En su texto
del 2005 Pedro Sepúlveda le da duro a Siqueiros. Tiene razón. Vino en otro
contexto. Tengo un ensayo sobre esta visita problemática que se titula El
efecto Siqueiros. Lo subiré a mi página www.justopastormellado.cl como una contribución al debate
sobre el muralismo porteño.
En este
instante estoy por terminar la puesta en edición de un libro sobre la
restauración de los murales mexicanos en Chillán y Concepción. En mi entrega
anterior entregué informaciones sobre los murales de artistas chilenos en ambas
ciudades. Pero nadie ha escrito mucho sobre los muralistas mexicanos. Aparte de
mis amigos Fidel Torres, Rodrigo Vera y Luis Arias. De hecho, este último ha
podido encontrar en el archivo de la Sala de Arte Público Siqueiros en México
D.F., un conjunto de fotografías en blanco y negro, que yo jamás había visto, que
reproduce el traspaso de los
bocetos de Siqueiros sobre el muro curvo de masonite que hizo instalar en la
biblioteca de la escuela, para modificar la perspectiva.
El
terremoto del 27 de febrero provocó el colapso del plafond en la caja de escala
del edificio de la Escuela México de Chillán. A fines del 2009 se había
entregado la última restauración realizada al mural de Siqueiros. Pero el de Xavier Guerrero se fue al suelo en la
escalera. Entonces se formó una
misión chileno-mexicana que se puso a la tarea de realizar esta nueva restauración.
Todo empezó
cuando un genial ingeniero mexicano de la UNAM –Roberto Sánchez- se presentó en
la sede del Consejo de Monumentos Nacionales, porque hacía sido enviado por su
universidad a colaborar en las tareas de reconstrucción. Entonces se organizó
la primera visita para hacer el primer informe de daños. Luego vino el
diagnóstico, la propuesta de restauración, y finalmente, la ejecución de las
obras. Todo eso ha dado pie a un
libro que hace algo más que documentar el proceso.
Hasta el 27
de febrero, confieso que jamás le di mucha importancia al mural de Xavier
Guerrero. El colapso me obligó a poner atención en su obra, porque ésta había
sufrido una especie de ostracismo, porque lo que uno iba a ver a Chillán era,
siempre, el mural de Siqueiros. El de Guerrero, más lírico, siempre pasaba a
segundo plano, hasta ahora, en que su restauración ha puesto en circulación una
formal re-atención en su obra de muralista autónomo.
Valdría la
pena organizar viajes de estudio a Chillán, nada más que para ir a ver lo que
el crítico norteamericano Lincoln Kirstein declaro en 1942 como la “capilla
Sixtina del arte latinoamericano”.
Hay que ir de un día para otro, siguiendo el ejemplo de la barra del
Wanderers. Hay que pagar una cuota, contratar un buen bus, dormir bien, visitar durante toda una mañana
los murales y regresar. Es imperativo. De hecho, solicitaré a Pedro Sepúlveda
su colaboración para la organización de este viaje de trabajo a conocer los
murales de la Escuela México de Chillán.
En la
redacción del ensayo que tuve que escribir para el libro que he mencionado, me
encontré con un artículo escrito por la propia María Izquierdo, la gran artista
mexicana, para una revista mexicana, en junio de 1942. Para la época, si el
mural fue inaugurado a comienzos del año, que ya en junio hubiera un artículo
sobre el caso es una prueba de lo que este acontecimiento significaba para
México. De hecho, en este artículo, María Izquierdo solo menciona el mural de
Guerrero. No dice una palabra de Siqueiros. No se pasaban. Siqueiros y Rivera,
poco después, votan en su contra en un concurso para realizar un mural. La
ningunearon.
Ahora bien:
en el mural de Guerrero hay una
situación iconográfica de extraordinario interés, que no puede ser dejado de
lado. Un artista chileno se hizo famoso en los años ochenta por el
empleo de imágenes de plomadas y reglas de nivel. Bueno. El caso es que en el
mural de la escuela, Guerrero aprovechó una viga del hall de ingreso para
pintar sobre ella una regla de nivel. Bajo esa regla han circulado generaciones
de niños y de niñas chillanejas, desde 1942 hasta ahora.
La regla
fue convertida en el marco que separa el ingreso entre la calle y el aula.
Luego, lo más sorprendente es que a la derecha, sobre el dintel de la puerta de
la oficina del director, Guerrero pintó a una mujer indígena, la que en una
mano sostiene un compás y en la otra, una plomada. No sé si me explico.
Guerrero emplea imágenes que va a buscar al yacimiento iconográfico de la
francmasonería. Ya no es un
misterio para nadie que la iconografía del primer muralismo está plagada de
estos signos y que Diego Rivera formaba parte de la Logia Quetzalcoatl.
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