En la entrega anterior sostuve
que hay iniciativas que, si bien son reconocidas como interesantes para la
ciudad, sin embargo no dejan nada. Luego definí lo que entiendo por dejar algo,
porque lo que me ocupa es lo que se puede instalar como proceso. Hace
exactamente un año, Maurice Durozier, actor del Théatre du Soleil, vino al
Parque a dar una conferencia sobre el oficio del actor. Antes de la
conferencia, en el teatro, con Agustín Letelier servimos té tchai a los
asistentes, que Maurice había pedido preparar. La ceremonia de la puesta en
palabra estaba precedida de una puesta en disposición.
Sobre esta idea se puede
sustentar una pequeña y eficaz teoría de la mediación, en que lo que se pone en
juego es un más allá de la teatralidad. Maurice hizo un recorrido
magistral por los tópicos clásicos de la formación actoral, pero bajo la
presión formal de ritos teatrales no-occidentales que traen consigo la amenaza
del fomento de la crisis de la representación. Agustin Letelier iniciaba por
esos días las conversaciones con el equipo del Parque para diseñar la
residencia que realizaría en diciembre y enero siguientes.
¿Cuál era el propósito?
Re-leer y re-interpretar indicios perdidos de un montaje crucial en la
recomposición de la escena teatral porteña de mediados de los años ochenta. ¿De
donde había surgido esa idea? De discusiones locales que le asignaban a Juan
Edmundo González un rol decisivo a partir del montaje de Un extraño ser. Este debía ser
reconocido como uno de los dos momentos principales en la historia de la
escena. Y es por eso que tuvo gran significación, que en los días previos a la
conferencia de Maurice y al encuentro de Agustín con el equipo del Parque, este
lograra reunirse con el elenco original. En esa ocasión, Pamela Díaz,
historiadora local, pudo registrar algunos testimonios.
¿Dejar algo? ¿Qué significa
dejar algo? Esto es lo que se ha podido conectar entre esa conferencia de
Maurice y las pasadas que han tenido lugar en el Parque,
durante los días 1, 2 y 3 de febrero, presentando el estado de avance de la
residencia de Agustín Letelier.
¿Qué hizo Agustín? Continuar
la conferencia de Maurice, pero
por otros medios. El oficio del actor ha sido objeto de una relectura
que pone en movimiento Shakespeare, García Márquez y Juan Edmundo González,
para repasar la mayor cantidad posible de ritos de formación, en provecho de un
ensayo de puntuación corporal armado sobre la tensión de un hilo paródico y un
amarre dramático destinado a establecer relaciones críticas entre lo interno y
lo externo de la escena, reconstruyendo una frontera de inestabilidad
relacional en que la cultura popular y la cultura teatral se encaramaban, se
encajaban y se reproducían en
abismo. Esto es, el teatro al interior del teatro. Hamlet en
Valparaíso. El fantasma del padre
patrimonial que se hace carne
en el puerto. Para lo cual había que intentar la hipótesis de ponerse fuera,
mediante calculadas impostaciones que fijaban clichés expresivos con flujos
narrativos cuya aceleración y desaceleración modulaban experiencias sensoriales
límites.
¿De qué estamos
hablando? De los límites de la escena, operando tabiques móbiles de
cartón y desplegando y replegando metros de malla kiwi para segmentar, dividir,
modelar el espacio, donde la perturbada visibilidad de los cuerpos
significantemente arropados marca la “derrota” de la interpretación. Esto es
importante, en Valparaíso, respecto de la indolente autoreferencia complaciente
con suele uno encontrarse.
En esta pasada es preciso
decir algunas cosas acerca del vestuario. Estas son cosas de las que no se
habla a menudo. Pero el vestuario diseñado habilitaba un contacto
condensado entre fragmentos del cuerpo y pliegues de un tejido que trabajaba
por exceso. En este sentido, el vestido es un contra-cuerpo. Pero un
contra-cuerpo expandido del verbo. Se podría decir, que en ciertos aspectos, el
cuerpo no es sino la continuación del vestido, hacia adentro.
¿A qué quiero llegar? A la
vocalidad del vestido. El vestido habla por el pliegue, para recuperar la
texturalidad de los enunciados entre-cortados, para combinar fragmentos del
habla popular erudita con extractos alusivos al manejo oficial de un
repertorio. Esto ha sido, sin duda, lo
que nos ha dejado esta
experiencia de Agustín Letelier: la residencia como proceso.
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