Al momento de presentar las reflexiones sobre el trazo gráfico
compensatorio, termino de cerrar la producción editorial de un libro sobre la restauración de
los murales mexicanos en Chillán y Concepción. Al mismo tiempo, una leal y no
menos exigente lectora de este blog me plantea la urgente necesidad de
abordar el tema de la pintura
mural en Valparaíso. Le pregunto por qué los vecinos del paseo Atkinson no han
acudido a la justicia a presentar un recurso de protección. Ya saben a qué me
refiero. Sin embargo, en Lautaro Rozas, fueron los propios vecinos quienes
autorizaron un mural en las paredes de acceso a Balmaceda.
Hace unos meses, un operador administrativo -ejemplar por su
ineptitud- me argumentaba que era
mejor tolerar los murales para “mantener a raya” a los grafiteros. ¿Saben por qué? Un grafitero no marca
lo que ya han cubierto los muralistas.
Hay comerciantes que pagan
a muralistas para que les pinten las cortinas metálicas, ya que así combaten a
los grafiteros. Pero la cosa no
queda aquí. La docta
ignorancia de este operador lo
conducía a pensar que el muralismo porteño era un signo preclaro del aporte de
la ciudad al arte chileno contemporáneo. Ocupa hoy día un cargo de mediana solidez regional y no ha leído una sola
página de Galáz/Ivelic.
Intentaré demostrar, a través de este blog, que la pintura mural
porteña no sólo no significa ningún aporte al arte chileno contemporáneo, sino
que su mórbida profusión es el mejor ejemplo de una regresión formal que
acarrea graves consecuencias para la credibilidad institucional de la ciudad.
En el seminario que dicté en el invierno del año pasado en el PCdV,
realicé una severa crítica al muralismo local, partiendo por el caso del Museo
a Cielo Abierto. Una asistente se molestó por la crítica. Me dijo que yo “le ponía mucho“, ya que
sólo se trataba en un
comienzo de un “ejercicio de
escuela“. Entre un comienzo
y un destino, se juntaron veinte
murales. Lo que está hecho, hecho
está. Hasta hay sociólogos desprevenidos que escriben sobre el aporte de este
muralismo al desarrollo de la
identidad barrial.
Lo que quise instalar en
mi crítica es que Museo a Cielo Abierto pone en entredicho un modelo de enseñanza universitaria que
logra instalar socialmente el efecto de un concepto decadente de arte
público. Ejercicio fracasado,
entonces, y convertido en una empresa de delimitación identitaria, sancionada por una autoridad desinformada. Lo que hay que abordar, por
simple impulso historiográfico, es el estudio de los fundamentos iniciales del
proyecto. Ya con sus resultados
tenemos para reconstruir un acto institucional fallido.
Mis argumentos del seminario apuntaban a cuestionar la incorrecta
decisión formal de trasladar fragmentos de pinturas de artistas, aún con su
autorización, a un espacio no pensado para dichas pinturas, transgrediendo
problemas de escala y de
composición, por decir lo menos, al ajustar a la fuerza unas imágenes a unos
muros cuya plasticidad arquitectónica estaba suficientemente justificada por
su inicial configuración edificatoria. Los primeros afectados
han sido los propios artistas.
Lo que no se puede sostener
es que quienes promovieron
y promueven esta experiencia están relativamente “informados” en arte y la realizaron
afirmados sobre la desinformación
pública y la ausencia de referencias acerca de un muralismo integrado a
la arquitectura. Perfectamente,
les cabría ser encauzados por no asistencia cultural a poblaciones vulnerables.
Previa declaración de una vulnerabilidad convenida para poder justificar
semejante decisión, como digo, amparados en un discurso precario de la
intervención urbana. Recordemos que esta es una iniciativa de inicios de los
años noventa, cuando la palabra patrimonio no había ingresado al léxico de las
agendas de desarrollo.
Ahora bien: hay una cosa que resulta sorprendente. Esta iniciativa se
organiza más o menos en la misma época en que tiene lugar el saboteo y hundimiento de la Bienal
de Valparaíso. Esta última, con
todo y con menos, tenía la virtud de redefinir la noción de arte público, ya
que toda bienal es por si misma una operación de arte público
institucionalmente sancionada. El museo en cuestión ya tenía como fundamento la
cándida consideración de convertir, por extensión directa, a Valparaíso, en una
escenografía rápidamente turistizable, a cielo abierto.
¿Pero esta noción de
“cielo abierto” no está pensada para oponerse al “museo cerrado”? Léase, Baburizza. ¡Todo esto es muy
literal! ¿Acaso se daba por supuesto que el “cielo abierto” era
inversamente proporcional al
“museo cerrado”? ¿Vamos a comparar
sus “colecciones”? Mientras se
restauraba interminablemente este último, ¿se promovía un sustituto al aire libre? ¿Será
posible semejante candidez
estructural? Al menos se puede argumentar que en Valparaíso el plein-air fue conducido a dimensiones
monumentales.
