sábado, 18 de mayo de 2013

Lugares Valiosos


Nos aprestamos a celebrar el día del Patrimonio. Estamos a dos meses del décimo aniversario de la Declaratorio de UNESCO.  !Uf! El año pasado, Vanesa Vásquez, al participar en la exposición OBJETUAL me planteó el desafío de escribir un catálogo sobre esta muestra donde no apareciera una sola vez la palabra patrimonio. Recordé la restricción que se impuso el escritor francés  Georges Perec  cuando escribió  su novela La desaparición. ¡Claro! Se puso  la tarea de escribir una novela en la que omitiría palabras que tuvieran la letra "e". Esto es tan difícil como escribir sobre cultura en Valparaíso, sin tener que pronunciar la palabra patrimonio. 

La banalización de su uso ha logrado que se piense que “todo es patrimonio” . De ahí, hay que recordar las luchas por reconocer el carácter histórico de emplazamientos fabriles.  ¿Cuál  es el punto? ¿Se trata de una historia de la industria o de una historia de la conciencia de clases? ¿Es historizable la conciencia de los vencidos? ¡Sí, sí, claro que sí!, pero bajo ciertas condiciones restrictivas que no superen las proyecciones de las grandes conquistas de la oligarquía en la invención del país. 

Entonces, cumplí la tarea en el catálogo, al que se puede acceder a través de la web del PCdV en la sección Ediciones. De hecho, OBJETUAL fue una exposición destinada a re-componer el efecto de lo patrimonial en la producción de arte, pero de manera invertida. De este modo, obras como las de Chantal de Rementería pondrían el acento en la noción de lugares valiosos, que se conecta con  una estrategia de movilización conceptual y política elaborada por Ciudadanos por Valparaíso desde hace ya un tiempo considerable. 

Ahora bien: el lunes 13 de mayo, tuvo lugar –en el PCdV-  un encuentro en torno al título Museo: del objeto al territorio, en el que intervino Paz Undurraga, exponiendo -en un marco más vasto- el carácter que ha tenido el gesto de designación de lugares valiosos. Una agrupación de ciudadanos hace manifiesta la facultad de delimitar un espacio de producción simbólica fuertemente anclado en la condición objetual de una práctica social.  Desde ahí, Alberto Sato, arquitecto, expuso su nueva preocupación: reflexionar sobre las materialidades. En el fondo, si hay materialidad, hay oficio. De este modo, recuperaba ciertas condiciones de pensar los oficios desde la reconstrucción de las tecnologías comprometidas. De ahí, a pensar que la patrimonialidad está inscrita en las prácticas productivas hay solo un paso, que me permitió insistir en la hipótesis de trabajo del PCdV en torno a esta cuestión. Hemos sostenido que el patrimonio de la ciudad se verifica en la corporalidad de sus habitantes. Es decir, los cuerpos, como lugares valiosos

En el encuentro del 13 de mayo, los límites de lo museable y de lo patrimonializable fueron abordados por Donato Mónaco, museógrafo italiano, y por José de Nordenflycht, presidente de ICOMOS-Chile. En relación a la corporalidad, lo que se instaló en la discusión  fue la noción de visitante.  ¿Qué es un visitante, en Valparaíso?  ¿Un turista?  ¿Qué tipo de turista?  ¿El de los cruceros?  ¿El que recorre "los cerros que sabemos" y que hace que la vida cotidiana de los habitantes se haga insoportable? ¿El habitante metropolitano que ya posee una residencia secundaria en el puerto? ¿Qué es, en sentido estricto, un visitante?  

Es preciso pasar de visitante a residente para percibir los lugares valiosos.  Entre ambas categorías es posible plantear la existencia de un visitante cooperante. Por cierto, ya se entiende que traslado la palabra cooperante desde mi consideración sobre los públicos, en mi entrega anterior, hacía un tipo de negociación que involucre una cierta producción de hospitalidad. 

Toda la reflexión sobre la articulación de los públicos se combina con esta reflexión sobre las distintas formas de asentamiento, lo cual apunta a complejizar la condición de lo turistizable. En esto, hay experiencias que vienen de vuelta y que la docta ignorancia de la autoridad en la materia no toma en cuenta. En el 2009, mientras montaba la Trienal, fui invitado a Canarias, a una bienal que tenía como eje El Silencio. Es decir, los habitantes ya planteaban  la necesidad de instalar una pausa en una economía que había introducido el turismo como estridencia. Eso me conduce a pensar que lo que domina es la figura de un turista que subordina el espacio barrial  a la función de pequeño comercio de "posta alimentaria". Al final del día, lo patrimonializable está definido por la oficialidad de un  turismo que no se ha pensado en términos adecuados. Porque tenemos que pensar que existe  un turismo adecuado. Hablemos de esa adecuación, que tiene que ver con la discreción y el cuidado que requiere pensar la hospitalidad

¿Esa es la única configuración del visitante? Tenemos una población de veinte mil estudiantes. ¿Cuántos de ellos provienen de otras ciudades de provincia? ¿En qué se manifiesta el carácter de esta población dinámica y que posee características migratorias particulares? No es comparable al visitante nacional que ha sido subyugado por el exotismo y la nostalgia de un “Valparaíso que no es”.
Valparaíso es tratado por una parte de los habitantes del país como “el otro urbano” cuya consideración marginal debe ser objeto de visitación. Piensen en la setentera película El baile de las ilusiones.  A esa práctica de la visitación compasiva yo la llamo disneylandización de la precariedad. 

Para terminar: preguntémonos  quien era  el público del  encuentro del 13 de mayo. Esto es muy importante.  Era un público específico,  formado por la comunidad de agentes sociales cuyo trabajo se realiza en la frontera del patrimonio y del turismo, en una ciudad cuya representación escenográfica se levanta contra la escena-grafía de sus habitantes.  En relación a esto, sugiero no reducir la noción de  cultura popular a "cultura de la pobreza", que es una operación de impostación conceptual y política  que suelen realizar  agentes culturales que sobreviven gracias a la explotación de la vulnerabilidad 
(siempre, de los otros).  

Entonces, se trataba de un público formado por una masa crítica que vive  atenta a los modos de inscripción de  las grafías  corporales. Esto quiere decir que las acciones de habitabilidad se reconocen  por su trazabilidad, en un mapa de relaciones humanas específicas. Ese es el mapa de la cultura popular urbana, de la que los lugares valiosos  son su expresión más elaborada.  

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