Los Pintores Portugueses de Valparaíso provienen de un juego de palabras
que solía realizar en las escuela a la hora del recreo y que consistía en
pronunciar una frase larga en la que todas las palabras tuviesen la letra p
como inicial. De este modo se podía decir que existía un señor que se llamaba Pedro
Pablo Pérez Pereira, pobre pintor portugués, pinta paredes por poca plata para
poder pasar por Paris. Estando en Valparaíso a medidos de los noventa,
conocí a un grupo de pintores jóvenes que estaban siendo maltratados por
algunos críticos locales y por miembros de instituciones culturales de la
ciudad. Por lo que recuerdo, fue el propio Antonio Guzmán el que me llevó a
conocerlos, ya que me visitaba en Santiago y me iba a ver a la escuela donde yo
trabajaba en ese entonces. Antonio Guzmán pintaba unas escenas con personajes
diversos a los que les atribuía condiciones de saltimbanqui, denotando desde ya
una idea sobre la representación paródica de las relaciones sociales. Mario
Ibarra venía de hacerse famoso en el circuito emergente porque realizaba una
pintura neo-expresionista donde perros llameantes atravesaban corriendo la
ciudad. Patricio Bruna trabajaba en restauración y en su taller privado pintaba
empastados retratos de referencia
crística. Roberto Cárdenas incursionaba
en el diseño y pintaba siempre la misma polémica pictórica, demasiado atravesado por la
ideología de la mancha en la pintura chilena. Todos vivían en Valparaíso. Todos
habían estudiado en Valparaíso.
No recuerdo cuáles eran los motivos del maltrato al que hago referencia,
pero tenía que ver en general con una actitud de independencia que estos cuatro
artistas tenían en su relación con las
pequeñas manipulaciones y exclusiones de la academia local. Nótese que estamos a mediados de los noventa y
que la transición democrática significó tres cosas para los portugueses en Valparaíso: la
instalación de la sede del Consejo Nacional de la Cultura y de las Artes, la
declaratoria de la ciudad Patrimonio de la Humanidad y la discriminación de parte de los nuevos
programadores del arte relacional y del arte contextual, que en alianza con los
expertos europeos en “la alternativa”, instalaron la nueva academia reductiva de
un “arte autónomo comprometido”. Los portugueses quedaron fuera de todo
eso. Su compromiso cotidiano con la
ciudad no se ajustaba al deseo que
habían diseñado las visitas catalanas.
Fueron puestos fuera de juego, como si fuesen
tiñosos. Se dejaron poner fuera porque tampoco iban a desgastarse en una
lucha desigual. El único refugio personal fue el desarrollo de su propia
práctica, en el silencio, la pulcritud local y el trabajo docente. Todos se
pusieron a hacer clases en colegios, en institutos, en universidades; allí
donde los dejaron ingresar. Porque la pintura, en la escena local, dejó de ser
percibida como una práctica que poseyera un peso específico en el nuevo diseño
de la industria cultural nacional. Así las cosas, los portugueses pasaron
a ser como unos pintores clandestinos,
que ni siquiera desafiaban a la oficialidad del arte chileno.
Simplemente, inventaban formas para
resistir con dignidad y conducir una existencia coherente. En el fondo,
todos ellos son unos sobrevivientes que gozan de buena salud, habiendo montado
sus redes sociales mínimas a través de la práctica de una vida asociativa
ligada a las expresiones más precisas de la cultura popular urbana de
Valparaíso.
Mijail Mitrovic
señala con absoluta pertinencia que los Pintores Portugueses de Valparaíso
conforman un no-colectivo; o
mejor dicho, configuran una especie de ficción de colectivo. Es decir, organizados primero como grupo de
defensa para enfrentar al autoritarismo
de los conceptuales locales, luego, asociados como “amigos de barrio”
para enfrentar iniciativas de exhibición en otros lugares que Valparaíso y
Santiago; finalmente, comprometidos por
la obligación de cumplir con las exigencias del pequeño mito que lograron
montar, se han ido convirtiendo en
un grupos de trabajo minoritario cuya
existencia no es posible ya omitir en la
escena chilena.