Bien. Sea como sea, hoy día, tenemos museo. Digo, museo bajo techo. ¿No debiéramos fortalecer la visibilidad de su colección?
Esto debe ser objeto de otro debate. Lo que hay que estudiar es lo que vino
después de la oficialización del Museo a Cielo Abierto y sus efectos en la
producción de un tipo de confusión,
que ha contribuido a la
aceleración de un deterioro referencial,
afectando la condición del
ya precarizado e ilustrativo arte
de la decoración pública, que confirma la ya disminuida credibilidad pública de quienes lo autorizan.
Zum kotzen!!este pre-texto. Arnoldo deja de enviarme este tipo de spam piñerista o bacheletista
ResponderEliminarCon todo respeto, me parece aberrante el texto,seguramente este señor es elitista y le gusta andar de pinta en blanco, con su buena camisa, pantalón de marca y zapatos de charol, criticando lo que es el arte según los cánones pre establecidos por belleza regidos por un par de personas.
ResponderEliminarEl muralísmo si es arte y si es parte del museo a cielo abierto, hay que entender que claramente no esta regido por las normas de un museo común y corriente en donde podemos encontrar obras de un solo artista y siguiendo una misma linea y claramente esta ahí en el museo por que vende mucho... al fin y al cabo lo que cuenta es vender no? para eso están los museos, para magnificar una obra mas de lo que debería ser y pierde el sentido y el romanticismo de lo natural y simpleza de admiración pasando a ser un objeto de deseo y consumo de un publico en particular.
A diferencia del museo a cielo abierto, los murales son solo una pieza se arte en el cual existen técnicas quizás un poco mas complejas que la de una obra de museo cerrado, es publica no como las de un museo cerrado, es gratis no como las de un museo cerrado no siendo un objeto de deseo personal, si no que cumple con todas las características de una obra, admirable en todos sus sentido, consecuentes y conceptuales, cercana y humilde.
Siempre se encuentran cultivadoores de un cierto "feísmo" en el arte, a cielo abierto y bajo techo.
ResponderEliminarNo cabe duda del limitado valor artístico de muchos de los murales en Valparaíso. Justo tiene razón en eso.
Los problemas de escala son reales. Dudo que el mural de Julio Escamez se vería muy bien en un cerro. En cambio, se veía bastante bien, pasablemente bien, en la Estación de ferrocarriles de Concepción.
No me gusta el mural de Toral en la Estación del Metro Universidad de Chile. Y puede que no sea solo un asunto de escala.
Los grafiteros abundan en todo el mundo y son mas bien una expresión social de las sociedades contemporáneas excluyentes en tantos sentidos. Los stencils también( ver por ejemplo ¨Hasta la Victoria Stencil...?¨)
No dudo de la ignorancia de las ¨cuadrumanos de la tinta y el papel¨sentados en las administraciones. Es evidente que ya no es Balmes o Nuñez los que promueven los murales. Pero como regular los murales y más aún los grafiteros, sin un movimiento ciudadano, amplio, informado y culto?
Reducir todo a cielo abierto, gratis, popular, y apropiación privada de la obra es bastante simplón. Antes que nada el arte es bueno o es malo.
Me parece un planteo muy interesante porque me da la razon en cuanto a creer el Arte de por si es elitario en el mejor sentido de la palabra, este pensamiento en el mundo actual donde todos somos artistas ha creado gran confusion, el si un es o no es artista lo dira finalmente su obra y el como sea realizada, destras de cada artista hay años de trabajo en solitario y porque no decirlo no falto de dolor, el querer aparecer en paginas sociales, la lucha por vender a buenos precios, el creer todo es arte no ayuda a quienes pretender ser artistas, quiza seria bueno recomendar a los jovenes creadores leer algunas biografias de artistas del pasado, los que vivomos en Valparaiso vemos con horror como la ciudad se va convirtiendo en un mamarracho sin identidad por la incultura de sus autoridades, los "choros del puerto" son una parte de la cultura de Valparaiso , pero no son la totalidad.
ResponderEliminarA mi parecer, debemos acotar las perspectivas desde dónde juzgamos una obra artística y si conserva aún esos valores que la contienen, o se han transformado, por historia, por influencias o por la misma sociedad... etc. Desde esta perspectiva, el discurso me parece retrogrado y fuera de todo contexto social, donde el arte puede acercarse a las comunidades, responde a estímulos y genera algún tipo de resistencia al "mercadeo",deja de ser "contenido" por la institución y se desarrolla, en el trabajo comunitario, ya sea cómo ejecutor o cómo observador, si ademas de todo, regulamos eso que muchos quieren comunicar "el mensaje", seguiremos velando por un arte elitista, fragmentario y poco cercano al individuo y al motivo artístico contemporáneo.
ResponderEliminargracias Chantal por enviarme esto, solo te pido que cuando se trate de talibaneadas como esta, no me incluyas. Cariños deseandote lo mejor. Vicente Sota
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