jueves, 16 de octubre de 2014

YO NO BUSCO, ENCUENTRO (7)

El martes 14 del presente nos dirigimos, Carlos Carroza (Director de la Biblioteca Severín) y yo, a la casa de don Sergio Vuskovic, en el Paseo Atkinson. El objeto era realizar una nueva sesión de trabajo en vistas  a un libro de  conversaciones que estamos haciendo y que probablemente llevará el título Sergio Vuskovic: filósofo de utilidad pública.  Debo confesar que no estábamos a la altura. No llegamos suficientemente preparados. Queríamos discutir sobre filosofía latinoamericana y permanecimos en el debate cristiano-marxista. No sé cómo una cosa nos llevó, por omisión, por defección, si se quiere, a (la) otra cosa. Quizás no era la preeminencia aparente del tema, sino las condiciones de su contingencia textual. Porque de inmediato don Sergio nos pasó una separata de una revista editada por la Universidad Católica de Lovaina, dirigida por el Pr. François Houtard, en que hay un texto del profesor sobre Marx y la religión. Pero lo que nos clavaba el espíritu de entrevistadores era que ese texto, publicado en los ochenta, retomaba los términos de un texto que don Sergio Vuskovic escribiera en los setenta, y que fuera publicado en la revista teórica del Partido Comunista Italiano. A propósito de este hecho, don Sergio menciona un encuentro con Berlinguer. De inmediato nos preguntamos: ¿por qué Berlinguer se interesa por un texto de un intelectual chileno que piensa sobre las bases teológico-politicas de la democracia-cristiana? Porque estamos en plena discusión sobre la viabilidad del “compromiso histñorico”. Entonces, nos adelantamos en pensar que de eso no se hablaba en el Chile de los setenta. Solo nos resonaba lo que Don Sergio nos había dicho, en una entrevista anterior, de que en Valparaíso se realizó la Unidad Popular tal como Allende la quería. Ahí entendimos por qué nos habíamos deslizado tan fácilmente desde la filosofía latinoamericana hacia el diálogo cristiano-marxista en la coyuntura de los setenta. Porque, más que un diálogo, era un debate de múltiples capaz. Por un lado, estaba el librio escrito junto con Osvaldo Fernández sobre la democracia-cristiana. Leído desde hoy, más de una roncha debiera sacar. Porque de hecho, uno de los puntos de mayor conflictividad analítica era aquel que se refería a una especie de impostura estructural del pensamiento político social-cristiano, que terminaba por darse a ver como  una política de consolación de las grandes masas. Mientras tanto, ya había gente como monseñor  Hourton, que introducía una línea de pensamiento en torno al existencialismo cristiano que no fue retomado para nada por los jesuitas que armaron Cristianos para el socialismo. Había una decada de diferencia entre ambas preocupaciones. Y los únicos intelectuales comunistas que analizaban este fenómeno que hacía estallar al mundo católico chileno, eran Sergio Vuskovic y Osvaldo Fernández. Dicho sea de paso: esta preocupación apuntaba a desmontar la determinación tomista de la política católica, desde una exigencia gramsciana anticipada, que pensaba desde ya,  los efectos de la disolución de la consolación y de su reemplazo por una política de liberación afectiva.

Nótese. El párrafo anterior ha sido largo, sin respiro. Lo que queremos es reconstruir la trama de la lectura que Berlinguer hace del texto de don Sergio, en provecho de la lectura de la coyuntura italiana, en el momento que antecede a los años de plomo. Los comunistas chilenos no estaban en esa lógica; no participaban de este debate, sumidos en el detalle corto de una contingencia  compleja y literal.  De modo que La Dirección, digámoslo así, lo postergaba a la región, pero lo exhibía en la escena avanzada del movimiento comunista internacional. Y de qué manera: en los setenta don Sergio fue alcalde de Valparaíso. No es todos los días que vemos a un filósofo ensuciándose los zapatos en el barro de la historia. 

Así estábamos, con Carlos Carroza,  siendo apurados por el propio don Sergio, que quería reunirse con nosotros porque al día siguiente viajaba por más de un mes a Italia. Cuando gente de la generación de don Sergio viaja, uno nunca puede dejar de pensar que se trata de un viaje de relaciones políticas. A la antigua. Es decir, cuando había tiempo de leer. En cambio, hoy no se viaja. Los intelectuales no viajan. Se desplazan de coloquio en coloquio, que es su manera de hacer lobby, en los pasillos de los congresos y en los foyer de los hoteles. Diríamos que viaja a rememorar proyectivamente su encuentro con Berlinguer. Y en ese viaje, nos devuelve los residuos atomísticos de nuestra pequeña convertibilidad marxista.


Salimos de esta entrevista convencidos de haber atravesado en una barca ligera por la ciénaga de una historia que nos excluía. Hay que saber vivir con esa exclusión, porque se trata de una historia que nos sobrepesa. 

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