La
muestra que envían a Lima, ha sido precedida por la presentación de gran parte
de estas obras en abril del 2012, en la gran sala del Parque Cultural de
Valparaíso. En esta institución, en el marco de una exposición que llevó por
título Pintura Latente, y que
compartieron junto a otro artistas (Gonzalo Ilabaca, Salvador Amenábar y
Eduardo Mena), los portugueses
aceptaron poner en
escena la sentimentalidad porteña, a
partir del manejo de un concepto práctico que sistematizó experiencias diversas
a través de las cuáles una cierta “porteñidad” abordó el “malestar de la cultura local” y construyó respuestas que se instalaron
como iniciativas colectivas de reparación.
La práctica de la pintura fue una de ellas, porque se jugaron por
instalar la idea de que la práctica de
la pintura es balsámica.
Todos ellos afirmaban pintar Valparaíso; pintar en
Valparaíso y pintar desde Valparaíso.
Esta es la base de la ficción de no
colectivo a que hace mención Mijail Mitrovic, porque de esa manera, el texto
que recibía a los invitados en la sala señalaba que pintar Valparaíso significaba
representar la ficción de habitar; que pintar en Valparaíso implicaba
afirmar el lugar del gesto y de la referencia inmediata, formulando narraciones que concentran fragmentaciones de lo visible que afectan, en
sí mismo, el acto de pintar.
Finalmente, pintar Valparaíso significa enfrentar la inestable
estabilidad de la catástrofe. Pintar en Valparaíso exige asumir la
posición de un cartógrafo de
subjetividades que se arman luchando contra el fantasma de la pérdida,
figurando el cuerpo en su relación con fuerzas que parecen invisiblemente
invencibles. Pintar desde Valparaíso es
alimentar una estratagema de devolución de la mirada sobre el escamoteo
de los cuerpos.
¿De qué habla Ibarra? Del derrumbe de la pintura a través de la
pintura del derrumbe. ¿De qué habla Guzmán? De la retórica ambivalente de la
instrucción primaria mediante una singular estrategia “escuelista”. ¿De qué habla, sin más, Bruna? De las
desapariciones de los cuerpos y de las desapariciones de las imágenes. Ura de
primero. ¿Y Cárdenas? De la disolución de los vínculos filiales por efecto de
una pintura de primeros auxilios. No he respondido, sin embargo, la pregunta: ¿es
posible hablar (de la) pintura? Ya estoy demasiado viejo para rehacer los
apuntes de rigor, que ni siquiera leerán los estudiantes de arte. Habrá que
referirse a los textos de Lyotard de los años setenta, sobre la pintura como dispositivo libidinal. Hablar de pintura
conduce a hablar que detrás de lo pintado hay siempre una re-inscripción de la pintura. No es casual que Guzmán pinte con
témpera escolar, porque en ese gesto de economía primordial, lo que importa es
la costra que cubre las grietas del sentido: pegan a un niño. De allí ha pasado al gesto de protección que La
lección de geografía delata la mano izquierda del maestro sobre el hombro del
niño, transformable en un pinocchio de doble régimen. Alude a “pinocho”
(Pinochet, gran maestro) y al muñeco cuya nariz crece en proporción directa a
la impostura de su política de verdad.
Ya se sabe. Esa imagen se traslada para convertir la omisión del paisaje en un
atributo de lo que Bruna le reclama a la pintura; no poder restituir la imagen
de los cuerpos; es decir, no poder directamente reponer los cuerpos en la
circulación de la Lengua que los niega. Ibarra, en cambio, reduce icónicamente
las cosas para asignar un valor a la merma de sus representaciones fuera de
escala.
