La obra de
Eduardo Basualdo, Salvador, ha sufrido los efectos de un acto de
vandalismo de parte de una persona
del público que asistió el pasado fin de semana al Parque. Alguien, de pie sobre uno de los túmulos de
tierra agarró literalmente a peñascazos parte de la pieza dispuesta en el fondo de la excavación. El cráneo
del esqueleto semi-enterrado exhibe hoy día escamas en su superficie.
Debemos restaurar la pieza.
En una
entrega anterior, me referí a agresiones precedentes en el mismo Parque, de
parte de visitantes que asistían a una inauguración. Lo que ellos habían hecho
en esa ocasión fue orinar en un rincón del muro perimetral, a metros de los
baños. ¿Cómo comparar la micción y la lapidación? La primera corresponde a un
acto de territorialización básica. Pero indica un rechazo a un modelo de
administración que fomenta el cumplimiento de protocolos de uso de los
espacios. Hay agentes porteños que, definitivamente, consideran que el
cumplimiento de estos protocolos coarta su libre expresión. La micción vendría
a ser un modelo expresivo antiautoritario, entonces.
Siguiendo
esa misma consideración, la noche del viernes pasado una treintena de jóvenes
intentaron ingresar al Parque, a la fuerza. Al no poder lograr este propósito,
rayaron la fachada del edificio de administración. Es decir, la micción a la que hice referencia para el caso anterior se transformó,
ahora, en un trazo gráfico
destinado igualmente a marcar territorio.
Existiría una misma línea de relaciones entre micción y rayado; solo que
la primera sería líquida, mientras la segunda, densa. La orina corre; el trazo permanece. Sin embargo, responden a
una pulsión análoga: traspasar al espacio público un malestar individual.
El malestar
de los muchachos que intentaron ingresar al Parque el viernes por la noche es
inversamente proporcional al
cumplimiento de unas exigencias mínimas relativas al respeto de la
arquitectura, ya que ésta define en gran
parte el encuadre programático del propio PCdV. La transgresión implica, por lo tanto,
concretar una crítica que llamaremos accional.
A falta de un debate en forma, el vitalismo arcaico de quien no logra contener
su rabia contra el mundo se convierte
en un argumento. Operadores
políticos locales distantes permanecen al acecho, realizando el ejercicio
táctico que en la jerga popular se
caracteriza como sacar las castañas con
la mano del gato.
Los
muchachos a los que me refiero no están dispuestos a cumplir protocolo alguno
de convivencia social, porque les
parece totalmente legítimo dejar una marca de su incomodidad existencial,
obligando al resto de la sociedad a enterarse de manera punitiva de su carencia-de-ser. En este sentido, la propia ciudad es objeto
del clamor del sujeto desvalido, cuya validación se afirma en la expresión
gráfica de un dolor que no admite consuelo. El sujeto averiado traslada a la ciudad su propia condición, realizando el montaje de una sinonimia
forzada entre su vulnerabilidad personal y el proceso de vulnerabilización de
la ciudad en su conjunto.
La lucha se
concreta en el terreno de la fachada. Es curioso que esta sea una ocupación
gráfica directamente proporcional a la patrimonialización fallida, que promueve
la conversión de la ciudad en una escenografía museal. La marca de pintura es
como el llanto de quien, desposeído de todo, no acepta que otro pueda disponer
de “algo propio”. Pero al mismo
tiempo, expone la imposibilidad de convertir la ciudad en museo. Todo lo cual haría pensar en
reivindicar su gesto como parte en
un combate anti-oligarca,
destinado a perturbar los intentos de la cultura dominante por llevar a cabo la convertibilidad turística de la cultura de la pobreza.
Sin
embargo, la marca de pintura no puede sino ser la expresión regresiva de un
sujeto derrotado que se refugia en la secta. Se trata de sujetos
pictogramáticos que carecen de
garantía institucional y que manifiestan una ostentosa tendencia a formar contra-sociedades, que se reducen cada vez más hasta
componer grupos primarios que reproducen el fenómeno de la banda. Cada día son más los jóvenes que se
identifican con el espíritu de la banda arcaica. Lo cual es un síntoma de la
derrota de un cierto tipo de movimiento cultural, como digo, que ya
no logra ser garantizado por institución alguna. Por eso es tan importante el sector “cultura”, ya que sus agencias producen
una compensación diferida directamente pensada para ser invertida en estos
sectores de vulnerabilidad variable.
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