jueves, 13 de marzo de 2014

PINTURAS PAJARITO

Si el graffiti es sinónimo contraído del hip-hop, la pintura mural viene a ser el antónimo expandido de un  fracaso inscriptivo.  La revolución perdida se compensa vagamente facilitando que los “artistas callejeros” vayan a una  especie de pizarra  cívica a reproducir el estado de su propia exclusión del sistema de arte. Por eso vienen a esta ciudad a exponer su reclamo, a través de un pictografismo que sanciona el alcance de su propia  negación. No solo se transcribe su desesperación como “artista vulnerable”, sino que relata la dimensión de una ignorancia regulada  que se manifiesta en abuso de confianza contra  vecinos que padecen el síndrome de Estocolmo.  (Esto último es un aporte inestimable de Chantal de Rementería).  

Pues bien: la fachada acometida ha venido a recoger  la ostentosa expresión de un cierto tipo de indigencia orgánica.  A falta de plasmarse en movimiento social, la pintura mural en Valparaíso se programa para sintomatizar  la  compensación de su fracaso, a través de la silueta y contra/forma de su ilustratividad dependiente.

Caminando por Cumming, me encuentro con este stencil cuya foto reproduzco. De partida, es desde ya un (des)propósito pintar por los suelos una consigna destinada al muro. A menos que hora  denominemos a la vereda “la sexta fachada”. Sobre todo, después que dirigentes vecinales decidieran atentar contra “la quinta fachada” de la Población Obrera (restaurada).  Esa pintura pseudo-mattiana es de “lo peorcito” que se ha visto. Y todavía lo celebran como un punto cumbre de participación ciudadana. 

La consigna es sorprendente: “Por la recuperación de los espacios / Pintemos los muros”. 

Lo primero que hay que entender, al parecer, es que  ahora los pintores callejeros son como nuevos chamanes. Cuando pintan, apropian. Lo que los hace portadores del síndrome Altamira. Cuando pintan, cazan simbólicamente al bisonte. Vamos: cuando pintan (estos de ahora), adquieren título de dominio imaginario.

Lo segundo que hay que retener es el alcance de  la queja: “Ya no tenemos espacios”. Los han perdido. ¿Cómo los han perdido? ¿Y de qué espacios se trataría? Unos conocidos que tengo, expertos en luchas urbanas, me explican que la consigna es metafórica. Los jóvenes carecen de lugar. De modo que la pintura es una respuesta, también simbólica, mediante la cual  plasman su malestar,  produciendo  la merma  de la propiedad de otro para recuperar un espacio como  propio. 

Lo vuelvo a repetir: los pintores callejeros castigan al que tiene muro, porque  a lo menos  tiene vivienda. La pintura mural sería un aviso angustioso de la falta de casa. Mis conocidos expertos en luchas urbanas se afanan en explicarme que la falta de vivienda es también una metáfora.  La pintura mural de la que estamos hablando sería entonces una suerte de consigna de quienes carecen-de-hogar.  Lo cierto es que se trata de una categoría de jóvenes que tiene, al menos, la iniciativa de convertir una carencia  regulada en  “pequeño subsidio” de sobrevivencia. 

Por eso, la consigna está reproducida en stencil, para señalar el destino de un mandato. Ha sido impresa con letra calada en tipografía de embalaje, connotadamente industrial. Es decir, todo lo contrario a la artesanía manual de la pintura municipalizada o el graffiti. 

En la factura del stencil se esconde -sin duda- el deseo de serialización colectiva. Es como si dijera, “pintarás lo que yo te diga”, puesto que “hemos perdido los espacios”. Y quien lo dice encarna profesionalmente  la voluntad de los indicadores  de espacio faltante, en una curiosa operación que señala al pie de la letra la dimensión de su falta.   

De este modo, la consigna pondría en escena el alcance pictográfico de su propia impotencia. 

Me olvidaba del pajarito. El que hizo este stencil tiene que ser argentino. O regresó de la Argentina. Tengo dos razones para pensarlo. Primero, porque ya hay un libro de stenciles argentinos, que se titula !Hasta la victoria, stencil!  Ciertamente, un libro genial, editado hace algunos años en Buenos Aires.  

Segundo, porque hay una vieja marca argentina: Pinturas Pajarito. !Que ternura! !Es un recuerdo de infancia!  De modo que he descubierto la clave de todo: lo perdido ha sido la infancia; no la vivienda.  Es que, me dirán, la infancia es la vivienda del Ser. Acabada la infancia, ¿que somos? 

Para terminar, hay que saber que los tarros de Pinturas Pajarito tenían una frase en su base: Tradición en Pintura. El tarro de pintura era por si mismo un programa afectivo. 


A no olvidar: en Chile, Pinturas Soquina ha fabricado un Latex Pajarito. El Stencil, ¿no será una publicidad encubierta de Pinturas Soquina? Eso querría decir que los espacios que habrían perdido serían los del mercado de pintura y que por eso la muralización generalizada los salvaría de una quiebra. ¿Será posible?




3 comentarios:

  1. Porqué eres tan pesado Justo, deja que los niños se expresen en los muros que les pertenecen gracias a lo niños que son. El Grafitti es un símbolo de estatus callejero que llega a los que no llegan a las galerías... lo que habría que hacer sería sacar a los artistas de las empolvadas salas de arte y ponerlos en la calle donde ya estan.

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  2. jajaj ¡notable! En verdad, se aprende harto de sus textos, pero este me recuerda la comparación entre los investigadores y los espías que hace Sloterdijk en su "Crítica de la razón cínica" . ¿No estará Usted, Sr. Mellado, trabajando acaso para alguna competencia de Soquina? Otro tema: ¿qué opina de los vera icon en los muros hechos con orines? ¿Tiene eso que ver con patrimonio porteño o no?

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  3. en la pintura callejera no se emplea Pinturas como el látex o el óleo....esas son técnicas del muralismo de los 60´s...me sorprende como Melladou retuerce una consigna con lógicas para consistentes y falacias sistémicas...tiene vocación de papirofléxico

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