Desde Valparaíso al Callao, los portugueses devuelven un gesto mínimo, que corresponde al peso de
la cultura afro peruana en la música de Valparaíso. Y sin ir más lejos, la
presencia de Lucho Barrios, que sostiene en su voz la decibilidad
del puerto. De modo que los portugueses piensan en Callao y Lima como una extensión de una
relación que desde Valparaíso les resulta muy natural. En Lima, entonces,
buscan las complicidades pictóricas que la escena chilena les cierra, porque
las compatibilidades formales suelen ser más cercanas entre artistas de
distinta nacionalidad que entre artistas de una misma nación, si se me permite
emplear esta palabra-fábula.
Lo anterior, en términos de frente político, se puede explicar
como sigue. Puede existir mayores acuerdos entre fracciones pertenecientes a
diversos partidos, que entre las fracciones de un partido unitariamente
considerado. Eso obliga a tener en cuenta permanentemente las modificaciones de
las relaciones inter-partidarias, en una lógica política partidarizada, que
aquí opera como un simple ejemplo de organización institucional de una escena
artística.
Lo que intento sostener a propósito de los portugueses y de la pintura peruana que éstos pudieron advertir en
la muestra que preparó Buntinx para la Trienal de Chile en el 2009, apunta al hecho
de que unos pintores locales chilenos deben buscar complicidades con otros
pintores locales de otras latitudes, para fortalecer su propio frente. Lo que
los portugueses pudieron ver en esa
muestra fue un principio de interlocución con ciertas obras, como la de
Bendayán, por ejemplo, que presentaban fragmentos de diálogo que no encontraban
reciprocidad alguna en los curadores de servicio santiaguinos.
Como ya lo he adelantado, los portugueses
que en los noventa debían recibir el ataque de la academia porteña, en los años
dos mil diez pasaron a soportar el reduccionismo del conceptualismo curricular.
Esta última es una denominación que corresponde a la fase en que ciertas obras
y sus artistas asociados logran incorporarse como “contenidos” en los programas
universitarios, fortaleciendo la endogamia de la escena local y convirtiendo a
sus artistas totémicos en verdaderos
administradores de cupo para la precaria decibilidad del arte chileno.
La muestra de Buntinx pasó
a ser considerada como una exposición de
portugueses. A diez años de lo que acabo de referir, lo de
Buntinx tuvo como propósito –entre otras cosas- traer a Santiago una pintura de
absoluta variedad cromática, como no se usa en Chile, de gran vitalidad
narrativa (figural), que recogía y proyectaba relatos de cultura visual
ultra-local, portadoras de una ética ejemplar, que debía señalar por
antonomasia el pliegue del conceptualismo curricular a las políticas de
promoción de las grandes instituciones del mainstream
y del neoliberalismo prolongado de la recomposición democrática.
Los portugueses
aprovecharon el momento y se colaron a través de las rendijas discursivas del
cromatismo desenfrenado que esa pintura peruana les proporcionaba. Leyeron en
silencio el mensaje implícito y confirmaron la justeza de su persistencia. No
en vano he mencionado la influencia afro-peruana en la música porteña. Lo que
funciona como una potencia en la cultura popular, en el seno de la que los portugueses trabajan, en la escena
plástica oficial, en cambio, es un signo de extrema heterogeneidad plebeya que
no hace más que alejar al arte chileno de su propósito de alcanzar la gloria
anglo-sajona. En ese sentido, se asocian a la crítica de segundo orden que
realiza Buntinx en el 2009 y la convierten en un reforzado caballo de batalla. El efecto de este trabajo
es el que exponen en Lima, hoy.
Ya a 2023 casi por expirar, y corrida tanta agua bajo y sobre (la lluvia también coopera lo suyo) este puente analítico, que hace aquí Mellado, para aquella exposición nuestra en Lima 2013, debo confesar: me hace tanto, pero, más sentido hoy al leerlo, después de estos ya casi once años.
ResponderEliminarUn PPV