La
representación chilena en la XXXa Bienal de Sao Paulo fue de cuatro
invitados: Ciudad Abierta, Juan Luis Martínez, Sandra Vásquez de
la Horra y Diego Maquieira. De los cuatro, los tres primeros son de
Valparaíso. Es curioso que la crítica no haya reparado en este
gran detalle. ¡Por que es un gran detalle! ¿O no? Más aún,
cuando Sandra Vásquez es representada en ARCO por la galería Senda,
de Barcelona. Otro detalle. Un gran muro con una impresionante pieza
de dibujos de grafito sobre papel encerado.
¿Quién
es Sandra Vásquez? Otra ignorancia. Nadie reconocía conocerla. Fue
el propio curador de la XXXa Bienal de Sao Paulo, Luis Enrique Pérez
Oramas quien la invitó. La sorpresa en Chile fue mayúscula. Lo que
nadie sabía era que Sandra Vásquez había ganado –hace unos años-
un importante premio en Francia. Pero eso no es todo. Lo que importa
es su exposición en el Bonnefantenmuseum
de Maastrich, en el 2010, porque da lugar a un catálogo que
circula con el sello de la editorial Hadje-Cantz. ¿Qué artista
chileno posee un catálogo de esta editorial? Ciertamente,
Dislocaciones
(Ingrid Wildi) ha sido publicado por esta editorial. Pero no conozco
otro. Puede que me equivoque. Lo que quiero decir es que tener una
publicación así no es una pura casualidad. Existe un trabajo real
que en nuestro país nadie, o muy pocas personas, han valorado.
Sin
embargo, lo que escribe el crítico Jonas Storsve es crucial,
porque antecede el análisis de la obra con unos breves párrafos
sobre la biografía de Sandra Vásquez, en la que se señala que
nació en Viña del Mar y que su padre la matriculó en la Scuola
Italiana. Eso no es todo. Siempre leyó. De niña, siempre leyó.
Demasiado, quizás. Al punto que a los doce años, por recomendación
de una psicóloga, fue inscrita en la ¡Escuela de Bellas Artes de
Valparaíso! Es probable que se haya pensado que la visualidad iba a
separar a esta pequeña lectora de la pasión de las letras. Por el
contrario, en algún momento de su vida prosigue estudios de diseño
gráfico, y en su propia obra, la presencia de la letra dibujada es
fundamental.
Pero
regreso a la Escuela de Bellas Artes de Valparaíso, porque Jonas
Storsve señala que en ese lugar Sandra Vásquez fue beneficiada por
la enseñanza progresista de algunos profesores, en particular de
Virginia Vizcaíno, que promovió en ella una aproximación más
experimental a los materiales. Acabo de traducir este pequeño
párrafo del francés. De hecho, el texto está en francés, alemán
e inglés. Lo genial es que Sandra Vásquez haya mencionado de donde
viene. Borges decía que es más importante saber de donde se viene,
que saber hacia adonde se va. Lo que hace Sandra Vásquez lo hace muy
poca gente. Señalar sus deudas simbólicas. Y no es todo. Porque
menciona otros nombres que el crítico instala como dos apoyos
fundamentales cuando Sandra Vásquez se traslada a Santiago. Ellos
son Tomás Moulián y Giselle Munizaga. Listo. Queda cerrado el
triángulo. Pero sin lugar a dudas, la mención a Virginia Vizcaíno
es clave, porque ese beneficio del que se habla tiene que ver con la
materialidad de su práctica actual.
¿Qué
decir? Decir, por ejemplo, que dibuja con lápiz grafito sobre
distintos tipos de papeles y que luego somete sus dibujos a un baño
de cera. Procedimiento que proviene, evidentemente, del sistema del
grabado, del que Virginia Vizcaíno es un referente en Valparaíso.
Es la memoria de esa enseñanza la que se traslada al trabajo de
Sandra Vásquez y le permite fijar, en cera, la imagen que despliega
como representaciones arcaicas del cuerpo, sometido a la presión
fantasmal de sus configuraciones más ominosas. En ocasiones, escoge
grandes hojas arrancadas a viejos libros de contabilidad, de la época
de la última guerra europea, que encuentra en los mercados de pulgas
de Berlín. Sobre esas hojas arrancadas, reguladas por sus columnas
de debe/haber,
con distinto grosor, de colores azules y rojos, dibuja de un modo que
parece completar la cifra como efecto de fisura
humana.
Sobre
el papel ya cifrado, produce redundancia de trazo. Las líneas
parecen “cordones que se encadenan hacia el pasado, cable de hebras
retorcidas de toda carne” (Ulises,
Joyce). Frente a la regularidad de los registros de flujo, dispone
de una línea contínua concentrada sobre misma hasta producir una
mancha informe, asediada por la tolerancia de su propia expansión.
Enseguida, introduce la hoja de papel en una cubeta con cera
derretida, mantenida en un punto de calor adecuado sobre una
cocinilla. Todo eso está emparentado con la cocina del grabado.
El trazo continuo retenido admite el rigor de una fijación que
convierte el papel en un objeto translúcido, cercano al pergamino.
En este terreno, todo pergamino es remitible a experimentar un afecto
palimpséstico. Los traumas de la memoria se escriben sobre los
residuos de otros traumas de la memoria, que han sido
insuficientemente borrados. La cera no solo fija las huellas, sino
que actúa como bálsamo, sobre el trazo entendido como herida.
Para
terminar, Joyce otra vez: “Ella
apareció en un sueño, silenciosamente, avanzando hacia él, su
cuerpo consumido dentro de la floja mortaja parda, exhalando perfume
de cera y palo de rosa, su aliento cerniéndose sobre él, con
palabras mudas y secretas, un desmayado olor a cenizas húmedas”.
(Ulises).
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