En la entrevista del 26 de enero, Paula Donoso me pregunta por el FAV. Respondo de manera general, primero, en relación a la “festivalitis” y declaro que tanto festival le hace mal a una ciudad. Concentra en un solo momento actividades que luego no tienen poder de adherencia institucional porque no son el fruto de un proceso que compromete temporalidades más largas. Sostuve que los festivales pasan, que no dejan nada, que mi trabajo es pensar sobre lo que ocurre entre festival y festival. Opongo, entonces, los procesos a los productos de consumo inmediato. Lo que debo definir es la noción de “no dejar nada”. En efecto, ¿Qué significa dejar algo? Es muy simple: generar condiciones de reproducción de prácticas determinadas. Lo que me importa es reproducir condiciones de reproducción de prácticas, valga la redundancia. Si un festival colabora con este trabajo, bienvenido sea. De este modo, todos los festivales con que el Parque se compromete expresan, de algún modo otro, con diversos grados de intensidad, el carácter de su encuadre. Y eso es lo que hay que discutir con cada responsable de festival. Se trata de una colaboración editorial. No todo el mundo lo quiere entender así.
Lo
que pasa con el FAV es una colaboración editorial.
Estoy
consciente que el FAV ha significado revertir la carnavalización. Sin embargo,
no puede dar solución a la demanda de un cierto tipo de
agrupaciones locales que consideran al FAV como una fuente de
subsidio estival, sobre la que tendrían un derecho adquirido. Lo
positivo del FAV es que ha redimensionado sus actividades respetando las
capacidades de carga de los diversos espacios públicos en que tiene
lugar. Otra cosa es la justeza de su programación. Hay altos y bajos.
El
punto a resolver es el efecto para la reproducción de las prácticas y la
posibilidad de realizar un trabajo de mediación de largo plazo. En este caso,
un festival de esta envergadura no tiene sentido porque compromete recursos
para levantar iniciativas de consumo rápido. Se concentra todo en tres
días porque la fuerza de la “creación” no da para sostenerse en el año.
Eso es.
Hay
que afirmar la validez de los procesos; pero por supuesto, se entiende que esto
es menos visible. La idea de asociar los festivales al consumo concentrado
y rápido es buena porque permite asociar la “festivalitis” al fast-food y el trabajo
de proceso a la cocina popular porteña.
Ahora:
hay festivales y festivales. Sin embargo es preciso cuidar que las
acciones asociadas estén diseñadas para conectarse con procesos de largo plazo.
Todo festival debe tener acciones asociadas: encuentros, clínicas, etc.
Pero conectadas con un objetivo editorial. Esto asegura el
fortalecimiento de las prácticas artísticas, por un lado, y permite una actividad
de mediación destinada a reproducir la masa crítica de cada práctica
local, por otro.
Valga mencionar lo
que escribí, sin firma, en la página web del Parque a comienzos de diciembre,
sobre la exposición del Archivo Nebreda. Ya había sostenido que uno de
los propósitos del PCdV en el terreno de las historias locales era la
producción de archivo. Sabiendo de antemano que nada es menos seguro hoy
día que la palabra archivo. Ya lo advertía Jacques Derrida en su
libro Mal de archivo: una impresión freudiana. Por
eso, razón de más para examinar de cerca el desafío de una reconstrucción
documental. Más aún, en Valparaíso, donde todo el mundo piensa que una caja de
zapatos con fotografías es un archivo.
¿Por qué hablar de
archivos en una entrega sobre la “festivalitis”? Justamente, para dar a
entender, por ejemplo, que mi interés en que se realice un festival de
fotografía en el PCdV solo se justifica en la medida que se incorpora en esta
política de revalorización de los archivos locales. Es el mismo sentido que
tiene la recepción de conferencistas eminentes, como fue el caso de Todorov,
justamente porque el PCdV es un lugar de memoria y que resultaba evidente acogerlo,
como un indicio para validar un trabajo de historia local. ¿Se entiende?
Producción de archivo, memorias locales, historia orales, todo eso, forma parte
del encuadre del PCdV. Y es eso lo que hace que durante el año, tanto el
trabajo sobre archivo como sobre historias locales, sea realizado de manera
cotidiana. Esto quiere decir dejar
algo. O sea, asegurar que se reproduzcan
condiciones de reproducción de conocimiento.
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