la máquina era introducida a una especie de nicho marsupial fabricado en madera terciada curva, sostenido por severas  patas metálicas entre las que se encajaba la plataforma de pedaleo.  Luego se ponía la cubierta y quedaba convertida en una mesa. Cuando uno se sentaba a hacer la tareas, los pies quedaban sobre la placa de pedaleo, de modo que mientras avanzaba la lectura, la rueda sin la cinta de cuero del mecanismo motriz giraba en banda, produciendo un sonido de inquietante regularidad. 

La máquina de coser así concebida era nuestro molino doméstico de conocimiento, adecuado a la movilidad social de un familia de clase media modesta, siempre asediada por el fantasma de la carestía. 

Todas mis hermanas y mi hermano aprendieron a leer y a escribir en esa mesa-canguro. El hecho de que tuviese un vientre donde se podía guardar el dispositivo de costura hacía que éste adquiriera funciones de expansión materna altamente significativas.  Los primeros ejercicios de escritura nos ponían en contacto directo con la práctica de la costura simbólica de los relatos. El primero de ellos provenía de mi propia madre, dando forma a un tipo de “novela de origen” cuya mitología ya está prefigurada en el primer párrafo de esta entrega.  

La máquina fue adquirida gracias a una iniciativa del sindicato, mientras mi padre trabajaba en una fábrica textil, de la que fuera despedido por liderar una huelga contra la compañía Grace, que era dueña de la fábrica. Uno de mis primeros recuerdos de infancia fue ver cómo bajaban la máquina de un camión, perfectamente embalada. Una vez sacada del cajón, este sirvió de escondrijo, de lugar secreto, de refugio para la formación de una sólido sentimiento de soledad y autonomía que no hizo más que acrecentarse con los años.  En su interior habilité una tabla para que me sirviera de mesa y puse un cojín para sentarme en cuclillas. Sobre la mesa improvisada dispuse una palmatoria con una vela, para leer los primeros libros. Los ejercicios escolares eran realizados sobre la máquina de coser, mientras  que las lecturas se regían por un ceremonial secreto, que me instaba a formular la disidencia dentro de la casa, habilitada por los rudimentos de la lengua francesa que ya comenzaba a operar como ficticia y sustituta lengua madre. 

Todo esto fue montado en el espacio domestico de un departamento en los colectivos de Pelantaro con Carrera en Concepción, a comienzos de los años cincuenta. Esa adquisición familiar precedió en una década a las que se organizaron durante los primeros años del gobierno de Frei Montalva en el sector poblacional. Aquí hubo un corrimiento orgánico significativo en que el movimiento social se reconoce por su pertenencia al territorio y no por la determinación fabril. En parte, porque proviene en su mayoría de sectores rurales que se instalan como “callampas” en la periferia de las ciudades. 

En ese momento, la posesión de una máquina de coser en sectores campesinos era coincidente con el desarrollo de dos procesos colectivos significativos a comienzos de los años sesenta: la reforma agraria y la campaña de alfabetización. La confección a domicilio convertía la casa en una pequeña unidad productiva, directamente ligada a la medición de los cuerpos y a la puesta en escena de un vestuario serializado destinado a cubrir la escolaridad y el trabajo. Es decir, la máquina fortalece la casa.

Así como por el exterior se resuelven las conexiones a las redes de agua, electricidad y alcantarillado, como expresión de las costuras urbanas básicas de la trama de la ciudad, en el interior se marca la dinámica  de las familias y se construye una correspondencia cósmica con la regularidad del trabajo, dominada por la adscripción laboral del padre o del jefe de familia. 

La máquina de coser asegura la costura de la nueva trama urbana y ancla el ejercicio imaginario de la textualidad por venir. La atención que he portado en mi trabajo analítico a las obras de arte chilenas que trabajan sobre referentes que involucran las practicas de corte y confección  ha estado precedida por el rol de la maquinalidad de la costura en la construcción de la novela familiar. 

La costura y el deslizamiento léxico hacia el efecto de superficie de la sutura están estrictamente motivados por la cercanía técnica de la máquina de coser y de una prensa de grabado. En esta comparación, esta última vendría a ser una máquina de coser extremadamente lenta y regresiva, que enfatizaría su capacidad simbólica al reproducir el efecto de objetos en seco sobre papel gofrado, “fabricando”  sobre la superficie unos signos protuberantes que simulaban el efecto táctil de una costura. 

Por antagonismo, esa protuberancia reconocía  el origen de su matriz ahuecada en las marcas que sobre el cuerpo de mi madre había  dejado un neumotórax traumático a los doce o catorce años y que supuso la introducción de un tubo en la cavidad pleural  por el espacio intercostal. La marca de esa intervención estuvo ligada a la percepción que tuvimos del cuerpo de nuestra madre,  disimulada por ésta de nuestra mirada furtiva mediante sutiles adjunciones de fragmentos de tela en vestidos y trajes de baño. Ese hueco era el signo de nuestra propia falla; ahí se alojaba la prueba de nuestra fragilidad social, la dimensión del vacío que nos restaba de una completud a la que solo podríamos acceder a través de una ficción montada en este doble procedimiento de intervención intercostal, de pragmática y risible referencia bíblica. La obra que forjamos proviene de esta costilla faltante. La escritura cubre el hueco. Mi madre ha muerto. 

1 comentario:

  1. Saludos. Necesito de modo urgente su correo electrónico para extenderle una invitación a un microcoloquio sobre la obra de Roland Barthes y su recepción que estamos gestionando con unos colegas.
    Esperando su pronta respuesta.

    Atte.
    Gonzalo Geraldo Peláez
    Licenciado en Literatura
    Magíster (c) en Literatura
    Universidad de Chile

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